HAY CAMINO QUE PARECE DERETCHO A LA PERSONA, MA SU CAVO NO SALE DERETCHO. Refrán sefaradÃ.
Genéricamente, en el idioma árabe, la palabra alquibla denomina una dirección. En el Islam se define como la dirección, la única dirección, la que lleva a la Kaaba, hacia la que los musulmanes deben orientarse cada vez que rezan. En cada mezquita existe una señalización indicando donde se encuentra la alquibla; se llama mihrab.
Al principio de los musulmanes tiempos, tras las espirituales primeras razias, Mahoma pretendÃa ganarse a los judÃos para que lo aceptaran como profeta. AsÃ, ordenó que sus adeptos rezaran en dirección a la Alquibla Alqadima, pero al no ser reconocido como profeta por los judÃos, decidió que los creyentes moviesen sus alfombras de rezo en dirección a La Meca. Los musulmanes consideran incuestionable no solo rezar en esa dirección, sino también hacerlo al sacrificar un animal, enterrar a alguien y hacer las necesidades fisiológicas. La Meca es su ciudad santa, está prescrito en el Corán.
Los acontecimientos históricos sucedidos en Jerusalén durante muchas décadas tras aquel cambio de opinión, y su efecto cultural y religioso, pueden hacer suponer que la fijación de los musulmanes con la Ciudad Santa es debida a unas supuestas y reiteradas referencias y citas sobre ella en el Corán. Grueso chasco. Nadie. Digo bien: nadie puede decir, sin mentir descaradamente, que ha encontrado en el libro sagrado de los musulmanes ni una sola mención a ninguno de los nombres con que Jerusalén ha sido conocida. Ni una sola palabra en dicho libro cita explÃcitamente a Jerusalén. Es más, cuando en el Sura 2 se habla de una primera dirección para la oración (Alquibla), no se refiere a Jerusalén, habida cuenta de que, como antes he dicho, hubo un cambio de “dirección†hacia La Meca, como resultado del fracaso de Mahoma al intentar atraer a los judÃos y que lo reconocieran como profeta. Cuando en el 638 los musulmanes conquistaron la ciudad, impusieron tributos, pero prefirieron no mezclarse con sus ciudadanos, infieles, acampando en las afueras.
Por otro lado, la relación de los judÃos con Jerusalén es inmanente; sus lazos, indisolubles. No se conoce otra ciudad que haya desempeñado un rol tan importante en la vida de su gente, en su historia polÃtica, religiosa y cultural, como Jerusalén con los judÃos desde que el Rey David le otorgara la capitalidad del Estado, 1635 años antes de que Mahoma tuviese problemas con el gps en su búsqueda de La Meca. Este vÃnculo, que ha asombrado y asombra al resto de la Humanidad, ha permanecido inmarcesible incluso durante el exilio. Su nombre ha formado parte de las oraciones diarias de los judÃos a lo largo y ancho de su Diáspora. Ha sido su sÃmbolo y personificado sus anhelos de retorno, y la presencia judÃa en sus calles, permanente, mayoritaria desde 1880. Los dos tercios de la población jerosomilitana que conforman los judÃos arropan incluso las referencias espirituales e históricas de la cristiandad. Al fin y al cabo, según la tradición cristiana, estas referencias tuvieron su génesis en el JudaÃsmo. Tuvieron que ser los musulmanes, ya en pleno siglo veinte, quienes prohibieran a los judÃos la entrada a la Ciudad Santa y venerar sus santos lugares, una vez que el Armisticio otorgara a los jordanos la ocupación del sector oriental, incluida la Ciudad Antigua. Ya habÃan destruido las 58 sinagogas que existÃan y profanado los cementerios judÃos. Tras la Guerra de 1967, obviamente, casi todo volvió a su ser: Jerusalén fue unificada, los jordanos alejados y humillados, aprobada la Ley de Protección de los Sagrados Lugares, que garantiza el libre acceso a los mismos. Los cristianos y los musulmanes, con la protección de las leyes israelÃes, administran sus respectivas instituciones y lugares sagrados. Podemos decir como resumen y con absoluta firmeza que, si pensamos en Jerusalén como la Ciudad Santa, es debido al JudaÃsmo, y que los israelÃes, los judÃos, la consideran la capital indivisa y eterna de Israel.
Es bien sabido que desde su inicio y desarrollo, el Islam ha ido adquiriendo de los pueblos conquistados los elementos religiosos, culturales y jurÃdicos con los que ha conformado su conjunto de creencias. AsÃ, como ocurrió en Jerusalén, en cada ocasión que el Islam puso sus ojos en un lugar, propio o extraño, otorgándole dosis de su peculiar santidad, éste se ha convertido, ipso facto, en foco de tensión. Apresurada y tardÃamente en el devenir histórico, con los mismos ánimos imitativos y emulando el proceso cristiano, hacia el siglo XI señalan en ella una roca como santa, y la identifican como el lugar de ascensión de Mahoma. Para ello hubieron de esperar a conquistar la ciudad., cuando según la tradición hacÃa tiempo que Mahoma ya habÃa iniciado el viaje desde un lugar cercano a la Kaaba.
No hay más. Quitamos la literatura y únicamente queda la intoxicación propagandÃstica. La novÃsima Autoridad Nacional Palestina, creada en 1994, ha sido el martillo pilón utilizado por los tradicionales y no siempre visibles enemigos de Israel para debilitarlo, deteriorando su imagen, aún más si cabe, exacerbando un asunto que en la opinión pública mundial ya se ha constituido en el “problema que pone en peligro la seguridad y paz mundialâ€: Jerusalén. La ANP ha venido presionando, ora mendicante, ora parapetada tras las faldas, los cohetes y los AK-47 de Hamás, con una campaña de revisión histórica para arrancar de un tirón 3000 años de la historia judÃa en su Capital eterna. Peones o tÃteres del islamismo mundial, los árabes y musulmanes de la zona saben que no son más que el cono sur del bluf llamado “Gran Siria, la imaginaria y nonata. Saben que están programados para constituirse en cualquier cosa menos en parte de Israel, reclamando un cacho de Jerusalén porque ello supone restárselo a los judÃos, y para que también forme parte de su “Dar al Islamâ€, puesto que, tal y como El Corán ignora la existencia de Jerusalén, tampoco ha sido nunca, nunca, capital de un Estado árabe ni islámico.
Aunque en el Plan de Partición, las NN.UU. imponÃan a Jerusalén un estatus internacional de separación, Jordania lo violó, conquistando su parte oriental en su coaligada invasión del recién proclamado Estado de Israel. 1948. La división de la ciudad duró diecinueve años, hasta que fue unificada por el Tzhal en la Guerra de los Seis DÃas. Ya era la Capital del Estado desde el mes de diciembre de 1949 por quinta vez en la Historia. No en balde su nombre es mencionado 670 veces en la Torá; Sión, 154 veces citado. Se ha escrito miles de veces que la Historia no se reescribe. Lo hecho, hecho está. Los árabes y musulmanes perdieron la partida polÃtica en 1947 y la ventaja temerariamente ofrecida por Barak en el 2000. En todo caso, las actuales negociaciones no deben crearles más expectativas que un digno acuerdo y una buena vecindad con Israel; de la suspicacia israelÃ, nada que conlleve una mÃnima promesa de partición o de limitaciones y condicionantes sobre la construcción o amejoramientos residenciales en Jerusalén.
“Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha; que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrÃasâ€, dice el Salmo, y ahà es nada. “El año que viene, en Jerusalénâ€, es la despedida entre judÃos, promesa milenaria de recuperar los lugares de oración, de reconocerse en el Kotel, mutuamente, como si hubiera sido ayer el último dÃa, como si no hubiese pasado el tiempo.
Haim