Hubo un tiempo que mi vida era una fiesta. Una fiesta inacabable, inabarcable y continuada. Supongo que como en la vida de todo el mundo. Iba al colegio, la universidad o al trabajo y estaba deseando que llegara el fin de semana para reunirme con mis amigos. Normalmente, quedábamos los jueves, porque nuestro fin de semana comenzaba en jueves, para salir a tomar algo por ahí “en plan tranqui” cómo solíamos decir. Aunque, como a todo el mundo le habrá ocurrido, muchas de aquéllas veces termináramos a las seis o siete de la mañana. De modo que llegábamos a casa justo para ver a nuestros padres levantarse. Nos duchábamos, en un inútil intento de despejar nuestro cerebro, y nos volviésemos a vestir para, a continuación marchar, de nuevo, al trabajo, la universidad a jugar al mus, o a clase, a los billares.
Pero no les aburriré con mis mandangas noctámbulas ni de cuánto hemos bebido, reído y bailado. No, porque este relato está pensado para dar las gracias a esas mujeres de formas difuminadas, a las que difícilmente podría reconocer por la calle, cuyas curvas no sé muy bien cómo eran y en cuyos labios he depositado algún cálido beso. Flacas, mis preferidas; gordas, que me preferían. Todas mujeres, al fin y al cabo, de las que, si me cruzase ahora con alguna, no tendría la menor idea de quién es. No me lo tengan en cuenta pues, es más que probable que yo también sea un recuerdo fugaz y borroso de algunas de ellas. Pues bien, esos recuerdos, etílicos casi siempre; y a oscuras siempre, me despiertan una sonrisa en los labios. Vaya para ellas, pues, mi agradecimiento. Gracias por la calidez en noches gélidas.
Pues a todas esas fulanitas de tal, como yo las llamo. Porque, queramos o no, eran fulanitas en el sentido de que se te abrazaban, te besaban y te robaban alguna caricia bajo la ropa a cambio de la copa a la que las invitaras. Otras veces, aunque sean las menos, ni eso. Recuerdo el momento de despedirme de alguna de ellas como algo atropelladamente torpe, gangoso y casi sin vocalizar.
– Bueno, nos llamamos mañana o algo ¿no?
– No, no te preocupes, si nos volveremos a ver por aquí, seguro, porque yo estoy siempre. Pregunta por mí en la barra de abajo y ya está.
– Vale… me parece bien, aunque yo he venido porque era una fiesta de mi facultad… y, ni siquiera, vivo aquí…
– …No te preocupes, ya sabes, si vienes, te estaré esperando en la barra de abajo…
– Ciao.
– Ciao.
Más o menos algo así eran las despedidas. Acto seguido, si no recordabas muy bien cómo era la chica porque el alcohol te incapacitaba para esbozar un recuerdo nítido al día siguiente. De hecho, al día siguiente, con la misma ropa, en una rueda de reconocimiento, estabas incapacitado para reconocerla. Pero, cual hombre que soy, estaba deseando contárselo a un amiguete. Aunque, por decirlo mejor, estabas deseando que tu amigo te contara algo fundamental de la noche anterior. Cómo narices sería la chica que te prodigaba sus caricias, besos y abrazos candorosamente en el pub de turno. De modo que te acercabas tembloroso y con ansiedad y le preguntabas a tu amigo a bocajarro: ¿cómo era?
Y, podían ocurrir dos cosas:
a) te contestaba: Fea.
A lo que, todas las veces que ocurriera, contestabas: “joder tío, estaba tan borracho… poco menos que me violó…”
Tu amigo normalmente se hacía el loco porque te había visto suplicarle un beso durante tres horas, pero bueno. Por eso somos amigos ¿no?
b) Te contestaba, entre divertido y socarrón: Guapa tío, era una tía muy guapa.
Y contestabas: “Si, bueno, no estaba mal” mientras pensabas: “mierda y no le pedí el teléfono” Porque en aquél entonces no había aún móviles o eran tan grandes que con cien de esos zapatófonos te podías hacer la planta baja de un chalet de 200 m2.
Así que, a todas esas mujeres, que a mí me gusta recordar como pequeñas barbies, nancys o barriguitas, según la forma corpórea que recuerdo entre brumas. A todas las que les servimos para apaciguar el calentón hormonal, del mismo modo como en que ellas apaciguaron el nuestro. Desde aquí quiero decirles, que, si bien no sé ni quiénes son ni qué es de su vida, gracias. Gracias por haber estado. Gracias por haber sido el blanco de nuestras conversaciones del día después. Gracias por todas esas bromas que hemos, y nos han, gastado a vuestra costa. De corazón. Gracias.