Ciencia

“Hay mucha opinión que pasa por ciencia”

En pleno corazón financiero de la capital, donde el tiempo se convierte en el bien más anhelado, un nutrido grupo de personas se relaja escuchando hablar de filosofía, ciencia y pensamiento racional. La Fnac de Castellana es el lugar elegido por Jesús Zamora, catedrático de Filosofía de la Ciencia de la UNED, para presentar su último libro “La caverna de Platón y los cuarenta ladrones” (2011, lepourquoipas).

¿Qué mueve a un profesor a publicar en un libro las reflexiones filosóficas de uno de sus alumnos, Silvestre Guzmán?

Un profesor es lo más parecido que hay a un alumno. Hacerse profesor es la mejor manera de seguir siendo alumno, de repetir un curso tras otro. Claro, que como buen repetidor, cuanto más repites te haces más y más pícaro. Silvestre es en gran parte la personificación de esa picardía.

Desapareció de forma misteriosa. ¿Ha vuelto a tener noticias de él?

Por desgracia, no. Pero es un tipo impredecible, puede reaparecer en cualquier momento.

Entrando en el contenido del libro, afirman que nuestras creencias morales son todo ilusión. En ese caso, ¿todo vale?

Depende. Si lo que quieres decir con “todo vale” es que no hay un criterio objetivo que determine qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, pues entonces, todo vale. Si lo que quieres decir es que “todo vale” en el sentido de que todo el mundo tiene derecho a hacer cualquier cosa que quiera, pues no, porque si las creencias morales son ilusorias, eso incluye a las que se refieren a los derechos, incluso ese supuesto derecho a hacer lo que uno quiera. Y por último, si con “todo vale” quieres decir que a cada persona le parecerá que cualquier cosa está bien, pues tampoco es verdad: si los criterios morales son subjetivos, como defiende Silvestre, eso no quita para que cada uno tenga los suyos y se preocupe de vivir de acuerdo con ellos.

Por lo tanto, el conocimiento científico se convierte en la única realidad.

Es que llamar a algo “conocimiento científico” quiere decir que se ha aceptado sólo después de una profunda crítica en la que hemos empleado nuestros mejores criterios para determinar si algo es verdadero o falso, o al menos aproximadamente verdadero. De todo aquello de lo que no tenemos “conocimiento científico”, en realidad no tenemos ningún tipo de conocimiento que merezca ser llamado así, tan sólo opiniones subjetivas, más o menos fuertes, más o menos compartidas, pero subjetivas al fin y al cabo. Y esto tampoco quiere decir que todo lo que se dice que es “conocimiento científico” lo sea realmente: hay mucha opinión que pasa por ciencia.

¿Ve factible que en el futuro el mundo de la ciencia se comporte como “un mercado libre de ideas”? Hoy por hoy, parece complicado.

Decía Kant que nuestro pensamiento se parece a una paloma que vuela por el cielo y, al sentir la resistencia del aire, desearía que no existiera el aire para no tener esa resistencia, sin darse cuenta de que el aire es lo que la sostiene y la impide caer. Es cierto que en la ciencia hay un montón de normas institucionales y de relaciones de poder, pero no creo que si esas normas y esas relaciones simplemente desaparecieran, la ciencia fuese automáticamente más libre. ¿Quiere esto decir que la ciencia, tal como es, es la mejor posible? No necesariamente, pero la alternativa no es el “todo vale”, sino ir reflexionando y experimentando con normas nuevas y juzgándolas en cada situación.

Presenta este libro una semana después de participar en un congreso en la Universidad de Nancy (Francia), donde ha hablado sobre la autoría conjunta de los artículos científicos.  ¿La unión hace la fuerza?

En ese congreso me planteaba: si los científicos son evaluados según lo que cada uno ha descubierto, ¿por qué no decir en los artículos cuál es la parte exactamente con la que ha contribuido cada autor? Sería algo parecido a los títulos de créditos de las películas: “fulanito hizo esto; menganito hizo aquello; etc.”. Una posible respuesta es que, obviamente, hay veces en que la colaboración necesaria es tan intensa que es difícil saber quién hizo qué. Pero yo proponía que otro factor relevante puede ser el hecho de que el descubrimiento que hace un equipo de científicos es algo más que la suma de las contribuciones de cada uno.

¿Puede ponernos un ejemplo?

Dos matemáticos pueden demostrar un teorema muy importante (digamos, T) de la manera siguiente: uno de ellos demuestra una cierta premisa o lema (digamos, L); el otro demuestra que T se deduce de L. Lo que cada uno de ellos habría demostrado por separado no sería tal vez un descubrimiento matemático tan importante como T, pero conjuntamente han demostrado T. Así que los dos reciben más mérito si ambos aparecen como descubridores de T, que si aparecen como descubridores de un paso en la demostración de T.

¿Otorga más prestigio firmar un artículo de forma individual o conjunta?

En el congreso propuse un argumento para mostrar que dos científicos obtienen más reconocimiento si cada uno firma un artículo individual, que si los dos artículos se publican firmados por los dos. El argumento es muy sencillo: si fuese al revés, lo que veríamos es que todos los científicos se pondrían de acuerdo por parejas (o por grupos) contribuyendo cada uno con un artículo individual, pero firmándolos entre todos. Parece que esta falsa coautoría, no sucede de forma regular, así que debe de ser porque un científico prefiere tener un artículo firmado por él solo que dos artículos firmados con otros autores.

Coméntenos alguna anécdota que conozca de autoría conjunta falsa que se haya destapado.

Lo que es muy habitual es, no tanto el ejemplo que acabo de poner, sino el que se introduzcan como autores a científicos más prestigiosos que en realidad no han colaborado nada, o casi nada, y que son añadidos, bien porque así los autores verdaderos esperan que es más fácil que el artículo sea publicado y leído, o bien porque el “autor falso” tiene poder suficiente sobre los otros para conseguir que le hagan ese favor.

¿Esta tendencia a la firma conjunta se seguía también en los primeros artículos científicos?

En realidad, el artículo científico es un producto relativamente reciente. En la antigÁ¼edad, y hasta la revolución científica del XVII, todo lo que se escribía solían ser libros, y también cartas dirigidas a colegas con nombre y apellidos. Las revistas como colecciones de pequeñas contribuciones sólo se convierten en la norma en el siglo XIX. Y en general, tanto en el periodo más antiguo como en los inicios de la ciencia moderna, la coautoría no es muy habitual, más bien es casi inexistente. Es sólo con el inicio de la “gran ciencia”, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los proyectos de investigación se hacen tan complejos que la colaboración, y con ella la coautoría, se hace necesaria.

Ha compartido programa con otros expertos en filosofía de la ciencia. ¿Creen que es un campo que no se estudia lo suficiente?

El coloquio en el que participé trataba sobre “Los aspectos colectivos de la ciencia”. En efecto, creo que se trata de un tema que todavía tiene mucho espacio para crecer. Tradicionalmente ha habido una división entre los sociólogos de la ciencia y los filósofos de la ciencia. Nosotros, los filósofos, no solíamos considerar que el hecho de que la ciencia tuviera que ser hecha en equipo o pudiera ser realizada por un solitario Robinson Crusoe tuviera ninguna repercusión sobre los aspectos que nos interesan a los filósofos. El coloquio de Nancy es una muestra de que tal vez eso esté cambiando.

Filosofía trufada de ironía

Entre las páginas de este ensayo no va a encontrar una sucesión de aburridos dogmas filosóficos. Filosofía hay, y ciencia, y religión, pero contempladas con un prisma diferente. Jesús Zamora y su alumno, Silvestre Guzmán, se intercambian los papeles para conducirnos por extensos laberintos donde ponen patas arriba los cánones establecidos. Un ensayo para leer con calma puesto que el lector tendrá que asimilar el sentido de la religión en la sociedad contemporánea, que aflora en un bar de carretera de Molina de Aragón, junto a la utopía del mundo científico sin barreras económicas que se plantea unas páginas después. Y todo ello, partiendo de una premisa fundamental: el único modo de conocimiento válido sobre el mundo es el que nos proporcionan las ciencias naturales. Imprescindibles son los socarrones poemas que encontrarán en las últimas páginas: si alguna vez ha evaluado un proyecto científico, se le escapará una carcajada.

FICHA TÁ‰CNICA:

La caverna de Platón y los cuarenta ladrones

Jesús Zamora Bonilla, Silvestre Guzmán

Editorial: lepourquoipas

303 páginas

22 euros.

Laura Chaparro / divulgaUNED / SINC

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.