Se habla mucho de la “guerra de divisas”, un término que alarma a la ciudadanía y con el que, como tantas veces, se crea una situación de alarma y miedo. Los problemas en el sistema de pagos internacionales, en las cotizaciones de las diferentes divisas, están siendo la última manifestación de la crisis, junto a la explosión de la deuda.
No se trata de una guerra desatada por los países emergentes o menos desarrollados contra los más ricos. Todo lo contrario: éstos últimos están tratando de utilizar sus divisas, cuando pueden hacerlo, como protección frente a las agresiones comerciales, financieras y cambiarias que reciben.
El papel del dólar como moneda internacional está cada vez más cuestionado y en peligro como consecuencia del déficit exterior de Estados Unidos y de la política de incremento de la cantidad de dinero, como acaba de ocurrir con la creación de liquidez por valor de 600.000 millones de dólares por la Reserva Federal.
El objetivo de esta última decisión de la entidad encargada de la política monetaria es estimular el consumo con esos dólares recién creados para comprar títulos de largo plazo de deuda pública estadounidense.
Los nuevos dólares en el mercado contribuyen a devaluar la moneda estadounidense frente al resto de monedas internacionales, lo que favorece a sus propias exportaciones y estimula el crecimiento de la actividad económica. Esto “invita a una respuesta de los competidores”, según Joseph Stiglitz.
La devaluación de la moneda estadounidense perjudica al resto de países, igualmente interesados en utilizar el sector exterior para salir de la crisis. Por ello han comenzado a devaluar sus monedas. Y, cuando no pueden, a establecer controles de capital con el mismo fin.
La demanda mundial se mantiene muy débil, de modo que la lucha por las exportaciones es muy intensa. Una espiral devaluacionista puede no dar buen resultado para nadie.
La crisis de divisas refleja la incapacidad de las políticas neoliberales para encontrar una salida a una crisis financiera que comenzó hace ya más de tres años. Sin medidas de cambio estructural, sin verdaderas reformas en la regulación financiera y comercial y dejando que grandes entidades financieras y multinacionales dominen sin problema los mercados, las economías de casi todos los países del mundo siguen en apuros.
El crecimiento de la economía estadounidense desde los años ochenta se ha fundamentado en la combinación de déficit fiscal (fundamentalmente debido a las rebajas impositivas de las administraciones republicanas) y déficit privado (un ahorro privado inferior a la inversión).
Estados Unidos se ha convertido en un país deudor neto con respecto el resto del mundo. La primera potencia mundial ha necesitado atraer cada vez mayores cantidades de ahorro mundial para poder mantener su crecimiento dado que no genera el suficiente ahorro interno para financiarlo. De hecho, ya atrae cerca del 80% del ahorro mundial.
Estados Unidos puede mantener esta situación gracias a que esa ingente cantidad de deuda emitida (fundamentalmente bonos del Estado) está denominada en dólares, su propia divisa y cuya cantidad en circulación, por lo tanto, puede controlar a su antojo.
Así es como se produce el equilibrio tan inestable que domina los mercados de divisas. Estados Unidos se endeuda masivamente poniendo en circulación títulos en dólares y los países con superávit en sus cuentas corrientes, como China, utilizan sus reservas de divisas para comprarlos, permitiendo así que Estados Unidos siga creciendo.
Este esquema no puede perdurar por mucho más tiempo, y menos aún cuando la crisis internacional ha puesto de relieve la debilidad del dólar como moneda internacional de referencia.
La crisis de las divisas no es ninguna guerra contra los países ricos. Es simplemente una manifestación elemental de que la confianza en que han de sustentarse los mercados está bajo mínimos, como consecuencia de la evolución de la crisis y del coste cada vez mayor de la solución imperial que Estados Unidos impone al resto del mundo como forma de afrontar los problemas económicos internacionales.
Es imposible seguir así. Por mucho que se quiera, no se puede seguir haciendo depender la economía mundial del poder económico de una sola potencia imperial. Estados Unidos no dispone ya de la capacidad de maniobra que tuvo en 1945. Puede forzar la situación y es lo que está haciendo gracias a que, a diferencia de su economía decadente, mantiene su gran y creciente poder político y militar. Pero eso se llama imperialismo y la respuesta a los problemas que crea no puede ser el tratar de condenar a quien se defiende de él sino instaurar un sistema de relaciones económicas, financieras y de gobierno multilateral, democrático y sometido a los principios de la justicia y la igualdad.
Juan Torres López
Catedrático de Economía