Este es el título del himno nacional, que los norteamericanos oyen con unción con la mano derecha apoyada en el lugar del corazón. Tal patriotismo puede parecernos a nosotros, viejos europeos desengañados en tantas vueltas y revueltas de una larga historia, un poco infantil. En eso, como en otras cosas, solemos mirar a USA por encima del hombro. Sin embargo, como suele decirse, los hechos son más tozudos que las ideas. Y el hecho incontestable es que el sistema democrático ha existido ininterrumpidamente en toda la historia de los Estados Unidos. Europa (madre del invento, creadora de las ideas del Humanismo y la Ilustración, del todo el andamiaje intelectual en el que se basa el sistema) ha sufrido grandes crisis, momentos de oscuros eclipses, donde el respeto a las libertades ha sido suplantado por los mitos de la tierra y la sangre (fascismo, comunismo) o por la obnubilación ante una utopía (comunismo). Estos momentos críticos se han llevado por delante las libertades y el respeto a la persona como el huracán arrastra los árboles. La Europa de Goethe y de Mozart, de Tolstoi y Tocqueville ha dado a Hitler y Stalin. Repásese la historia de las décadas de los años 30 y 40, con el gran naufragio de las ideas liberales («el viejo liberalismo», se decía entonces en España) , que tuvo en la Guerra Civil española su primer capítulo y que en la II Guerra Mundial se erigió en terrible tragedia. Nada de esto ha experimentado América.
Por otro lado, la democracia americana tiene algo que podíamos definir como «jovialidad». Una jovialidad vital donde parece que disfrutan tanto candidatos como seguidores en una largísima campaña. Sus actos políticos tienen el aire de fiesta. La dureza de los intercambios dialécticos nunca hace perder la amabilidad de fondo; no se cae en el gesto amargo y en la palabra ácida. Da un poco de envidia a un español ver, en la pasada campaña presidencial, a MacCain y Obama haciendo chistes de su oponente en una cena benéfica. La envidia se puede convertir en malsana cuando se ven que toman asiento flanqueando al cardenal de New York, monseñor Eagan, posiblemente la figura más influyente del catolicismo americano. ¿Se imaginan esta escena con Zapatero y Rajoy?
Existe, por encima de todo, una defensa de la libertad individual más allá de cortapisas y consignas partidistas. Ilustres republicanos como Powell han apoyado al vencedor Obama. Una parte importante de los demócratas han dado su visto bueno al plan de Bush para salvar la economía. El criterio individual y el interés nacional están por encima de los criterios de partidos.
Un último rasgo: hay una serie de valores y logros que nadie pone en duda, excepto una exigua minoría. El sentido patriótico, el respeto a sus símbolos, la estructura del Estado, la división de poderes. Esto supone un sólido elemento de estabilidad que ha propiciado un sistema que, en sus más de dos siglos de existencia, no ha sufrido ninguna crisis irrecuperable, aunque sí, graves problemas y momentos históricos de gran dureza.
La elección de Obama es una prueba más, la última por ahora, de esta inagotable vitalidad. Lo dicho: God bless America.