Debido seguramente a una deformación profesional, procuro como labor primigenia clarificar conceptos. El DRAE, en su tercera acepción, señala que santón es “persona, entrada en años por lo común, muy autorizada o muy influyente en una colectividad determinada”. Para mí, carecen de atributos loables pero les suscribo cierta capacidad de predominio. Al punto, advierto a estos santones políticos y mediáticos –tan agitados y rastreros tras la sorprendente acogida de Podemos- que no pertenezco a partido alguno. Tampoco formo parte de la élite sindical, patronal o financiera. Soy un escéptico docente jubilado que procura evaluar escenarios y personajes. Alejado de los dogmas, oculto mis ideas porque diferentes lectores, sin que yo pueda evitarlo, me adscribirán a su antojo. Imagino que ninguno acertará, pero esto es otro tema.
Quiero manifestar -ya lo hice en un artículo anterior- mi sintonía con el análisis que realiza Pablo Iglesias de la situación a que nos han llevado nuestros próceres. Cautivo de la misma firmeza, yo hubiera suavizado las formas. Discrepo en el tratamiento propuesto. Le descubro unas extraordinarias dotes para el púlpito, para conquistar una numerosa grey o feligresía, con la carga dogmática que ello implica. Ignora, no obstante, o no ha sopesado lo suficiente, las leyes que rigen la dinámica de masas -amén de poderes- en diferentes espacios y tiempos.
Como primera providencia, equivocó el caldo de cultivo a cuyo contenido acomodara su praxis revolucionaria. Al igual que una metodología específica jamás puede servir de refugio a distintos educandos, tampoco tienen demasiada aplicación general prácticas revolucionarias ejecutadas, con éxito, en puntos concretos. Los países emergentes, eufemismo que oculta el atraso del tercer mundo, ofrecen amplias posibilidades. Incluso para el experimento subversivo. Solo arrastran un dilema: la dificultad de extrapolar métodos y resultados a otras naciones sin conexión antropológica. En un mundo globalizado, la crisis y la miseria dinamizan el hastío hacia la clase dominante. Por el contrario, favorece con matices el triunfo de quienes -real o arteramente- alientan la revolución en su más amplia acepción.
España, que vivió días de vino y rosas tiempo atrás, se encuentra desahuciada. Sin embargo, considero inverosímil que pudiera prevalecer una revuelta marxista a fin de sustituir una economía liberal por otra planificada. Incluso procuran enmascarar estos proyectos totalitarios (venidos del castrismo o chavismo) facturándolos con la reseña “made in” democracias formales. Podemos, junto a su líder mediático, persigue sin ningún freno tomar el poder. Imaginan que nuestro país les ofrece alguna posibilidad. Aciertan, siguiendo las enseñanzas bolivarianas (nueva cara del leninismo en el siglo XXI), cuando analizan los equívocos que han ido minando la vertebración social. Yerran, empero, al obviar las circunstancias.
Sí, esta piel de toro, está madura; igual que lo estaba hace cien años y doscientos. Siempre se mantuvo proclive a cualquier lance por arriesgado que fuera. Dos siglos de Historia así lo certifican. Los políticos, antaño y hogaño, han gobernado de espaldas al pueblo cuando no abiertamente contra sus intereses. Es una constante. Ahora, la coyuntura mundial y dos ejecutivos para olvidar -los liderados por Zapatero y Rajoy- han traído una crisis económica terrible. Si a esto le añadimos el grave jeroglífico institucional propuesto por Cataluña y País Vasco, amén de la desvertebración social provocada, cualquier intrigante consideraría haber encontrado el momento ideal.
Pablo Iglesias conoce la incultura general -y política en particular- que atenaza a los españoles. Por eso pone al descubierto aberrantes fallos de los, hoy, colegas (así le emplazó el italiano presidente interino del Parlamento Europeo). Además, promueve sugerentes, imprecisos y huecos gestos aprovechando todas las plataformas a su alcance. Tiene prisa por atesorar gran cantidad de acólitos en quienes sublimar sus dogmas populistas y demagogos. Me interesa su discurso como analista político aunque todavía no le haya oído proponer ninguna salida realista, razonable. Eso sí, le sobran quimeras. A lo peor son conejos ocultos en una chistera cada vez menos mágica.
Sin duda tiene un estupendo bagaje teorético; domina la oratoria y el tratamiento audiovisual. Pese al esfuerzo, la coherencia deja mucho que desear y, poco a poco, quedan al descubierto infinidad de embrollos, así como una actitud intolerante e iracunda. Quien limita su estrategia vertebral a las maduras, ha de soportar con flema las duras. Si le oponemos el hecho inmutable de que estamos insertos en la Unión Europea, OTAN y otras instituciones supranacionales, hemos de concluir que esa revolución sugerida es un bello brindis al sol. El siglo XXI y el espacio euro-occidental determinan que sus formulaciones económicas solo serían viables con un régimen totalitario. Asimismo, observamos que estos regímenes no aseguran el bienestar de la población pero si cercenan la libertad individual. Mi lucha se centra en la erradicación de la miseria y de la corrupción, pero no descansaría hasta anular la falta total de libertad.