Tenemos motivos de sobra para tener puestas las antenas sobre los duros acontecimientos diarios, pero no deberíamos perder de vista las cuestiones de fondo que permiten que existan, tanto si se trata de catástrofes climáticas como sociales.
Una especie de hongos de color blanco ha proliferado en los cactus del Mediterráneo Alicantino. Forma grandes manchas sobre la piel de las formas redondeadas hasta levantar la capa verde de clorofila y con ello secar cada palera una por una. ¿Cómo ha sido posible este fenómeno destructivo? Podemos atribuirlo a la contaminación, a la falta de lluvia, al cambio climático, pues sin duda estos factores actúan finalmente, pero ¿hay algo más? Una persona con espíritu investigador puede hacerse esta pregunta. Y de haber algo más, ¿qué podría ser? Echemos una mirada a nuestro mundo.
Cada pocos minutos muere un niño o una niña; cada pocos minutos es violada una mujer; cada pocos minutos es cortado un árbol en plena savia, y nunca cesan las malas noticias sobre algún tipo de enfermedades de animales o plantas, cuando no de catástrofes climáticas cuya virulencia desconcierta a los especialistas al igual que la rapidez con que desaparecen especies vivas.
Los científicos no cesan de avisar que ya hemos pasado el punto de inflexión de la capacidad de regenerarse el Planeta y estamos en caía libre ante la desmedida avaricia de las empresas que envenenan la Tierra sin importarles las emisiones de gases venenosos, la inoperancia, complicidad y dejadez de los gobiernos que les sirven y la impotencia de organizaciones y personas a favor del medio ambiente.
Todos los fenómenos que tienen que ver con las enfermedades, desórdenes, agresiones y alteraciones negativas del Planeta guardan entre sí una estrecha relación energética, pues todo es energía y ninguna energía se pierde. La nuestra va también a la envoltura energética de la Tierra y afecta a su comportamiento. Por ello, las alteraciones en el clima y demás efectos perversos tienen algo en común: no son fenómenos naturales aunque se den en la Naturaleza, ni responden tampoco a los comportamientos positivos que cabe esperar de nuestra condición espiritual de hombres y mujeres libres y con derecho a la libertad, a la justicia y a la dignidad que nos corresponde, porque cada pocos minutos esos valores son pisoteados aquí y allá. Y los efectos no son un castigo divino, ni producto del azar a lo que tantos gustan de aferrarse, sino que la consecuencia de una forma negativa de pensar, sentir y actuar que alteran el orden, tanto el orden natural como el social, económico y espiritual, pues el orden es el polo positivo del mundo, lo que hace posible y saludable la vida entera y aproxima a los seres humanos entre sí y con la madre Tierra. Cuando se altera ese orden legítimo, que es de origen divino como son las leyes naturales, se producen por todas partes desórdenes y enfermedades de todo tipo, no solo físicas, sino psicológicas y sociales. La tierra hoy está enferma, la humanidad hoy está enferma, y lo primero es consecuencia de lo segundo, porque en el orden natural no hay enfermedad si no es inducida por la acción humana.
La injusticia, la violencia, la guerra y otras formas de la barbarie que se alimentan de negatividad se han instalado en nuestro Planeta lo mismo que el hongo blanco sucio sobre el verde cactus. ¿Puede esperarse algo bueno de todo ello? Tal vez ninguno de nosotros piense que puede salir algo bueno de ahí, pero ¿ puede ser que al mismo tiempo alimentemos esa energía por medio de pensamientos, sensaciones, sentimientos y acciones con que manifestamos nuestro odio, desprecio, enemistad, agresividad, insolidaridad y otras formas de expresión contraria a alguna persona y de paso al orden positivo del mundo? ¿Alimentamos la idea de estar viviendo sobre un ser vivo llamado Tierra que exige respeto a sus plantas y animales? Cada día nos pone a prueba en esto, y por lo que se ve, el resultado es lamentable. Millones de árboles son talados, millones de animales son sacrificados a diario, millones de personas viven en la miseria y enfermos, millones de hectáreas son dedicadas a la ganadería extensiva, causante de la mayor parte de gases del efecto invernadero, millones de hectáreas son utilizadas para forraje en lugar de ser cultivadas para la alimentación humana, y muchas cosas más. ¿Qué nos induce a sentir este panorama?
Una persona espiritual sabe que hay una relación de causa-efecto entre nuestros pensamientos, lo que llamamos “mundo” y con la madre Tierra; y que día tras día cada persona se encuentra ante su destino, que es la cosecha que previamente ha sembrado en su pensar, sentir y hacer personal en esta existencia o en otras, y sabe que no vale culpar a nadie para escurrir el bulto.
Ante tantos avisos de la Naturaleza, tantos desequilibrios ecológicos y tanto desbarajuste y crímenes sociales, cada día hay más personas que quieren cambiar este mundo que no nos gusta porque en el interior de nuestra conciencia está plantada la semilla inicial de la evolución de la conciencia espiritual y por ello aspiramos a la justicia, la bondad, el amor, la fraternidad, y otras cualidades que hacen a la vida digna de ser vivida, y que no son cualidades mentales, sino de conciencia. Pero eso no se consigue a cañonazos.
La Regla de Oro de la sabiduría milenaria dice: “Lo que quieras que te hagan a ti hazlo tú primero a otros, y no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti”. Algo tan sencillo como este doble principio sería suficiente para restablecer el orden social y natural en este pequeño y bellísimo Planeta azul que nos alimentará mientras le sea posible, y que se rebela a diario para mostrarnos que estamos envenenando la comida que nos quiere dar y el agua y el aire que respira, y con ello a nosotros mismos. Por eso se rebela. Su rebelión debería servirnos de aviso para dar la vuelta, porque hemos llegado al límite, y a los gobiernos para dejar de proteger a los explotadores de recursos naturales, causantes del cambio climático y las guerras con la ayuda de quienes viven en negatividad y les imitan, votan, admiran o aceptan.
Llegado el momento, cada uno tendrá que habérselas con lo que sembró.