Aunque ya lo intuíamos, parece que se acaba de confirmar la vacuidad del mensaje político de nuestros gobernantes, capaces de rizar el rizo con frases tan vacías y tan carentes de contenido como «haremos lo que hay que hacer» y no sonrojarse al pronunciarlas, dejando que un escalofrío de pavor recorra nuestros cuerpos ante la que se nos viene encima, no tanto por las reformas que se produzcan, sino por aquellos que las llevaran a cabo.
No sé tú, pero yo, como ciudadano de un país más o menos avanzado, exijo de mis gobernantes que me cuenten, o al menos lo intenten, todas aquellas medidas que tienen pensadas emprender para sacar adelante mi país y no que me traten como un borrego ignorante al que se le puede mandar mensajes sin contenido para contentarme y seguir ganando tiempo hasta que la próxima cita electoral, en este caso Andalucía, deja vía libre a otro tipo de políticas.
Y por si fuera poco, nos encontramos con que el principal partido de la oposición anda enzarzado en un congreso, prematuro y repleto de continente, más que de contenido, que no le permite hacer oposición, y que, salvo sorpresa mayúscula de última hora, no aportará ningún cambio significativo en el horizonte socialdemócrata ni ninguna esperanza ilusionante que pueda hacer confiar en vías alternativas de desarrollo.
Ante tal escenario, uno apuesta por estar al tanto de lo que sucede en la política alemana, la verdadera regidora de nuestros designios, deseando que el partido de Merkel pase al banquillo de los suplentes en favor de los socialdemócratas, para que llegue a Europa un soplo de aire fresco que apueste por reducir la velocidad de los recortes y por ahondar en políticas keynesianas de crecimiento económico.
Mientras tanto, regreso a casa donde me espera mi mujer para cenar, y a la pregunta de rigor, «¿qué hiciste hoy?», le responderé sin inmutarme «hice lo que tuve que hacer».