La fundación ideológica del PP, la FAES que preside José María Aznar, ha difundido un documento del diputado Ignacio Cosidó, para arremeter contra lo que califica de «pacifismo armado» del actual Gobierno. En realidad, el texto es un nuevo intento de justificar el uso de la fuerza en algunas ocasiones, precisamente las que coinciden con los argumentos que se esgrimieron para invadir Irak y que se demostraron falsos: que tenían armas de protección masiva y que apoyaban el terrorismo internacional. Según Cosidó, para el presidente actual «no existe ninguna amenaza que justifique el recurso a la fuerza para poder garantizar nuestra seguridad» y no sólo cree que «el terrorismo debe ser combatido exclusivamente por medios policiales sin que en ningún caso quepa una intervención militar en el exterior» sino que también es partidario de evitar con diálogo «la proliferación de armas de destrucción masiva».
Exactamente, evitar con diálogo la proliferación de armas de destrucción masiva, creo que es la postura política más deseable. Ya está bien de intervenciones militares, de elucubrar amenazas, de maliciar, de suscitar violencia. Ya está bien de tanta preponderancia y hostilidades.
Cosidó asegura que los sucesivos ministros de defensa de Zapatero, han asumido con entusiasmo su «doctrina neopacifista, y en este punto arremete, como no podía ser de otra manera, contra la actual titular, Carmen Chacón (objetivo frecuente de la extrema derecha que aún parece no haberse repuesto del schock que les produjo su nombramiento), señalando, con esa ironía que lo caracteriza, que «Chacón ya declaró en 2004 que se puede cambiar la guerra contra otro ser humano por la guerra contra el cáncer y la pobreza, lo que sin duda indica su vocación frustrada de ministra de Sanidad o Cooperación, más que de Defensa», y añade que en unas recientes declaraciones se declaró «una mujer pacifista y el Ejército también es pacifista»
Contra Carmen Chacón se ha dicho de todo. Lo último, el turbión de machismo rancio por haber llorado en el funeral del militar Luis Conde de la Cruz, asesinado por ETA. Y así se despachaba Gabriel Albiac en su columna de La Razón, el 29/09/2008: «Un ministro de la guerra -porque eso es el ejército, la racional tecnología de la guerra- es un guerrero. Sea cual sea el aparato genital que defina su biología. Como guerrero debe comportarse. Y no como otra cosa. Nadie le obliga a serlo».
Querido Albiac, ¿a qué le llamas ser un guerrero? ¿Qué comportamiento, según tú, debe tener un guerrero? ¿Qué característica? ¿Gesto frío y riguroso ante una tragedia? ¿Voz grave y bizarra al gritar el «Viva España»? ¿Poseer en todo momento un espíritu belicoso?… No, nada de eso. Tú sabes, Gabriel, que por muy liberal que hayas querido ser al manifestar «sea cual sea el aparato genital que defina su biología», lo que verdaderamente no toleras ni aceptas es precisamente el aparato genital que define la biología de la persona que actualmente es la titular de Defensa. Y me pregunto: si el principio de no discriminación es uno de los pilares de los derechos de la persona ¿por qué en materia política se produce todavía tal discriminación?
Está visto que aún existen demasiadas barreras socioculturales sujetas a condicionamientos históricos; demasiados prejuicios que arrastra un amplio sector de la sociedad, que sigue asignando a las mujeres responsabilidades entendidas como femeninas y no la concibe desempeñando un papel político. Pero pongamos los pies en el suelo, y démonos cuenta de que ese estereotipo ha cambiado y que, por lo mismo, el ministro de la guerra es actualmente una mujer que a pesar de su aspecto frágil, sus lágrimas, su embarazo, el parto y la crianza del hijo, posee (como la gran mayoría de mujeres) una armadura interna que la hace ser una guerrera capaz de afrontar los más duros combates. Por citar algunas de las mujeres que han sido o son unas guerreras relevantes en política: Golda Meir, primera ministra de Israel y una de las primeras jefas de gobierno del mundo, lloró en público en más de una ocasión cuando ninguno de sus colegas masculinos en aquellos mismos momentos, vertió una sola lágrima (Mujeres líderes en Política de Michael Genovese). Así mismo a Indira Gandhi se la vio llorar en público en varias ocasiones, la última, que se sepa, escuchando un discurso de la Madre Teresa de Calcuta. Benazir Bhutto (la lider opositora pakistaní, asesinada en el 2007) que a los pies de la escalerilla del avión proveniente de Dubai, rompió a llorar desconsoladamente antes de posar simbólicamente los pies en su país. Nilda Garré, actual Ministra de Defensa Argentina, lloró públicamente en la cubierta del buque de la Armada Hércules en el homenaje a los 323 muertos del crucero General Belgrano.
La aportación específica de la mujer a la política es esencial hoy día. Su hacer político, dado su particular carisma, puede promover la paz y resolver los conflictos, escogiendo cualquier medio menos la guerra. Aparte de que ella percibe quizá de distinta manera la disociación entre el poder, la justicia y la ética, cosa que está llevando a muchos políticos a sacrificar los valores humanos por mantener sus posiciones de poder.
Con esto no digo, ni mucho menos, que la mujer se encuentre en un plano superior al del hombre, ni siquiera igual o inferior. Simplemente es un universo diferente del cual nace la intuición, la sutileza, la sensibilidad y la entrega como característica de su esencia. Mientras que a su vez el varón representa otros valores, criterios y expectativas generalmente distintos a los de la mujer, pero no por ello incompatibles sino complementarios.
Maite García Romero
maite1370@gmail.com