Sociopolítica

Felipe González: el hombre de Washington

Felipe González: el hombre de Washington

La monarquía era la garantía de conservación de la Iglesia católica, del capitalismo y de los intereses estratégicos del imperialismo norteamericano en España. Para que todo cambiara, la Dictadura, era necesario que nada cambiara, la Monarquía. Y esto fue la transición: la sustitución de una forma en la lógica de dominación del capital, de la Iglesia y del imperialismo, por otra. Cambio que contó con el imprescindible apoyo del socialismo español y europeo y con el innecesario  del PCE de Carrillo.

El PSOE había sido desorganizado y decapitado en España por la represión franquista, pero era un partido con enorme potencial electoralista, gracias al apoyo absoluto de la socialdemocracia europea. Todo lo contrario de lo que ocurría con el PCE. Muy bien organizado pero con muy mala imagen popular. Las elecciones confirmarán esta realidad. En esa situación de debilidad organizativa, con pocos y viejos militantes supervivientes de la Guerra civil y sin dirección política estable en la organización española se plantó y desarrolló la simiente llamada Felipe González.

Felipe González: el hombre de Washington¿Quién era y de dónde venía? ¿Qué vínculos tenía con el movimiento obrero? ¿Qué vínculos ideológicos y políticos tenía con el socialismo republicano que residía en el exilio? ¿Cuál había sido su formación ideológica y política? Su ideología y su pensamiento político sólo lo podremos conocer en la práctica de su mandato, favorable a la restauración de la monarquía y del capitalismo, porque nunca antes, como ocurre con la clase política socialista, habían expuesto sus ideas o al menos ideas que tuvieran algo que ver con lo que hicieron cuando llegaron al Poder. Carecían, y siguen careciendo, de curriculum político que no es lo mismo que el organizativo.

Porque  su proyecto político y su identidad ideológica, en consonancia con aquél, será el programa oculto de Felipe que irá aplicando, entre tinieblas, teatralizando su estrategia entre un radicalismo bananero, personificado por su fiel y útil Guerra, y una práctica derechista aplicada sin contemplaciones, con arrogancia y contundencia por el mismo Felipe. Muy sólidos tenían que ser sus apoyos internacionales para que actuara desbordado por su aparatosa confianza en sí mismo y su  autosuficiencia. Viniendo de una persona desconocida, intelectual y políticamente,  hasta los preámbulos de la transición.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, en la Europa continental liberada existía un vacío de Poder que los comunistas estaban preparados para ocupar. Los angloamericanos tenían un problema. Y lo resolvieron, en algunos casos con la colaboración del Estado Vaticano, reorganizando la derecha en partidos democristianos y la izquierda en partidos socialdemócratas. La socialdemocracia renacía de sus cenizas amenazada por la oleada comunista. Su identificación con los intereses ideológicos y estratégicos norteamericanos fue su salvación.

Alguien dijo que los mitos tienen los pies de barro. Yo, sin embargo, pienso que los mitos fueron creados en la edad oscura de la irracionalidad para ser desmitificados, derribados, en la edad de las Luces. En ésta, parece ser, ya empezamos a estar posicionados.  Superficiales  son los orígenes de las raíces políticas, ideológicas y orgánicas del tándem formado por Felipe González, alumno avanzado de los doctores de la Iglesia, y de Alfonso Guerra, el guerrillero de alcoba y pandereta e intelectual iluminado por las Luces de la Enciclopedia Álvarez. Un tándem creado ad hoc para garantizar, por la izquierda, la restauración de la monarquía parlamentaria , siguiendo el guión escrito por el propio Régimen franquista en la Ley de Referéndum de 1945 y la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947.

Este tándem la única dialéctica que conoció fue la del reparto de funciones y en función de ese reparto crearon su propia imagen para entusiasmar, el Guerra, a la izquierda sandinista y, Felipe, al Departamento de Estado norteamericano por la vía de la socialdemocracia alemana de W. Brandt. El mejor amigo americano, junto con Paul Henry Spaak, que Washington pudo encontrar en Europa.

Ante el desconcierto de Carrillo y la sorpresa de la oposición antifranquista, un día, no sé si era de esos que relucen más que el Sol, jueves santo o día de la asunción, el tándem, dispuesto a representar el papel del bueno y el malo, el feo no cabía entre tanto ego, hizo su puesta en escena, arropado, en el fondo del espejismo teatral, por toda la Internacional Socialista, fiel protectora de los intereses estratégicos del Departamento de Estado y del Capitalismo, en la versión reformista de Estado de bienestar, producto del miedo al comunismo.

Otro  día, un ilustre comunista que hoy pace en las esqueléticas bancadas socialistas de una institución tan inútil y pesebrera como el Santo Senado, santo porque ahí deben ir a depositar los cuerpos momificados de las antiguas glorias de la patria, un día ilustrado, decía, Enrique Curiel publicó un artículo, que no sé si querrá que se lo recuerde, en el Independiente, 5 de septiembre de 1987, donde, como quien da el último suspiro antes de perder la lucidez, bajo el titular: “Los problemas de la izquierda”, escribió:

“Había que responder, asimismo, a la exigencia social de una auténtica “reforma del Estado”; de una rigurosa y eficaz protección de las libertades públicas y de una política de paz y distensión abierta hacia la cooperación internacional y a la desvinculación de España de la política de bloques…Por último, el proyecto del PSOE se presentó como una propuesta de reforma moral e intelectual de los hábitos y modos de hacer política a la vista de la penosa experiencia inmediatamente anterior. Se pretendía gobernar de otra manera, es decir, hacer realidad la afirmación de Norberto Bobbio cuando reitera la necesidad de “gobernar en público”, como uno de los grandes ideales de la democracia, frente al creciente y preocupante fenómeno de “poder oculto”, de “poder invisible” en el seno de las democracias…

Sin embargo, poco a poco las promesas de cambio fueron sustituidas por el baremo de una pretendida modernización, la cual, lejos de romper con la inercia del pasado ha consentido una verdadera “ocupación del Estado”, así, el “impulso renovador”, la perspectiva reformadora, fue reemplazada por la adecuación a lo existente, hecha en nombre del realismo….En estas circunstancias, el deterioro del PSOE de Felipe González podía tardar en llegar, pero era inevitable.

Y no podía ser de otra manera, porque, en definitiva, la política gubernamental ha seguido una línea de entendimiento, en lo sustancial, con los grupos poderosos del “establishment” y de confrontación con las fuerzas sociales y políticas más avanzadas. Tras cinco años conocemos los límites graves y profundos de una política que ha quedado atrapada en un modelo económico conservador y que ha hecho retroceder la redistribución de la renta y destruido importantes conquistas sociales.

Se ha erosionado el sistema de libertades, han reforzado el alineamiento de España en política exterior y defensa, se ha consentido el uso partidista de todo tipo de medios e instituciones, se han tolerado niveles preocupantes de corrupción, se ha intentado consolidar un modelo político de “neo-restauración”, frente al pluralismo político ideológico, se ha abandonado la gran tarea de promover una reforma y democratización del Estado, cuestión pendiente en nuestro país desde la Constitución gaditana de 1812. Han conseguido desmoralizar a los sectores más dinámicos y progresistas de la izquierda española…

¿Por qué actúa así Felipe González? ¿Acaso se ha convertido en la expresión orgánica de los intereses de lo que genéricamente podemos llamar “derecha”?”

Semanas después, otro maldito de la revolución socialista, arrojado a los Infiernos, extramuros del PSOE, Pablo Castellanos, respondía en una entrevista realizada por el mismo semanario, lo siguiente:

“¿Cómo ve su aportación al PSOE Pablo, el apóstol de los gentiles de IS? -Fuimos los primeros en hablar del cesarismo y de la oligarquización en el PSOE. Hoy esto se reconoce por parte de otras corrientes. Fuimos los primeros en llamar la atención sobre la corrupción. A algunos ya les asusta esta situación de proliferación de comisionistas…

¿Cómo juzga, personalmente a Felipe?  – Como a alguien que actúa como un emperador. Cuenta, además, con su guardia pretoriana.

¿El secretario es omnipotente? -La política económica,  el concepto de partido, las relaciones internas, las responsabilidades, se deciden personalmente por don Felipe González.

¿No hay disidencia? -Todo el que se ha opuesto al poder personal del núcleo dirigente desde perspectivas de ingenuidad autonómica ha sido barrido.”

¿Cómo pudo llegarse hasta aquí? Me pregunto yo. Hasta la restauración de una forma de dominación capitalista, en forma de gobierno de monarquía parlamentaria, de la mano firme, arrogante y prepotente de Felipe González, estimulado por los gritos de guerra, ¡qué viene la derecha!, vociferados por un teatralmente descamisado Guerra. Cuando la derecha, en cualquier país democrático restaurado, hubieran sido ellos. Como intuía Curiel.

Curiel no conocía las manos que movían los guiñoles que entraban en danza en el contexto de la transición. El gobierno en la sombra que vigilaba la situación española desde los periscopios del Vaticano y el Departamento de Estado. Para intentar reconocerlo, antes de que sus plumíferos escriban su propia hagiografía, anunciando, inconscientemente, la muerte de sus mitos, tal vez debamos retroceder, unos años, al exilio socialista. Allí donde empezaban a desconfiar de las intromisiones que se estaban produciendo en el socialismo del “interior”, según publicó el propio Llopis en “El Socialista” del exilio, cerrado, poco después,  por De Gaulle para satisfacer a Franco. El “interior” era la expresión que utilizaba el exilio cuando se refería a la ejecutiva residente en España.

Durante la “era de Franco” las ejecutivas del exilio, que solían reconocer una cierta autoridad organizativa a las que se fueron sucediendo en España, detención tras detención por las fuerzas de seguridad de la Dictadura, mantuvo la posición de “restaurar” la Segunda República, hasta el III Congreso, 1948, donde aprobaron la posición de Prieto “instaurar una nueva república”, vía plebiscitaria, si se llegaba a un acuerdo con los monárquicos, que en el mismo referéndum  propondrían la restauración de la monarquía parlamentaria. En los comienzos de 1950, la ejecutiva socialista residente en España, integrante del Comité Interior de Coordinación, del que formaban parte monárquicos y anarquistas, se adhirió a las tesis monárquica favorable a que un gobierno provisional monárquico se encargara de preparar la celebración del referéndum. Tesis que fue rechazada por Prieto y el exilio. Y que la ejecutiva del interior se vio obligada a acatar abandonando el C.I.C. Esta diferencia hizo imposible el acuerdo de celebrar el referéndum entre monárquicos y socialistas al que Prieto había dedicado los años de 1947 a 1950.

Junto con Prieto, el muñidor de esta alternativa fue Gil Robles. Durante la Segunda República Gil Robles fue el hombre que sirvió con fidelidad la estrategia del Estado Vaticano en España para derrocar la República e instaurar un Estado corporativo, tal y como se había creado en el católico Portugal y se pretendió crear en la católica  Austria,  siguiendo al dictado la encíclica “Rerum novarum” de León XIII, reivindicada en los años treinta por el papa Pío XI en la “Quadragessimo anno”. La revolución de octubre de 1934 tuvo como objetivo impedirlo.

Gil Robles, en los tiempos republicanos, nunca reivindicó la restauración de la monarquía sino la instauración de un Estado corporativo y clerical, como el fascismo italiano. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial terminó con la derrota del fascismo y los modelos de Estados corporativos. El comunismo en el Este y la democracia en el Oeste se establecieron como modelos de las formas de gobierno a aplicar. El corporativismo era impracticable porque los ganadores habían jurado en la Carta del Atlántico “eliminar el totalitarismo hasta sus raíces”.

La Iglesia católica siempre ha puesto sus huevos en diferentes nidos, si bien, dando preferencia en cada momento al nido que le resultaba más rentable. La Dictadura franquista junto con la salazarista eran los nidos en los que habían colocado casi todos, pero no todos, sus huevos. La Dictadura, de hecho hasta 1951 después de ser visitado Franco por el almirante Sherman, siempre estuvo en una situación incómoda porque no gozaba de total estabilidad internacional. Franco, si no echado, sí, al menos, hubiera podido ser sustituido, según el mismo Gil Robles propuso a Prieto.

Llama la atención que Gil Robles, representante de los intereses del Estado Vaticano en el exilio español, aparezca, milagrosamente, nunca dicho con más propiedad, como favorable a la restauración monárquica y portavoz de las fuerzas monárquicas agrupadas en la Confederación Española de Fuerzas Monárquicas, CEFM, creada, en febrero de 1947, meses después de la Resolución de la ONU de diciembre de 1946, condenatoria del Régimen franquista, por Gil Robles, de Acción Popular, Sáinz Rodríguez, de Renovación Española, y  Rodezno, de Comunión Tradicionalista. Organización que, con el consentimiento de D. Juan, intentó mantener contactos con la ANFD, Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas.

La Iglesia católica era consciente de la posibilidad de sustituir, a su pesar, el Régimen franquista y ya había puesto el huevo en el exilio para estar presente en todas las maniobras de sustitución del Régimen apoyando la única salida que podía seguir beneficiandola: la restauración de la monarquía. Todavía caliente el cadáver de Franco, en diciembre de 1975, fue el cardenal Tarancón quien dio la señal de salida del franquismo hacia la monarquía en la XXIII Asamblea Plenaria del episcopado, donde declaró:

“Una figura auténticamente excepcional (Franco) ha llenado casi plenamente una etapa larga – de casi cuarenta años – en nuestra Patria. Etapa iniciada y condicionada por un hecho histórico trascendental – la guerra o cruzada de 1936 – y por una toma de postura clara y explícita de la jerarquía eclesiástica española con documentos de diverso rango, entre los que sobresale la Carta Colectiva del año 1937. Yo era sacerdote cuando se implantó la República en España. Y había recorrido casi todas las diócesis españolas como propagandista de Acción Católica… Y quiero decir ahora que, prescindiendo del estilo personal de aquella Carta Colectiva, que descubría fácilmente a su autor (se refiere al cardenal Gomá), el contenido de la misma no podía ser otro en aquellas circunstancias históricas. La jerarquía eclesiástica española no puso artificialmente el nombre de Cruzada a la llamada guerra de liberación: fue el pueblo católico de entonces, que ya desde los primeros días de la República se había enfrentado con el Gobierno, el que precisamente por razones religiosas unió Fe y Patria en aquellos momentos decisivos. España no podía dejar de ser católica sin dejar de ser España.

Pero esta consigna que tuvo aires de grito guerrero y sirvió indudablemente para defender valores sustanciales y permanentes de España y del pueblo católico, no sirve para expresar hoy las nuevas relaciones entre la Iglesia y el mundo, entre la religión y la Patria, ni entre la fe y la política.”

La operación Felipe para apoderarse de la dirección ejecutiva del PSOE era una condición necesaria para asegurar el camino a la transición porque con Felipe González como dirigente socialista la alternativa a la dictadura, tal y como había deseado Gil Robles, sólo podía ser, tanto desde la perspectiva de la izquierda como de la derecha y los intereses de Washington y del Vaticano, monarquía o monarquía. No quedaba sitio para una opción republicana. En el interior de España un sector reformista procedente del mismo franquismo y agrupado en torno al periódico “El País” apostó por Felipe, como la socialdemocracia europea, Washington y el Vaticano, en una de sus características maniobras por estar presente en la derecha reorganizada como democracia cristiana y discretamente en la izquierda en la que se integraron muchos católicos, algunos muy significados desde la Curia. En un editorial, 28 de septiembre de 1979, publicado en este periódico con motivo del Congreso extraordinario en el que la autoridad de Felipe estaba cuestionada, se escribió:

“La existencia de un partido socialista con verdadera implantación social, con capacidad y gestión honesta y eficaz en las comunidades autónomas y en la vida municipal, con una estrategia moderna y operativa y con un respaldo electoral que le permita aspirar en 1983 a formar un Gobierno es una condición indispensable para el buen funcionamiento de las instituciones democráticas en España. El Congreso extraordinario debería representar un gran salto hacia adelante en ese camino…

Parece lo más probable que Felipe González sea elegido por el Congreso secretario general. No sólo no existe alternativa seria a su candidatura, sino que además las posibilidades que tenga el PSOE de convertirse en una organización política a la altura que decimos dependen, en gran parte, de su elección. Felipe González, pese a los errores cometidos, es una de las notables personalidades políticas, quizá la más notable, animada por el proceso de tránsito a la democracia.”

Por su parte, Ignacio Sotelo, miembro de la dirección socialista, una vez terminado el Congreso extraordinario expuso con claridad cuál era la función del PSOE en la transición, en el mismo periódico, publicado el día7 de octubre, escribió: “En una democracia fuerte, lo normal es que el partido de oposición utilice toda su fuerza en cargar contra el Gobierno; en una democracia débil, la oposición ha de crear alternativas en todos los sectores, con la esperanza de que la mitad sean aceptadas por el Gobierno. Jugar al cambio político no es fácil cuando la democracia no está consolidada…

Ante la debilidad del Gobierno, en una democracia fuerte sería lógico que la oposición tratara de sorprenderle; pero en una democracia débil, la tarea fundamental de la oposición debe encaminarse a consolidar el sistema, que es el objetivo esencial del PSOE en esta situación.” El caso es que la democracia nacida desde las entrañas del franquismo no era tan débil como nos han hecho creer porque estaba apoyada por los Estados Unidos y por los gobiernos europeos. Si no hubiera sido así los golpistas, residuos del franquismo guerracivilista hubieran triunfado contra los intereses de Washington. Cosa del todo imposible.

Eliminado el exilio de la dirección del PSOE se eliminaba de un plumazo toda la tradición ilustrada y progresista y toda la herencia republicana y anticlerical socialista. El comunismo, con otros protagonistas, ya había renunciado, gratis, a lo mismo en una puesta en escena entre patética y superficial del “eurocomunismo”, resucitando a un cadáver estalinista, Gramsci, como teórico legitimador del proceso de conversión del comunismo en un partido socialdemócrata. Llegando aún más lejos que los socialistas al pretender establecer lazos de “comunión” con la Iglesia católica. Y así les fue. Sólo que ni por esas eran de fiar ni para el Departamento de Estado ni para el Vaticano, que había excomulgado a quienes votaran a los comunistas.

Los franquistas se alarmaron por la revolución de abril en Portugal. Pero el franquismo ya empezaba a formar parte del pasado porque la voluntad de cambio la empezó a poner en marcha el monarca, a pesar de la resistencia franquista. El rey desmanteló, en menos de un año, las instituciones políticas del franquismo. ¿Habría seguido adelante el rey con el proceso sin contar con el apoyo socialista, que a su vez, contaba con el apoyo de la socialdemocracia?  Porque el monarca, no estaba dispuesto, por su propia estabilidad institucional,  a ser rey de una España franquista o de derechas. Necesitaba de este partido para construir sobre él uno de los pilares institucionales de la monarquía.

La pregunta nos la podemos formular en otros términos. ¿Habrían dado la monarquía, el Departamento de Estado, la Iglesia y el sector del Ejército, que apoyaba al monarca, un salto en el vacío, si no hubieran contado con el PSOE como uno de los pilares de la monarquía y de contención de la amenaza comunista?¿Habría la Internacional Socialista, que en su Congreso de Frankfort de 1951 proclamó su alineamiento con Washington y su animadversión hacia el comunismo, apoyado al PSOE si no hubieran estado seguros de que Felipe González iba a seguir el ejemplo de la socialdemocracia alemana que, desde finales de la Primera Guerra Mundial, se había comprometido con la defensa del capitalismo y con la democracia burguesa como forma de gobierno? La respuesta a estos interrogantes la tenía Felipe González en su programa oculto. Ese que fue desvelando lenta, prudente y gradualmente para no inquietar al electorado de izquierdas y arrojarlo en manos de los comunistas.

Felipe, un hombre que nunca estuvo vinculado con el movimiento obrero, del que lo ignoraba todo, ni si quiera con los intelectuales antifranquistas, se hizo con el poder del PSOE, a pesar de la oscuridad de sus orígenes, en muy poco tiempo. Empezó su formación bajo la tutela clerical, algo inevitable para la generación nacida en el nacional-catolicismo. Colaboró con la HOAC una especie de sindicato católico y estuvo tutelado por el catedrático Manuel Jiménez Fernández, demócrata cristiano, con el que colaboró en actividades de esta corriente cristiana durante sus primeros años universitarios. Viajó a Lovaina invitado por la HOAC. Con anterioridad a este viaje, todavía en la Universidad, se vinculó a un grupo del  PSOE andaluz, en el que se encontraba Alfonso Guerra. González ingresó en el Comité Provincial de Sevilla en 1965, en 1969 accedió al Comité Nacional y en 1970 fue elegido miembro de la Comisión Ejecutiva. Un hombre sin raíces en el movimiento obrero y sin formación intelectual progresista.

Y por eso, lo primero que llama la atención es que nunca se formó en los textos clásicos del pensamiento progresista e ilustrado. No había leído ni a Marx ni a Bakunin, carecía de formación en teorías del pensamiento político, desconocía los logros de las revoluciones inglesas, norteamericana y francesa y los valores de los pensadores ilustrados y desde luego, ignoraba  el freudomarxismo y por tanto a Freud, Reich, Fromm, Marcuse. No se había formado ni como intelectual progresista ni como político progresista. Aún así, con que sólo hubiera leído los documentos, debates y artículos que se fueron publicando en “El Socialista” del exilio, enormemente rico en pensamiento político y actualizado por los debates referentes a la evolución de la “guerra fría” y su relación con el problema español, podría haber adquirido una sólida formación política e intelectual y, sobre todo, haber echado raíces en la tradición intelectual y política del socialismo. Todo esto lo ignoró. Lo que nos ayuda a entender que nunca escribiera o publicara nada sobre teoría política o sobre su propio proyecto político para España. Con el equipaje intelectual y moral de la democracia cristiana Felipe González no podía tener otro objetivo que integrar España y el movimiento obrero español en Europa como un país democrático más.  Como Francia, como Alemania, como Italia…Esta será toda su ambición y los límites políticos e intelectuales de su ambición.

Junto con otros jóvenes socialistas, fue invitado por Llopis al Comité nacional, celebrado en Bayona en 1969, donde manifestó sus opiniones opuestas al dirigente socialista. De este enfrentamiento nació su alianza con Redondo y Múgica quienes le apoyaron. A partir de aquí sus contactos con los socialistas del exilio, disidentes con Llopis,  y del interior empezaron a ser habituales. En el XI Congreso del exilio los jóvenes socialistas residentes en España impusieron al exilio su posición favorable a crear una ejecutiva compartida, de la que formaron parte Guerra, Múgica, Redondo y Castellanos. Pero las diferencias no eran de estrategia política para acabar con la Dictadura.

En el siguiente Congreso, el XII, 1972, celebrado en un clima de enfrentamiento entre las posiciones manifestadas por Guerra contra la dirección de Llopis, entró Felipe González a formar parte de la ejecutiva compartida. Seguía sin haber diferencias estratégicas. Un año después, la Internacional Socialista, con el respaldo de Mitterrand, W. Brandt y Craxi, los mejores representantes del revisionismo reformado, apoya la disidencia del interior. La ruptura entre el exilio y el interior es un hecho. Confirmado en el XIII Congreso de Suresnes en el que Felipe fue elegido primer secretario general de una ejecutiva integrada casi absolutamente por cuadros residentes en España. Entre ellos se encontraban Guerra, Redondo, Castellanos y Múgica.

En el 27 Congreso, diciembre de 1976, inmediatamente después de aprobada la Ley de Reforma política por las Cortes franquistas,  se aprobaba que “la ruptura democrática como único proceso racional y pacífico culminará con la devolución al pueblo de la soberanía”. Este acuerdo echaba por tierra la posición  política que el socialismo había mantenido durante todo el exilio y bajo el objetivo, que ya había sido enunciado por el monarca y el propio Suárez mucho antes de que Felipe apareciera en escena, de “devolver la soberanía al pueblo español” camuflaba que se renunciaba no sólo a restaurar la República sino ni tan si quiera a plantear un referéndum en el que se decidiera la forma de gobierno. Este Congreso estuvo apadrinado por la presencia física de los líderes de la Internacional Socialista en pleno.

La renuncia resulta aún más escandalosa porque en el mismo Congreso de Suresnes, 1974,  en el que Felipe fue elegido primer secretario se aprobó la resolución que en el punto 3. El PSOE se pronunciaba por la “constitución de una República Federal de las Nacionalidades que integran el Estado Español”. En los dos años pasados entre su elección como secretario y el 27 Congreso de 1976 Felipe tomó todo el mando dando un giro de 360 grados a la política socialista. Llegando más lejos que las propuestas que Gil Robles le hizo a Prieto al reconocer, de hecho, la restauración de la monarquía nacida del franquismo.

La “operación Felipe” tenía un objetivo necesario para los intereses del Capitalismo, la Iglesia y los Estados Unidos, aliados necesarios de la monarquía. En el agónico posfranquismo no fue Franco el principal obstáculo para poner en marcha la transición. Ese obstáculo no fue otro, desde 1949, que la negativa de los socialistas a renunciar a la celebración de un referéndum sobre la forma monárquica o republicana de gobierno. Felipe González llegaba a la dirección socialista con la firme vocación de derribar ese obstáculo, por eso, una vez que se ha hecho con la dirección, primer movimiento, rompe con el exilio, segundo movimiento.

De esta manera, el Rey, que dirigido por su padre, no estaba dispuesto a poner en marcha la transición sin el apoyo socialista, dio la señal de salida. Paradójicamente los tiempos de la agonía y muerte del Dictador y el dominio ideológico y político de Felipe sobre un PSOE en reconstrucción orgánica se correspondieron como si estuvieran coordinados.

El otro gran valedor ideológico y moral del franquismo, el Estado Vaticano y sus intereses en España, nunca fue ni tan si quiera mencionado por Felipe. Hubiera parecido que la Iglesia católica, principal beneficiaria del franquismo y preparada, ya para cambiar de forma de gobierno, nunca hubiera existido. A pesar de que la Dictadura hubiera sido inviable, como el peronismo,  sin el apoyo que los católicos, no sólo de España sino de todo el mundo, incluidos los Estados Unidos. El catolicismo permaneció intocable conservando, como cuando la derrota del fascismo en Italia, todos sus privilegios confirmados en el Concordato de 1953. En virtud del cual, y a pesar de ser inconstitucional, aún no se han separado la Iglesia y el Estado.

Felipe, como antes que él la Iglesia, el Departamento de Estado y la monarquía, patrocinada por esas dos instituciones, deseaban lo mismo: Cambiar todo, la Dictadura, para que no cambiara nada, los intereses del Capitalismo, del Departamento de Estado y de la Iglesia católica.  Y eso fue la transición, legitimada con el acto teatralizado de aprobar, todas las fuerzas políticas, la Constitución. Ya sólo quedaba la caída del telón tras el último acto  del golpe de Estado del 81 para que el Ejército se autodepurase, eliminando, en un patético gesto de impotencia, abandonados a su propia suerte por el Departamento de Estado, a sus residuos más franquistas.

Felipe, sin que la izquierda ni la tradición socialista se lo pidieran, renunció, en un gesto patético para la Historia, a la República, a la neutralidad y a la separación entre la Iglesia y el Estado, rompiendo con toda la tradición ideológica y política del socialismo. “Delenda est Republica”, podía haber gritado golpeándose el pecho en un gesto de auto-satisfacción. El sólo consiguió lo que Franco no pudo. Pero esto no le debió parecer suficiente. En su proyecto político no hizo ninguna propuesta que tuviera que ver no sólo con la tradición ideológica del socialismo sino ni tan si quiera con el de la socialdemocracia en asuntos como: economía dirigida y planificada, socialización de la gran industria, nacionalización de la banca, de las compañías de seguros y de la electricidad y, desde luego, la separación entre la Iglesia y el Estado. Antes bien, y precisamente porque rechazó las señas de identidad socialistas, hizo todo lo contrario: fortalecer los intereses de la banca, beneficiar a las industrias europeas en perjuicio de las españolas, debilitar el poder sindical, favorecer los intereses estratégicos norteamericanos, garantizar la unidad Estado-Iglesia y alimentar con calderas de hirviente oro la insaciable codicia de la Iglesia católica.

Y como la Iglesia y el Departamento de Estado, Felipe debió sentirse incompatible con el marxismo porque en 1979, durante el XXVIII Congreso dimitió, en otro gesto teatral, arrogante, estudiado y calculado, de su cargo. Una vez más sin que nadie desde la izquierda se  lo pidiera, quería borrar del PSOE el término “marxista”, que él mismo había aprobado en el Congreso anterior de 1976. El debate ideológico puso a prueba el pobre nivel intelectual y los orígenes ideológicos de la avalancha de nuevos socialistas o desertores de otros partidos marxistas y maoístas que empezaron a reagruparse en este nuevo PSOE. El debate estuvo bien delimitado por la tendencia antimarxista, representada por el demócrata cristiano, Peces Barba, quien calificó el “Manifiesto comunista” de “panfleto político”, y la marxista, brillantemente representada por Gómez Llorente, Francisco Fernández Santos, a los que se pueden añadir otras personas como Pablo Castellanos y  la corriente catalana-vasca y andaluza sobre socialismo autogestionario. En cualquier caso, como admitieron ellos y el propio Tierno Galván, lo de menos fue el debate ideológico. El problema de fondo era una lucha por el Poder.

La propuesta de Felipe, el rechazo del marxismo, dejaba despejado el camino para el reformismo, en virtud del cual la ideología del PSOE pasaría a ser interclasista, renunciando a la lucha de clases y aceptando la democracia capitalista como el marco ideológico y moral en el que debía integrarse al proletariado. Cualquier posibilidad de enfrentamiento, ni tan si quiera ideológica, con los intereses del Capital quedaba eliminada. La protección de los intereses del Capital, en el marco que éste había aceptado por presión de la “guerra fría”, el Estado de bienestar, pasaría a ser el nuevo fundamento ideológico del nuevo socialismo. Nuevo en España ya que su modelo ideológico se encontraba en la socialdemocracia alemana que en 1919 había optado por la defensa del Capital en el marco de la República de Weimar y en 1959 sancionó esta ideología en el programa de Bad Godesberg.

Entre el 28 Congreso y el Congreso extraordinario se produjo, bajo la férrea mano de Guerra, una reorganización del PSOE basada en que el grueso de los militantes elegidos para el Congreso no procederían de los cientos de organizaciones socialistas sino de los cargos públicos creados durante la transición, esto es: por parlamentarios, alcaldes, concejales y dirigentes de las organizaciones regionales. Con esta reorganización, que bien podría ser calificada de depuración, se creaba un nuevo PSOE vinculado a los cargos públicos y desvinculados de las bases sociales e incluso de los sindicatos. La consolidación de esta dinámica transformará al PSOE en un partido electoralista sin raíces sociales. Un modelo de partido que se alimenta así mismo de sus militantes que nacen, se desarrollan y mueren en el partido sin relación alguna con los votantes, que votan un líder y unas siglas, sin vínculo social alguno con quienes votan. Esta ruptura entre un partido burocrático y la base social acabará alejando al PSOE de los movimientos sociales que irán surgiendo. A pesar de fomentar el clientelismo y la estética populista.

La segunda novedad del Congreso extraordinario fue la reducción de los 1.000 delegados a 400 y el ejercicio del derecho de voto por solamente 60 jefes de delegación. Estos fueron los que decidieron el resultado del Congreso. A partir de ese momento Felipe González podría haber proclamado con satisfacción: “El PSOE no es mío, pero el PSOE soy yo”. Este Congreso se celebró  en septiembre de 1979,  tenía dos retos por delante, según manifestaron sus militantes y corrientes de opinión, especialmente la representada por la corriente crítica, eliminada de la nueva ejecutiva. Eran la cuestión ideológica y la conocida como “operación limpieza” del partido. A esta ya me he referido. En  la ponencia ideológica se planteó el problema de si el PSOE debería seguir siendo marxista o no. Paradójicamente para los críticos el Congreso aprobó una resolución de izquierda aunque eligió una ejecutiva de derechas. Lo cierto es que el “programa mínimo” fundacional del PSOE, absolutamente marxista, se conservó en los estatutos como referente ideológico junto con otras ideologías, no especificadas. Y de hecho la ponencia aprobó que: “El PSOE sume el marxismo como un instrumento teórico, crítico y no dogmático, para el análisis y transformación de la realidad social, recogiendo las distintas aportaciones, marxistas y no marxistas, que han contribuido a hacer del socialismo la gran alternativa emancipadora de nuestro pueblo y respetando plenamente las creencias personales.” Este enunciado podría estar literalmente sacado del programa de la socialdemocracia alemana de Bad Godesberg. Pero la ponencia política añadía: que “el PSOE es un partido de clase y de masas”. En terminología socialdemócrata significaba un partido popular que no rechazaba las ideologías religiosas. De hecho Felipe González declaró que se sentía identificado con estas definiciones.

Con la perspectiva que tenemos hoy, y si analizamos con detalle las palabras, observamos que el marxismo ha sido eliminado como “ideología” del PSOE,  al ser reducido a un “instrumento teórico”, entre otros muchos, pero “no ideológico” del socialismo. De manera que cualquier ideología puede servir dentro del PSOE. Es una manera de mostrar su carácter interclasista que luego se ratifica con la ponencia política al definirse no sólo como partido de clase, sino de clase y popular. Quitando los eufemismos y las ambigÁ¼edades lingÁ¼ísticas el PSOE se había transformado en socialdemócrata. Felipe, eliminando el marxismo del pensamiento socialista, salió aclamado y vitoreado, según “El País”. “Delenda est Marx”, podría haber gritado de nuevo.  Felipe reptaba sobre sus cadáveres de victoria en victoria hasta la derrota final.

Aún le quedaba mucho más por hacer. La oportunidad se le ofreció cuando llegó a la Presidencia del Gobierno. ¿En beneficio de quien iba a gobernar, de las clases populares o del capitalismo? El, desde luego, lo tenía claro. Si a alguien aún le llega a sus oídos el eco de los gestos histéricos de su ministro de economía, Solchaga, gritando triunfalmente en 1988, como ya hizo el representante del Capital francés, Guizot, en 1831, : ¡¡¡Enriqueceos!!! , se podrá hacer una idea de para quién gobernó Felipe. No es necesario recordar que creó (¿), al mismo tiempo que gritaba ¡Enriqueceros!, 2.000.000 de parados. Claro que para que alguien se enriquezca la primera condición necesaria que debe darse, como demostró Adams Smith en “La riqueza de las naciones”, es que muchos produzcan la riqueza que luego unos pocos acapararán. ¡Qué vergÁ¼enza debieron de sentir los socialistas del exilio! Sus descendientes aún los lloran.

En 1982 Felipe González  ganaba las elecciones legislativas. Fernández Santos se equivocó en este pronóstico, pero era cuestión de tiempo y de ajustar dialécticamente su opinión del momento a la realidad social, política y religiosa española en ese tiempo histórico. El 2 de febrero de 1983 el Consejo de Ministro aprobó la despenalización parcial del aborto. Ya lo había hecho la democracia cristiana en Italia a pesar de la condena del Vaticano. El 20 de diciembre se aprueba la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE). En  enero de 1984, con la aprobación de la Ley de Ordenación de la Defensa (LOD), el poder militar pierde totalmente su autonomía y queda sometido al civil.  El 12 de junio de 1985, en el Palacio de Oriente con la presencia de los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía, se firma el tratado de adhesión de España a la CEE, aunque la entrada efectiva se produce el 1 de enero de 1986. Estos avances, normalizados en los países europeos con gobiernos democristianos, fueron sus mayores logros.

En 1985 anuncia la convocatoria de un referéndum sobre la OTAN para el 12 de marzo de 1986, después de haber afirmado desde la oposición: “Si ustedes nos meten en la OTAN por decreto, yo la sacare por decreto”. En 1995 Javier Solana, socialista y ex ministro de Felipe, era nombrado por el Departamento de Estado   secretario general de la OTAN. En 1999 mandaría bombardear Servia. En 2009, la ex fiscal del Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia Carla del Ponte, en su libro “La Caza. Yo y los criminales de guerra” cuestionó la legalidad del ataque, además de considerar imposible una investigación sobre los posibles crímenes cometidos por la OTAN durante la campaña de bombardeos. “Delenda est Neutralidad española” podría haber vuelto a gritar al ritmo de los tambores de guerra. Y con razón pues la Constitución republicana se pronunció a favor de la neutralidad.

Antes de estos hechos y a instancias de los intereses del capitalismo europeo a cuyos intereses servía la Comunidad Europea, el Gobierno aprobó una reconversión industrial que provocó el cierre de muchas empresas, consideradas obsoletas, pero que no fueron capaces de sustituir por otras. Eso provocó el desconcierto de los Sindicatos. En 1987 se agravan los problemas con UGT que al igual que CC.OO no se conforman a que fueran los trabajadores y parados quienes pagaran su reconversión industrial. A partir de ahí Nicolás Redondo, mientras los comunistas se consumían en sus propias contradicciones,  fue la única oposición efectiva ocupando el vacío político, existente en aquellos tiempos sin alternativas por la izquierda ni por la derecha.

Nicolás Redondo había señalado tres condiciones imprescindibles para la mejora de las relaciones entre el Gobierno y el sindicato. La primera que el PSOE reconociera que la función primordial de los sindicatos en la sociedad democrática es la defensa de los trabajadores. Contra la política liberal de Felipe. La segunda la convergencia socialista y ugetista en un proyecto de cambio político real y de progreso claramente socialista. La tercera, que ambas organizaciones mantengan su autonomía de igual a igual sin ningún tipo de subordinación de la una en la otra.

El 7 de enero 1987, se reúnen Felipe y Redondo para tratar sobre la “segunda reconversión industrial”, flexibilización laboral, topes salariales y revisión salarial. Fracasa. Redondo acusa al ministro de economía, Carlos Solchaga de irresponsabilidad, demagogia y defender los intereses de los empresarios de la CEOE a los que se ha aliado el gobierno contra la UGT. El 28 de enero Solana ratifica la identificación del gobierno con la política de Solchaga. Manuel Chaves, ministro de Trabajo, descalifica a Redondo. La UGT se desmarca del gobierno y del PSOE. Redondo envía una carta a Felipe comunicándole la retirada unilateral de la UGT de la Comisión de Relaciones UGT-PSOE.

En marzo la UGT denuncia una circular interna del PSOE dirigida a sus militantes, entre los cuales hay ugetistas, en la que se felicita al Gobierno por lo correcto de su política económica. Los ugetistas rebaten el comunicado con una circular propia donde afirman que “solamente la derecha aplaude la política del Gobierno”. En abril, Miguel Ángel Ordóñez, responsable de imagen de UGT, denuncia “la injerencia de Solchaga en la negociación salarial” y responsabiliza a todo el gobierno por su solidaridad con dicha conducta. Al mismo tiempo, Redondo, en un acto abierto en Badalona, habla con dureza y afirma que no va a aceptar medidas económicas contra los intereses de los trabajadores, aunque éstas provengan del gobierno.

El 10 de abril el Comité Confederal del Sindicato reunido no sólo no se pronuncia electoralmente a favor del PSOE sino que hace un llamamiento al gobierno exigiéndole que quite los topes salariales y restablezca el diálogo social. El 1º de mayo el PSOE no participa oficialmente en las manifestaciones. Las pancartas de los manifestantes ugetistas no llevan el logo del PSOE. Felipe y Guerra no asisten al 1º de mayo, Benegas ocupa su lugar y tiene que escuchar el mitin de Redondo que declaro “Mientras los banqueros aplauden a rabiar, los trabajadores protestan rabiosamente.” Ante las elecciones Felipe llega a un acuerdo para pedir el voto favorable a las listas del PSOE pero algunas organizaciones de UGT en Cantabria, Asturias, Zaragoza y Murcia, se niegan a hacerlo y el sindicato les reconoce ese derecho amparándose en la libertad de acción.

En julio la UGT rechaza a Solchaga como coordinador en los nuevos intentos que se hacen para poner en pie un pacto social. El sindicato le dice al gobierno que no cuente con él y rechaza asistir a una reunión en la Presidencia del Gobierno desairando a González. El 2 de agosto, José María Zufiaur, responsable de relaciones sindicales de UGT, acusa al gobierno de falta de realismo y manifiesta la radical oposición del sindicato al proyecto del ejecutivo de regular el derecho de huelga. El 26 de septiembre Redondo, en Sevilla, anuncia que él votará en conciencia los presupuestos generales del Estado. Estaba en contra de la Ley de pensiones del Gobierno. La ruptura entre UGT y PSOE se escenificó en el Congreso, en noviembre de 1987, cuando Redondo y Saracíbar abandonaron sus escaños para hacer patente su desacuerdo con la política económica del gobierno.

En marzo de 1988, Felipe González declaró en la “cumbre” de jefes de Estado y de gobierno de la OTAN que España aceptaba la doctrina de la “disuasión nuclear “como fiel aliado de la Alianza Atlántica”. En abril el Gobierno anunció el ingreso de España en la UEO a cambio de autorizar el tránsito de armas nucleares por territorio español. La estrategia de disuasión nuclear, sea flexible o masiva, exige una solidaridad efectiva de todos los países no nucleares de la OTAN en tiempos de paz o de crisis que conlleva necesariamente una nuclearización parcial del territorio de los Estados miembros. Decisión que violaba las condiciones establecidas por el propio Felipe González del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN según las cuales “se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español”.

En mayo, después del triunfo de la huelga de profesores contra Maragall, del que discretamente se quiso desmarcar González como si no fuera con él el asunto, entre otras razones porque se fue a Filipinas, la Comunidad Europea descalificó la política antisocial de su Gobierno. Michael Gevenich, ponente del informe de la Comunidad Europea, preguntado sobre si la política de Felipe González era socialdemócrata o neoliberal, respondió: “Creo que ha optado por la vía del neoliberalismo. Con esa actitud ha corrido un gran riesgo: destrozar la paz social.” Días después Felipe se entrevistaba con el Presidente Bush en Bruselas quien le ofreció su apoyo.

Un mes después, a finales de julio, trató de justificar a la banda terrorista GAL con el argumento de la “teoría del desagÁ¼e”, sobre la que, en una rueda de prensa declaró: “El Estado de derecho se defiende desde las tribunas y en los salones y también en los desagÁ¼es. Y cuando se tenga la madurez para comprender que también los desagÁ¼es operan dentro del edificio del Estado de derecho, pues, entonces, habremos superado esta discusión. El problema es que a veces hay pocos demócratas dispuestos a asumir la defensa de la democracia en esos términos.” La arrogancia, el gesto altivo y la prepotencia a la manera de Nicómaco, descrito en su “ética” por Aristóteles, calificada en el siglo XVI por Erasmo de “solemnidad episcopal de los estúpidos” era otro de los rasgos de la personalidad del entonces presidente del Gobierno.

A pesar de que, días después, en la persona de su vicepresidente, Guerra, zarandeado por los obreros gallegos y abucheado por los automovilistas amontonados en uno de los característicos atascos de la época, volvió a ser ridiculizado por los estudiantes que asistían al curso que sobre la Constitución se celebró en el Escorial. Con motivo de este acto, José María de la Parra, miembro del Secretariado de organización de CC.OO, declaró: “La sorna con que las frases de Guerra fueron recibidas por los estudiantes son un reflejo del sentir de la población española. Los más perjudicados por la política económica del Gobierno socialista han sido los trabajadores y los campesinos y los únicos beneficiados han sido los empresarios y los banqueros.”

Ante el anuncio de recorte de las pensiones, UGT y CC.OO. organizan una Huelga General, de 24 horas, para el 14 de diciembre de 1988, participaron más de ocho millones de trabajadores. El 27 de enero de 1994, después de haber ganado por tercera vez las elecciones generales, UGT y CC.OO. convocaron, bajo el lema «Hay que pararlos. Te juegas mucho», un paro de ocho horas para mostrar su oposición a la reforma laboral aprobada mediante el Real Decreto sobre Fomento de Empleo y Protección por Desempleo, por el gobierno socialista de Felipe González. La reforma, impulsada por el entonces ministro de Trabajo, José Antonio Griñán, incluía, entre otras medidas, el fomento de los contratos con bajo salario para los jóvenes, el aumento de la movilidad geográfica y el recorte de algunas prestaciones por desempleo. Después de estos enfrentamientos entre el Sindicato y Felipe González éste consiguió desplazar a Nicolás Redondo y su equipo y transformar la UGT en un apéndice adicto a la ejecutiva socialista. “Delenda est  UGT”, volvió a gritar Felipe. ¿Quedaba algo en el renovado PSOE de lo que fue su historia, tradición e ideología?

Pero González no se cansaba de incumplir sistemáticamente toda seña de identidad del socialismo español por no ajustarse a su programa oculto, al servicio de su “gobierno en la sombra”. En política exterior siguió cumpliendo sus compromisos de integración de España en el sistema de intereses estratégicos de Washington. Apoyó, con el envío de tropas (incluyendo a marineros de reemplazo), a las Fuerzas Aliadas en la primera Guerra del Golfo de 1991. También dio apoyo logístico a las Fuerzas Aliadas: los puertos y aeropuertos españoles participaron plenamente en la cadena logística de la preparación de la Guerra del Golfo de 1991 y parte de los B52 que bombardearon Irak despegaron a sus misiones desde España. Había conseguido integrar España en el Capitalismo europeo, en el sistema estratégico norteamericano y  garantizado la unidad entre la Iglesia y el Estado. Con razón en 1993 en agradecimiento a los servicios prestados al Capitalismo europeo, a Washington y a la Iglesia Católica le fue concedida una de las dignidades más simbólicamente católica que puede concederse a un laico el “Premio Carlomagno”.

¿Podría, Felipe, ser calificado de estadista? Si entendemos por estadista un político que tiene un proyecto de construcción de un Estado y una Sociedad que, desde la perspectiva objetiva y real de su país, anteponga los intereses de los ciudadanos de su país a cualquier otro tipo de intereses, francamente, nunca podrá ser calificado de estadista. Cuando el objetivo de un Gobierno y del Estado es procurar el máximo de felicidad a sus ciudadanos, Felipe González sólo se preocupó de satisfacer a esos poderes exteriores algo más que fantasmales.

Los años finales del “Régimen felipista” fueron, como los del Dictador, agónicos. Se pasaron en un rosario de escándalos de corrupción. Coherentes, por otra parte, con el modelo de partido autoritario y desideologizado que había construido. Terrorismo de Estado: GAL, Caso Lasa y Zabala, Fondos Reservados, caso Roldán, caso Francisco Paesa, caso Juan Guerra, caso Filesa. Al final de su mandato las condiciones de la economía española eran objetivamente malas: 3,5 millones de parados, 5,5% de déficit público y una deuda de 60 billones de pesetas (360.000 millones de euros). [][] A partir de 1994 el país ya iniciaba una recuperación económica, pasándose de una recesión del 1,1% del PIB en 1993 a un crecimiento económico del 2%. Del mismo modo, el nivel de inflación, que cerró 1993 en el 4,9%, pasó entre 1994 y 1996 al 3,5%. Por su parte, el paro, que en el primer trimestre de 1994 alcanzaba la tasa del 21,92%, pasó a situarse, en el último trimestre completo de la presidencia de González, el primero de 1996, en el 20,04%. “Delenda est Felipe”, dicen que exclamó de júbilo, desde su exilio interior, el descamisado de oro,  Alfonso Guerra.

Qué  modelo de partido había creado González. Hay que recordar que el PSOE no llegaba ni a 3.000 militantes representados en los  primeros congresos en la transición y que años después desbordaba los 300.000 militantes. Entre ministros, diputados, senadores, políticos autonómicos, alcaldes, concejales, consejeros y clientelas subsidiadas, a la manera del sistema canovista, el PSOE se había transformado y se comportaba y comporta como la mejor oficina de empleo y clientelas. El carnet del PSOE era y es una garantía para encontrar empleo y subvenciones.

Felipe transformó el partido en un estamento privilegiado de burócratas jerarquizados al servicio del jefe superior. Sólo les falta teatralizar su inquebrantable  adhesión  haciendo voto público de obediencia. Un partido sin diversidad, sin disidencias ni disidentes, sin debate ideológico y político interno, sin cuadros críticos y creativos, sustituidos por cuadros transformados en plumíferos del Poder. Un partido intelectualmente estéril que de cuando en cuando se despierta con una canción de renovación que siempre termina en la nada. El conocimiento de la nada decorado con brillantes palabras vacías es el Todo.  De la nada a la Nada pasando por el vacío es en lo que queda todo espectáculo de “renovación” ideológica y política socialista.

Cuando alguien gritó en un congreso “la inteligencia al Poder”, los disciplinados militantes respondieron como una sola voz con un solo gesto: “intelectuales, cabezas de chorlito”. En otros tiempos la Inquisición española y los nazis quemaban a los librepensadores y arrojaban los libros a la hoguera. Ahora, algunos, cuando notan un pequeño aliento de inteligencia crítica en su cogote, se echan mano a la pistola o al garrote. ¿Qué ideología tienen los socialistas hoy? Es un enigma, porque la mayoría de ellos histéricamente, como mártires en el circo romano, se proclaman cristianos, pero al mismo tiempo, en un desesperado gesto esquizofrénico no quieren ser identificados sólo como tradicionalistas. ¿Harán, como proponen muchos, de los valores cristianos su ideario? ¿No lo han hecho ya?

La base social del PSOE no se encuentra ni en el movimiento obrero ni en los movimientos sociales, sus militantes carecen de raíces en los movimientos sociales, ingresan, como los monjes en el convento, en la estructura organizativa del PSOE y ahí, como larvas, se generan, regeneran y mueren. Sin que nadie haya podido notar su existencia ni echarlos de menos. Su conciencia nada tiene que ver con la conciencia de clase de los trabajadores y de los movimientos sociales. Fuera del partido carecen de mérito, de capacidad y de representatividad.

El PSOE vive en sí mismo para sí mismo. Son profesionales de la política convertidos en una “secta”, una especie de mundo aparte, una subcultura, al servicio de los intereses de sus capitalistas, los capitalistas de sus propios medios de difusión. Luis Napoleón hartaba de salchichón y anís a los soldados y al lumpemproletariado que le seguía fervorosamente a todas partes. Felipe los hartó con cargos públicos y al resto los dejó que se hartaran a costa de las arcas públicas. Unos militantes que han reducido, petrificado y sacralizado a mitología la tradición izquierdista y progresista del partido que han ocupado, rompiendo con sus raíces y señas de identidad. Este PSOE es un partido, que anda como un funambulista sobre el alambre, sin base social estable. Tal vez haya alcanzado el estado hegeliano de autoconciencia absoluta, llegando, así, al fin de la Historia, de su Historia. “Delenda est  PSOE”, debe exclamar un triunfante Felipe González, rodeado de millonarios, desde su dorado retiro.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.