Cada año, alrededor del 21 de junio, se produce el Solsticio de verano en el hemisferio norte del planeta, dando lugar al inicio de la época estival. Astrofísicamente supone el cambio del eje de rotación del planeta Tierra al situarse el sol en el Trópico de Cáncer, que pasará a ser bañado por la luz solar en los próximos meses. Es el cambio de estación. Es el inicio del verano; el día más largo del año, y la noche más corta. Simbólicamente es el cenit del Sol, de la fertilidad, de la luz, de la alegría y de la vida.
Se cree que el Solsticio de verano se empezó a celebrar hace casi 5.000 años, desde el preciso momento en que el hombre tuvo consciencia de ese momento culmen de la luz solar, que va reduciéndose paulatinamente con el paso de los días y las semanas. En las fiestas solsticiales todos los pueblos de la antigÁ¼edad invocaban y homenajeaban a esa luz y ese calor porque fecundaba las cosechas y hacía que el campo y los bosques se llenaran de frutos que les alimentaban, y de semillas que garantizaban las próximas cosechas, por lo que no es de extrañar que le atribuyeran esas connotaciones mágicas que han perdurado hasta nuestros días, aunque desconozcamos su procedencia.
Todas las culturas de todas las latitudes del planeta han festejado el Solsticio desde la más remota antigÁ¼edad. Uno de los principales precedentes en Occidente de estas fiestas naturales es la celebración celta del Beltaine; durante estas fiestas, al inicio del verano, los celtas encendían grandes hogueras en honor a su dios Belenos. Las hogueras, especialmente en las culturas europeas, poseían el doble significado de ofrenda al Sol y símbolo de purificación. Los druidas obsequiaban sus hogueras a la energía universal; los incas, los mayas, los moches, los muiscas se la ofertaban al dios Sol; los griegos al dios Apolo, los romanos a la diosa Minerva. La actual celebración cristiana de la noche de San Juan no es más que la transformación, una vez más, de los ritos y festejos del mundo antiguo, relacionados siempre con la natura, a la tradición dogmática cristiana; porque, como sabemos, el cristianismo suele ser muy experto en reciclar y hacer propios los viejos cultos naturales y paganos.
Este año, el 2012, el cambio natural de ciclo que supone el Solsticio no nos trae, precisamente, muy buenos augurios ni nuevos rayos de esperanza en nuestro horizonte. El cambio en la natura no va a ir acompañado de cambios de mejora en el horizonte político y social de los españoles. Al contrario, parece que la crisis, que ha sido planificada y diseñada por el poder económico, político y religioso para abstraer a los ciudadanos de su exigencia de democracia, no hace más que intensificarse y ahondar más cada día. Los sectores de poder consabidos no hacen más que acrecentar sus intenciones de despojar a las personas de sus derechos y libertades, acortando paulatinamente los límites de los valores democráticos y del respeto a los derechos humanos. La indecencia, la tiranía política y la voracidad parecen tener, en estos momentos, abiertas las puertas del cielo.
Nosotros, los demócratas, racionalistas, librepensadores, adogmáticos, laicistas y defensores del pluralismo y de la igualdad esencial de todos los ciudadanos, seguiremos defendiendo las libertades, el laicismo en las instituciones, la democracia y la razón, por más que nos estén relegando a la marginalidad de las puertas del infierno. Porque estamos convencidos de que valen mucho más las personas que el dinero (o la prima de riesgo), porque creemos en la dignidad esencial del ser humano. Y porque, como decía el gran Víctor Hugo, “la humanidad tiene aún una gran revolución pendiente, la de la verdad, y desde el punto de vista político no hay más que un principio: la soberanía del hombre sobre sí mismo, y esa soberanía se llama libertad”. Y lo seguiremos defendiendo, por más que en este solsticio de verano la luz del sol no alcance aún a diluir la espesa oscuridad del horizonte.
Coral Bravo
Doctora en Filología