Mientras para los Estados Unidos el activismo y la expansión de Irán en América Latina representa una amenaza creciente a su seguridad, otros países lo ven como una oportunidad y consideran a Irán como un país amigo e inclusive un aliado estratégico.
La cuestión iraní tiene múltiples dimensiones e implicancias para América Latina. Desde que el presidente Ahmadinejad arribo al poder en 2005, el protagonismo de Irán en la región y sus relaciones privilegiadas con Venezuela y demás países del ALBA han sido fuente de inquietud e interrogantes. El avance iraní es coyuntural para Latinoamérica a raíz del desarrollo de su programa nuclear, este hecho ha colocado a Irán como un estado que ha cruzado las líneas rojas permitidas por la comunidad internacional. En este marco, las posiciones que adopto el gobierno del presidente uruguayo José Mujica y el impulso de sus relaciones políticas y económicas con el régimen de los Mullah podrían entonces afectar sus relaciones con sus vecinos y desde luego con los EE.UU.
Lo concreto es que las relaciones del régimen iraní con países latinoamericanos permanecen sujetas a debate y especulaciones dentro de la comunidad internacional dada la manifiesta agresividad expresada por Teherán no solo para con el Estado de Israel cuando pregona su aniquilación, sino por sponsorear abiertamente organizaciones como Hezbollah en Líbano, Hamas en Gaza y al Movimiento Yihadista chi’ita en Irak, como también por la amenaza creciente de sus sistemas balísticos al haber desarrollado misiles de largo alcance que exceden la geografía del Oriente Medio y pueden alcanzar puntos sensibles en el sur y el centro de Europa Occidental.
En los últimos años, las preocupaciones surgidas del activismo de Irán en América latina han girado alrededor de los aspectos relacionados con su Dossier nuclear. En este punto existen dos tipos de preocupaciones con relación al programa: La primera es que Irán se aproveche de sus relaciones con países como Venezuela y Bolivia para evadir las sanciones internacionales en su contra y que intente aprovisionarse de uranio en esos países. La segunda, es que países de la región se beneficien de la ayuda de Irán para desarrollar su propio programa nuclear no solo para fines civiles, sino también militares. También es muy posible que Irán esté buscando financiar su programa nuclear a través de bancos como el Banco Internacional de Desarrollo o el Banco Binacional Iraní-Venezolano basado en Caracas. En contraprestación, el apoyo que Irán podría proveer a Venezuela para que desarrolle sus propias capacidades en materia nuclear no resulta descabellado, en septiembre de 2010, el presidente Chávez reveló que su país había iniciado estudios preliminares para avanzar en un programa nuclear con “fines puramente pacíficos” y no negó la posible colaboración de Teherán en el proyecto, esa posibilidad resulta bastante concreta y no se debe descartar, pero el costo podría resultar demasiado elevado en comparación con los beneficios que traería para Irán hacer de Venezuela una potencia nuclear, si Venezuela quisiera realmente desarrollar una industria nuclear civil, le sería más fácil y más eficiente coordinar con Rusia que ya coopera con Irán, que acudir de manera secreta a Irán con todos las consecuencias que eso podría generar. La hipótesis restante sería que Venezuela busqué la cooperación de Irán en materia nuclear para dotarse a largo plazo del arma nuclear, pero este escenario, aunque posible, implicaría que Irán, primero acceda y maneje tecnología nuclear militar, lo cual sería el equivalente a la violación por parte de Irán del Tratado de No Proliferación Nuclear al cual adhirió en 1970, al exportar su know-how a otros países del mundo, además implicaría sobre todo que Venezuela tenga la capacidad técnica y científica para desarrollar un programa nuclear, lo cual los expertos, tanto venezolanos como extranjeros dudan que sea posible. En resumen, que un país como Venezuela logre desarrollar su propio programa nuclear civil con el riesgo de que termine adquiriendo armas nucleares parece poco probable o por lo menos remoto. Sin embargo, la preocupación principal a corto plazo no es tanto que Irán apoye a otros países de la región a desarrollar programas nucleares, sino que Irán se sirva de ciertos países latinoamericanos para evadir las sanciones internacionales en su contra y adquiera fondos, tecnología y materia prima (uranio) para el desarrollo de su propio programa nuclear.
En el presente, lo preocupante es el apoyo de Irán a acciones violentas en el continente latinoamericano así como a grupos potencialmente desestabilizadores y pro-yihadistas en países como Argentina, Chile y Uruguay, y es esto lo que debería generar la atención y el foco de la cuestión en los gobiernos de esos países. Aunque las cancillerías y los ejecutivos de Buenos Aires y Montevideo minimizan este punto y parecieran mirar hacia otro sitio de manera peligrosa e irresponsable al tiempo que priorizan supuestos acuerdos bilaterales que estimularían los negocios en el caso uruguayo y poco se dice que la intromisión iraní en la región es mayor a la de la ex Unión Soviética en la década de los ’70.
La República Islámica de Irán no solo mantiene cercanía con movimientos de izquierda latinoamericanos sino que el Departamento de Estado ha indicado en 2010 que también ha construido lazos con grupos terroristas en la región. Conocido por su proximidad con Irán, el Hezbollah, movimiento libanes chi’ita, clasificado por los EE.UU. como organización terrorista y que, según Washington, está presente en América latinatambién mantiene vínculos con movimientos terroristas en el continente.
En el caso uruguayo, a pesar que no está entregado plenamente a la influencia chavista-venezolana, Uruguay se ha acercado peligrosamente a Irán en los últimos años. En 2011, Irán logro que Uruguay se abstuviera de apoyar el nombramiento de un relator especial de las Naciones Unidas para que este investigue la situación de graves violaciones de los derechos humanos en Irán. Poco después, en abril de 2011, el canciller uruguayo visitó Irán en el marco de una gira por Medio Oriente donde diputados oficialistas expresaron su abierto apoyo al régimen teocrático de Khamenei-Ahmadinejad. Por último, el 29 de julio pasado sucedió el hecho más bochornoso donde el gobierno del presidente Mujica se mostro laxo y no fue terminante en condenar declaraciones del encargado de negocios de Irán en Uruguay negando la existencia del Holocausto sino hasta que no le quedo mas opción y después de varios días de las declaraciones del diplomático iraní.
Los gobiernos latinoamericanos que aun no han caído bajo la influencia plena de la corriente castro-chavista deberían replantear sus relaciones con regímenes represivos del Oriente Medio y el gobierno uruguayodebería tomar sus precauciones y actuar con profesionalismo y seriedad en lo concerniente a sus relaciones con el régimen de Teherán si es que desea mantener la imagen y reputación positiva que la República Oriental del Uruguay ha detentado durante toda su rica historia. De lo contrario, si profundiza sus lazos con el régimen Khomeinista, ello será sumamente negativo a largo plazo, y hay que recordar, que el precio de las equivocaciones en política lleva un alto coste que, infortunadamente, siempre o casi siempre se refleja en la paz social, y son los ciudadanos y la sociedades civiles quien acaban pagando los errores políticos y estratégicos de sus gobiernos.