La aparición de nuevas técnicas para la extracción de gas ha revolucionado el mercado energético. Estados Unidos es el país que más se beneficia de estos adelantos tecnológicos. Para el año 2015 será el mayor productor de gas por encima de Rusia, mientras que sólo dos años después, en 2017, se convertirá en el mayor productor mundial de petróleo. Son datos de la Agencia Internacional de la Energía (AEI), que mejoran las previsiones de la Administración Obama.
Este cambio en el escenario internacional se debe al fracking. Es una técnica no convencional que consiste en la realización de fracturas entre los 2.000 y 6.000 metros de profundidad. Se inyecta agua a alta presión en la roca, con un ínfimo porcentaje de arena y otros derivados. Las grietas se agrandan. El gas atrapado en la roca madre sube a la superficie mediante bombeo. Lo que hace años no era rentable por su alto coste hoy sí lo es. La carrera por la búsqueda de nuevos recursos energéticos lleva tiempo en marcha y cada vez llega más hondo.
El uso de esta técnica supone un enorme daño para el medio ambiente. La contaminación de los acuíferos y del agua de la superficie puede producir graves problemas de salud. La polución del aire por este tipo de extracción no convencional aparece como un severo inconveniente. Además, continuas fracturas en la tierra a tanta profundidad pueden derivar en terremotos en zonas donde nunca antes se habían producido movimientos sísmicos.
Hay más. La estimación de reservas existentes en el mundo ha crecido. No hay estudios que demuestren la cantidad de compuestos no convencionales existentes a esa profundidad. Es aquí cuando los especuladores empiezan a jugar.
Los defensores de estos nuevos métodos no convencionales presumen de los casi dos millones de empleos generados en Estados Unidos. Pero no mencionan documentales como Gasland, donde se muestra la cara más amarga de la fracturación hidráulica. Europa, perdida en su burocracia, carece de una legislación común sobre los requisitos ambientales necesarios para este tipo de extracción.
Un estudio encargado por la patronal española del sector Shale Gas revela que la similitud entre las condiciones geológicas que permiten este tipo de extracción en España y Dakota del Norte se debe a que ambos continentes estaban unidos hace 300 millones de años.
Según otro estudio de la Asociación Española de Compañías de Investigación, Exploración, Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterraneo (ACIEP), España podría albergar recursos de gas equivalentes a casi 70 años de consumo actual, que reducirían la factura energética del país en 13.000 millones de euros al año. La mayoría de estos recursos son no convencionales por lo que el presidente de ACEIP, Antonio Martín, ha instado a cambiar la legislación, ya que se necesitarían entre 6 y 8 años para realizar las exploraciones y explotar los yacimientos. Hay que recordar que en España, los recursos naturales, renovables y no renovables, son propiedad de la Nación.
La petición ha sido bien recibida por el Ejecutivo español. El Ministerio de Industria ya tramita la ley que dará cobertura al controvertido fracking, que estará en continua evaluación por su impacto ambiental. Según declaró el ministro de Industria, José Manuel Soria, el Gobierno “no está dispuesto a perder el tren de explotar este recurso energético”. Según Ecologistas en Acción, un 80% de los permisos de investigación solicitados o concedidos en España se encuentra sobre acuíferos, que abastecen a más del 30% de la población.
Parece que las compañías de extracción y producción han encontrado nuevas formas de posponer el fin de una etapa. Países con condiciones inmejorables para empezar a usar energías renovables, aquellas que no convienen a las grandes multinacionales, no se atreven a dar un paso ante los nuevos retos del siglo XXI mientras que su deuda energética se engrosa. La fiebre del fracking ha llegado. Habrá que ver cuánto dura.