Recuerdo con emocionada gratitud la entrevista que tuve con Jorge, un cooperante en tierras africanas y que conoció muy bien al hermano Miguel, el religioso toledano que falleció en el Hospital Carlos III de Madrid a causa del Á‰bola.
Jorge disipó mis dudas respecto a la labor que desempeñan los cooperantes y misioneros que trabajan en países subdesarrollados.
Siempre me he preguntado, qué lleva a estas personas a vivir en estos lejanos lugares desprovistos la mayoría de las veces de las comodidades básicas de nuestra cultura del bienestar. Por qué abandonan familia, cultura y el marco ambiental donde han nacido y desarrollado como personas civilizadas, y se exponen a peligros de toda índole, especialmente para la salud e integridad física.
Jorge con su lenguaje espontáneo, sincero desprovisto de recovecos y ambigÁ¼edades no me lo pudo decir más claro y más fuerte: “Porque nos encontramos bien allí y en paz con nosotros mismos”. “Muchos de vosotros no nos podéis comprender del por qué dejamos comodidades y una existencia segura acomodada al consumismo y al dinero, nosotros en aquellos lugares, nos sentimos realmente útiles junto a personas a quienes les llevamos no solo cultura, salud sino cariño”
Cuando le pregunté acerca del Hermano Miguel, él que lo conocía bien porque había trabajado junto a su persona en aquel hospital de San José de Monrovia ( Liberia), qué rasgos de su personalidad le habían más llamado la atención, el me respondió: “Su sencillez y cortesía. Era una persona amabilísima, sembradora de paz y de Evangelio. Siempre con su amplia sonrisa”.
No puedes ni sospechar amigo, me dijo Jorge, la labor solidaria que los cooperantes efectuamos en ese llamado tercer mundo. Nuestra presencia es un testimonio eficaz de auxilio y de apoyo para aquellas gentes que viven en la penuria, en la hambruna y muchos de ellos en la enfermedad crónica. Se sienten contentos con nuestra presencia, incluso importantes porque nosotros los occidentales, los blancos estamos con ellos y permanecemos compartiendo su vida y existencia.
Cuando le pregunté por las dificultades de relación entre culturas diferentes y religiones, dado que conviven en un mismo poblado musulmanes, católicos y negros de cultura animista me comentó que salvo dolorosas excepciones fomentadas por el terrorismo islámico, la mayoría de las veces reina la concordia y el respeto mutuo.
Le pregunté a Jorge, el porqué de esta tolerancia, y el volvió a responderme: “La palabra mágica con la que se logra eso es sencilla, como te he dicho antes, es el respeto, que abre la puerta a la amistad”. Me refirió entonces, unas palabras que el hermano Miguel le había comentado un día al hablar de estos temas. Le dijo: “Cuando veo que un musulmán me ayuda a mí, un cristiano blanco y extranjero, me pregunto: ´¿Qué tenemos este ser humano y yo en común?´ No es el color de la piel, ni el idioma, ni la educación, ni el clan o la familia, ni tampoco la fe. ¿Qué nos une entonces?: Qué somos amigos, y hemos llegado a ello desde el respeto mutuo. Desde el calor humano de la convivencia en paz se fomenta la amistad y la tolerancia”.
Seguí preguntándole por el hermano Miguel acerca de su persona y su labor de médico en el hospital, Jorge siguió diciéndome: “El hermano Miguel, me comentó en alguna ocasión, que él estaba allí, para servir, para consolar, para seguir el ejemplo del Evangelio, y hacerlo con alegría, porque todos son hermanos nuestros, no importa su confesión religiosa, ni su estamento social”.
Tenía un prodigioso don, siguió diciéndome, para unir a católicos, musulmanes y agnósticos, para trabajar todos por un mismo fin, sin divisiones. Con su sencillez y humildad los ponía de su parte. Admiraban su entrega y dedicación. Ellos ahora han llorado su muerte lamentando su pérdida.
Efectivamente de mi conversación con Jorge, saqué en consecuencia que el hermano Miguel fue un hombre de ideas claras, un aperturista, hombre de fe, pero abierto a todos. Capaz de dar una palmada en el hombro animando al paciente convaleciente, o un oído atento a sus problemas y dificultades, pronto para dar una solución rápida a los mismos. Y qué decir, de sus bolsillos repletos de caramelos que ponía en las manitas de los niños.
No dejó de visitar tampoco a los presos, poniendo en riesgo su propia seguridad. Pudo más su solidaridad con los que sufrían que sus miedos humanos. También visitó el leprosorio de Ganta. A este respecto sus reticencias y escrúpulos quedaron vencidos al poder charlar con niños, jóvenes y ancianos que allí vivían y trabajaban. No iba de vacío pues les llevaba vendas tan necesarias para esta enfermedad.
Así estuvimos un buen rato más conversando con Jorge acerca de Miguel Pajares, el hombre que ofreció su vida en servicio al necesitado, y además a necesitados de distintas religiones. Á‰l fue un instrumento de la Providencia en fomentar valores universales solidarios y de unión de distintas culturas, porque Miguel desarrolló durante toda su vida la tolerancia y el respeto a aquellos que no piensan igual que tú, pero que siguen siendo personas humanas tan necesitadas de cariño y afecto como nosotros, la mayoría blanca que vivimos en nuestros países occidentales, y que aunque en la actualidad nos ha azotado esta crisis económica, dese luego consecuencia de la crisis de valores fundamentales, nadie se queda sin comida ni bebida gracias a los Comedores Sociales. El hermano Miguel como otros tantos misioneros y misioneras, como el mismo Jorge, médico cooperante, son instrumentos de paz y de concordia, de unión entre diferentes culturas, porque en definitiva lo importante es el hombre y su servicio. Cuando actuamos así, desinteresadamente con nuestros prójimos, venciendo nuestra comodidad y reticencias, entonces nos sentimos en paz y felices.
Aportemos nuestra ayuda económica para esta causa universal y los que se consideren creyentes también sus oraciones.