Lo más sencillo ha sido culpar al cambio climático de la lamentable catástrofe ocurrida en Filipinas. Tal y como en la película “Lo imposible”, los seres humanos son presa de la furia desatada de Gaia. El problema es que lo que no se pone en tela de juicio son las condiciones en las que la población afectada recibe la hecatombe natural; sin duda, mejores infraestructuras hubieran soportado de distinta manera semejante impacto.
Lo ocurrido en Filipinas es parte de la venganza de la tierra que ya nos anunciaba James Lovelock en 2007. Además, el motivo de esta venganza lo hemos ocasionado todos con nuestro comportamiento ecológicamente irresponsable, especialmente –como se viene repitiendo obsesivamente en los medios- el ciudadano de a pie que no usa bombillas de bajo consumo, que no recicla, que no compra en el mercado verde, etc.
El capital vuelve a quitarse el muerto de encima -tristemente, nunca mejor dicho- y nosotros debemos de nuevo sentirnos culpables por la muerte de nuestros hermanos. Asumamos que todos portamos lo que se suele llamar una “mochila ecológica” (como la versión individual de la “huella ecológica”, un indicador que suele usarse en geopolítica para medir el impacto ambiental de los territorios nacionales), y que para llevar a cabo cada una de las actividades que realizamos todos los días, tenemos que impactar sobre el ecosistema. Esto también lo decía Ortega, la vida es combate con las cosas. Sin embargo, no estoy dispuesto a asumir mi culpabilidad por lo ocurrido en Filipinas.
Cabe la posibilidad, como los chicos malos de la ecología afirman, que la acción antropogénica sea realmente desdeñable y que la transición climática sea algo per se inevitable y siniestramente natural. Cabe también que sea de veras un desastre ocasionado por nuestra irresponsabilidad (bastante devaluada desde la última sentencia sobre el Prestige), pero entonces, ni aun así estaría dispuesto a asumir mi cruz. Esta contingencia fatal es fruto de un sistema defectuoso y utópico, como es el capitalismo (tan utópico como pretender encajar un círculo que se expande de forma infinita, en el molde de un cuadrado de 3×3); yo como ciudadano consumidor tan sólo hice lo que el sistema sibilinamente me sugirió. Si presuponen mi ignorancia para tragarme el marketing, por lo menos que se reconozca mi ignorancia ante la logística que subyace a los objetos de consumo y que el sistema asuma su parte de responsabilidad.
Por eso no donaré los 10 euros que facebook -mientras cotiza en Wall Street-, me pide para los hermanos y hermanas filipinas. Quienes deberían pagar son los líderes de la maquinaria capitalista, y tal vez el dinero ya no sea suficiente.