Por CARLOS A. MIGUÁ‰LEZ MONROY.
La tendencia a culpar al Gobierno por ‘todo lo malo’ que acontece muestra la degeneración de ‘democracias’ cada vez menos participativas.
Una nevada colapsaba hace unos días el tráfico de las carreteras en casi toda España y provocaba la demora y cancelación de los vuelos desde la capital. Se multiplicaban en los noticieros las declaraciones de ciudadanos ‘indignados’ con el Gobierno, al que acusaban de falta de preparación.
A la disculpa de la Ministra de Fomento ante las cámaras se podría responder: excusatio non petita, accusatio manifesta (disculpa que no se ha pedido, culpabilidad manifiesta). Sin embargo, el ataque sistemático de la oposición al actual Gobierno de España por cualquier adversidad explica esta disculpa, que se adelantó a las acusaciones que vinieron después desde la oposición y que hicieron eco en muchas personas frustradas por situaciones imprevistas.
Piove? Porco governo, (¿Llueve? Qué asco de Gobierno) decían en Italia para descargar contra el Gobierno ante situaciones similares. En España el Gobierno “es culpable” de los accidentes aéreos, de los efectos del clima, del desempleo y de los actos aislados de violencia, que los medios presentan como fenómenos rutinarios cuando muchas veces son excepcionales. Cuando no lo son, suelen responder a una compleja red de factores, como es el caso del desempleo en España.
Entre las más conocidas técnicas de comunicación que estudian y analizan las facultades de comunicación están las attack campaigns, que el Partido Republicano en Estados Unidos puso de moda desde finales de los ’70.
Estas ‘campañas de ataque’ consistían en llevar al telespectador hacia una conclusión a partir de una premisa mayor falsa sugerida en el mensaje. “Los presos en permiso de fin de semana violan y matan cuando salen (premisa mayor). El Gobierno Demócrata dará más de esos permisos a los presos si gana las elecciones (premisa menor)”. Si uno sigue la lógica del argumento, la conclusión podría ser: “Si su hija muere después de ser violada, será su culpa por votar a los Demócratas”.
Aunque los Gobiernos Republicanos anteriores hubieran dado más permisos de este tipo, la fuerza del mensaje calaba hondo en una sociedad norteamericana guiada por el miedo, rasgo que se con rapidez extiende por las ‘democracias’ occidentales.
La efectividad de las campañas de ataque reside en que muchas de las decisiones que toma el espectador en cuestiones de política o de consumo están más relacionadas con las emociones que con el pensamiento racional.
El historiador norteamericano Thomas Craughwell lo explica: “Cuando Ronald Reagan preguntaba: ‘¿Están ustedes mejor que cuando Jimmy Carter ocupó la presidencia hace cuatro años?’, nadie se sentaba y sacaba sus declaraciones de impuestos de los últimos cuatro años para examinarlas. Sólo se quedaban ahí sentados en el sillón y decían: ‘no, no lo estoy’.
Los medios de comunicación bombardean con declaraciones exageradas, con noticias negativas, adversidades climáticas, quejas y malestar a espectadores que suelen llegar ya de noche a sus casas para ‘desconectar’, pues cuanto menos se piense, mejor. El cansancio físico y mental podría contribuir a la resignación de las personas a tragar lo que le echen, a aceptar que las cosas ‘están fatal’, a buscar un blanco visible para transferir las culpas y, finalmente, buscar un auténtico ‘salvador’.
En España, la oposición de derechas pretende erigirse como ese elemento. Muchas veces, parece como si esperara a que algo terrible sucediera y que entonces pudiera decir: “¿Ven? Nosotros lo sabíamos”.
Sin embargo, el excesivo recurso al miedo lleva al desaliento, a la falta de participación, al cinismo y al distanciamiento de los ciudadanos de lo “público”. Así sucedió en Estados Unidos en las elecciones de 2004, con la participación más baja de los jóvenes en toda la historia.
Si todo está tan mal y corremos tanto peligro, ¿para qué participar y por qué mejor no buscar refugio seguro? En ese estado de desesperación, la gente estará dispuesta a pagar con su intimidad la ‘protección’ de un Gobierno intrusista y espía. Las ideologías destructoras del siglo pasado nacieron del miedo y de la crisis económica.
Por eso no deben tomarse con ligereza unas declaraciones de ‘indignación’ por la falta de seguridad en los hospitales de Madrid después que muriera asesinado en la quinta planta un paciente acusado de narcotráfico y pendiente de juicio. Si empezamos con detectores de metales y cacheos en los hospitales, ¿en dónde terminaremos?
Carlos Miguélez Monroy
Periodista