El 95% de los cultivos de boniato de todo el mundo se producen en países en vías de desarrollo. Es barato, nutritivo y calórico; y ahora, además, los científicos se proponen biofortificarlo para que tenga más nutrientes y sea más resistente al ambiente. Nuestro corresponsal Pere EstupinyÁ ha visitado el Centro Internacional de la Papa en Lima, donde su directora, Pamela Anderson, busca la mejor combinación genética para conseguir boniatos adaptados a las necesidades alimenticias de los más pobres. Tras su viaje, EstupinyÁ plantea una revisión crítica del debate ‘transgénicos ¿sí o no?’.
Fijándonos solo en el color, en la India podemos encontrar boniatos completamente blancos, de color crema en algunas partes de África y variedades de un anaranjado intenso en otros climas. La cantidad del pigmento beta-caroteno (precursor de la vitamina A) es la responsable de esta tan nutrida gama de tonalidades.
De las 30 variedades clasificadas por colores que han fotografiado en el Centro Internacional de la Papa (CIP) en Lima (Perú), las rojizas tienen más de 1.000 veces más concentración de vitamina A que las blanquecinas. La vitamina A es un micronutriente esencial cuya carencia en países en desarrollo está asociada a ceguera infantil, debilidad del sistema inmunológico y muerte prematura.
Según los datos del CIP, en el África Subsahariana 43 millones de niños menores de cinco años sufren alteraciones por déficit de vitamina A. En Nigeria afecta al 30% de los niños. Y sin embargo, solo 125 miligramos al día de los más coloreados boniatos o camotes (Ipomoea batatas), cuya producción es más barata que la de la mayoría de los tubérculos, son suficientes para suplir estas carencias.
Del boniato todo se aprovecha
Los cultivos de patatas y boniatos poseen un rendimiento de energía consumible por hectárea considerablemente mayor que los de trigo y arroz; por eso, en China y países africanos están desplazando poco a poco a los cereales como principal cultivo dirigido a la alimentación. Además, hasta el 80% de su biomasa se puede comer; un dato espectacular si comparamos, por ejemplo, con lo que se aprovecha de una planta entera de alcachofa.
Con todo esto, lo que están investigando en el CIP es tremendamente útil. Sus científicos cruzan de manera convencional diferentes variedades de boniatos para biofortificarlos y conseguir la máxima cantidad de vitamina A, hierro, cinc y otros micronutrientes como vitaminas B y E. Al mismo tiempo, buscan tubérculos que resistan mejor las temperaturas extremas, que requieran menos agua, que tengan una producción alta y sean más digeribles. Es decir: en este centro limeño adaptan los boniatos a las necesidades nutricionales y medioambientales de los distintos países en desarrollo.
El CIP forma parte del Consorcio del Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR) financiado por el Banco Mundial, y cualquier variedad de camote que generen está libre de propiedad intelectual y se considera un bien público universal. Es parte de su filosofía en la lucha contra el hambre en el mundo.
Cuando cruzar variedades no es suficiente
“Pero la hibridación convencional tiene límites”, me explicó Pamela Anderson, directora del CIP en Lima, cuando me acompañó por sus modernísimas instalaciones, en las que guardan su banco genético con casi 5.000 variedades de papas y camotes. Se refería a que ir combinando variedades a la espera que se acumulen todos los genes adecuados es una lotería. Resulta más eficiente hacerlo de manera dirigida. Además, hay algunas propiedades que nunca se adquirirían de manera convencional; por ejemplo, la resistencia a insectos que, en períodos de sequía, pueden arrasar entre el 60% y el 100% de las cosechas.
Y es aquí donde aparece la palabra maldita: transgénicos. Durante más de una década varias compañías privadas han desarrollado con éxito algodón, maíz u otros cultivos transgénicos que expresan proteínas bacterianas con acción insecticida. En sus instalaciones de África y con científicos locales (no en Perú, porque allí la investigación con transgénicos no está permitida), el CIP tiene una línea de trabajo en la que se combinan todos estos entrecruzamientos convencionales con ingeniería genética para potenciar el boniato biofortificado como uno de los recursos nutricionales más sostenibles en el mundo en desarrollo.
Antes de hacer valoraciones desde la abundancia de recursos, debemos pensar, en primer lugar, en poblaciones andinas, de la India o África donde patatas o boniatos son parte fundamental de su dieta. Representantes del CIP cuentan que “la acogida que tienen en África estos cultivos resistentes a insectos es buenísima”. Y en segundo lugar, que no todos los camotes son iguales.
Hacia un debate sin términos absolutos
Hablamos de un tema, el de los transgénicos, con numerosos aspectos susceptibles de una valoración ética: por ejemplo, que una multinacional privada exporte semillas transgénicas que producen plantas estériles para así generar dependencia al cabo del tiempo; o el impacto medioambiental que podría tener un proyecto de trucha transgénica en piscifactorías de los lagos andinos; o que la marca ‘libre de transgénicos’ pueda aportar mayor valor comercial que una elevada productividad.
Pero después de diez días en Perú constatando a diario el debate polarizado y casi sin sentido entre ‘pro’ y ‘anti’, a mí me surge la pregunta: “¿Pero de qué transgénico en concreto estamos hablando?”, además de dos ideas fundamentales: una, que la tecnología no es nuestra enemiga, sino nuestra aliada; y dos, no todos los transgénicos son iguales. Ni desde la propia modificación genética, ni desde el punto de vista de riesgo medioambiental, ni desde entorno socioeconómico. El debate ‘transgénicos ¿sí o no?’ tratado en términos absolutos es absurdo.
Hay controversias sobre hasta qué punto la ingeniería genética puede generar unos cambios tan significativos en términos de producción y qué otras medidas sociales se deberían atajar antes del simple incremento de recursos. Pero si estar en contra de los transgénicos significa pedir que el CIP deje de investigar en boniatos biofortificados resistentes a plagas y libres de propiedad intelectual que puedan ayudar a la población de los países en desarrollo, realmente al viejo medioambientalismo le hace falta una actualización.
SINC // Pere EstupinyÁ