Sociopolítica

Hernán Zin: “La verdad está en las víctimas, en su historia. Quien hoy no quiera conocerla, carece de excusa”

Viajero compulsivo, escritor y reportero convencido. Hernán Zin es, además de un audaz e intrépido periodista, un verdadero ejemplo de Humanidad, con hache mayúscula. Sus viajes por los cinco continentes le han llevado a observar, ayudar a las personas más desfavorecidas y narrar numerosas historias que ahora ya nadie puede olvidar. Durante los últimos quince años, Zin ha viajado por más de una docena de países, entre ellos, Afganistán, Palestina, Argelia o Nicaragua. Desde 2006 y como él dice, «se ha puesto el casco y las botas para sumergirse en las entrañas de la guerra», cuyo fiel reflejo es su blog personal, Viaje a la guerra. Entre libros, reportajes y documentales, también ha tenido tiempo para firmar en medios de comunicación como la Cadena SER, Interviú, El Mundo, La Nación o RNE. Ahora sí, señor Zin, hablemos de sentimientos…

ERESMAS-Hasta hace muy poco, su destino fue Afganistán, pero ha viajado por África, Asia y América Latina dando luz a poblaciones muy necesitadas. ¿Cómo valora su experiencia hasta la fecha?

Me siento sumamente afortunado de poder hacer este trabajo, de haber vivido todas estas experiencias. Y no porque lo que haya visto o contado resultase grato. Al contrario, ojalá no existiese esta realidad. Ojalá la guerra, la pobreza, la explotación, fueran meras ficciones.

De algún modo siento que es un privilegio, al tiempo que una responsabilidad, poder escuchar a la gente y quizás, con un poco de suerte, poder ser amplificador de sus deseos, de su lucha y, no en pocas ocasiones, de la extraordinaria dignidad con la que se enfrentan al destino que les ha tocado.

Me refiero, por supuesto, a gente postergada, ultrajada, por las ambiciones del poder. Una familia que lo acaba de perder todo bajo las bombas en Gaza. Un chaval que trabaja catorce horas al día en un taller de la India.

La generosidad con que te hablan, con que se abren a ti, te muestra lo mejor de la condición humana, frente a lo otro, lo que está alrededor, lo peor, lo más mezquino. Y, de alguna forma, esto te enriquece, te abre los horizontes y te da como narrador un sentido que, al menos yo, considero sumamente valioso.

-¿Qué tiene Afganistán, aparte de ser uno de los centros conflictivos más importantes del mundo?

Es un país complejo, fascinante, que como narrador a uno lo subyuga, con tantas historias que contar, con tanto que aprender y compartir. Basta poner el espejo, la pluma, que las historias se suceden. Un terreno muy resbaladizo a la hora de sacar conclusiones, por lo que también exige un ejercicio de contención.

Al menos a mí me resulta imposible deslindarlo de su actual situación, ver más allá de los niños que trabajan, de las mujeres quemadas, de la violencia fratricida,  de las mentiras y equivocaciones de Occidente, de la corrupción, del extremismo, de la guerra.

-Por su experiencia… le diré que me recuerda al maestro Kapuscinski.

Bueno, ¡¡¡esas son palabras mayores!!! Por ahora, con tratar de hacer narraciones lo más honestas y fidedignas posibles, junto a quienes carecen de altavoces para reivindicar sus derechos, sus necesidades, me contento. Como decía al principio, me siento muy afortunado. Más que una profesión, esto es un oficio. Y más que un oficio, una forma de vivir, que se disfruta y se sufre en el día a día, por lo que se aprende, por lo que se comparte, por todo lo que se recibe.

-Gracias a su libro Helado y patatas fritas y a un ambicioso documental sobre la pederastia en Camboya, las autoridades lograron detener a muchos implicados. ¿Cómo surgió la idea y qué experiencias recuerda de su investigación?

Caminaba por las calles de Phnom Penh, la capital de Camboya, cuando vi a un hombre -que luego sabría que era belga- que cogía a un niño muy pequeño de la calle y se lo llevaba a un hotel. Así comenzó todo. A raíz de seguir al belga di con otros pederastas: un francés, un austríaco, un italiano. El viaje, que inicialmente iba a durar una semana, se extendió a varios meses.

Recuerdo, ante todo, la conversación con un pederasta que torturaba a los niños y vendía sus fotos en Internet. Durante mucho tiempo tuve pesadillas, en especial mientras escribía Helado y patatas fritas. Y la conclusión que saco es que, si a un adulto como yo, el mero hecho de hablar con este hombre le causa semejante impacto, ¿qué efecto habrá tenido en sus víctimas?

-Se dice que ninguna guerra se parece a otra. Tras Palestina, Israel, Sudán, Argelia y otros tantos, ¿puede confirmarlo? Seguro que recuerda alguna experiencia humana con especial afectividad…

Cada conflicto es único, sin duda, como cada experiencia humana. Pero todos están unidos por intereses similares, económicos, de poder. Como dice Fisk, es el momento en que los políticos deciden que otros deben morir en pos de sus ambiciones.

¿Recuerdo que albergue con afecto? Cientos. Tantas veces me han recibido con generosidad, sin cuestionamientos, en casas, en hospitales, en entierros. Gente que había perdido a un ser querido, que había sufrido en carne propia los efectos de la violencia. Es algo que se valora, que se agradece. Y que, de algún modo, crea un vínculo entre el entrevistado y tú. Lo que te dice, sin decirlo es: «Cuenta mi historia, para que haya justicia, para que esto no se repita».

«Quiero conocer a fondo qué implica una guerra. Más allá de las balas, las muertes, los refugiados, todo lo que habitualmente vemos en televisión o lo que leemos en la prensa, deseo ponerme en la piel de quienes sufren sus terribles consecuencias». Así comenzaba a escribir su blog, Viaje a la guerra. ¿Ha cumplido su objetivo? ¿Es cierto que la ciudadanía de los países desarrollados sigue teniendo una venda en los ojos?

En los dos años y medio que llevo escribiendo Viaje a la guerra, mi comprensión de lo que implican los conflictos armados, ha crecido exponencialmente, sin duda. La certeza de sus verdaderos intereses. Y el horror ante la maquinaria bélica, financiera y de grupos de presión que los alientan y sustentan. Un negocio monstruoso, infame, que cuesta creer cuán aceptado y extendido está, desde los fabricantes de armas con sus ferias, sus luchas por los fondos públicos, hasta las empresas militares privadas.

Con respecto al público occidental, creo que Irak le ha abierto los ojos sobre el significado real de una guerra. Hasta en EEUU parecen haber comprendido el mensaje. Ojalá sirva para poner fin a la violencia en Sudán, en Somalia, en Afganistán, en Palestina.

Se suele decir que la primera baja en la guerra es la verdad. No estoy de acuerdo. La verdad está en las víctimas, en su historia. Y hoy, con todos los recursos de comunicación que tenemos, quien no quiera conocerla carece de excusa.

-Como bien escribe, la esclavitud sexual sigue siendo una realidad alimentada hoy en día. ¿Qué vías, a su juicio, podrían existir para controlarla?

El factor principal pasa por la miseria. Sin pobreza, difícilmente cabría la explotación. Es la falta de recursos la que hace vulnerable a vastos sectores de la población mundial. Y, por supuesto, reducir la demanda, perseguirla. El que paga también es culpable, por más relativismo o excusas que se quieran esgrimir.

-Los suicidas palestinos también han centrado su atención. Comenta el caso de una joven, llamativo por cierto, pues la mayoría de los casos pertenecen a hombres. ¿Cómo es el trato con la familia de uno de ellos? ¿Qué impulsa a una joven a suicidarse en esas circunstancias?

En el caso que narré hace unos años, fue el asesinato de un amigo cercano lo que lo llevó a tomar la decisión de hacerlo. El joven en cuestión sentía que era una venganza, que era un sacrificio por su gente, una forma de llamar la atención sobre la situación de su pueblo. No entro en valoraciones. La familia me abrió las puertas de su casa porque de algún modo les había demostrado que iba a escuchar, sin prejuicios, sin los habituales maniqueísmos. Confío en contar la historia, con todos sus matices, y que luego los lectores saquen sus conclusiones.

-¿Es constatable, desde su experiencia, que existe esa llamada «cultura del odio» en países en guerra?

La violencia se contagia y nos afecta de formas insospechadas. Inclusive a mí, que soy un mero testigo. Cuando entra en escena, de forma desatada, desenfadada, no podemos esperar más que se potencie, crezca y se multiplique. El círculo del odio. Por eso la violencia nunca puede ser un recurso para dirimir las disputas políticas o económicas.

-Un soldado israelí te cuenta que su modus operandi se basa en negar la realidad y tratar al palestino como un animal, utilizándolo, por ejemplo, para probar si un paquete requisado en plena calle es una bomba. ¿Qué siente al escuchar tales palabras?

Lo que me generó en su momento, y ahora, es una honda reflexión sobre las ocupaciones, sobre su lógica, que se da ahora en Palestina y que se dio en cada ocupación a lo largo de la historia.

Ver al otro como un objeto, despojarlo de su humanidad, humillarlo. Así es como funcionan. Así es cómo un poder foráneo mantiene el control sobre un territorio que no le pertenece, en este caso, Cisjordania, que según la ONU pertenece a los palestinos, aunque haya allí cientos de miles de colonos israelíes.

Sí marcó un punto de inflexión. Desde entonces, las noticias como la que apareció hoy en la prensa, el vídeo del disparo a sangre fría a un prisionero palestino, no me sorprenden. Es la lógica por la cual un ejército inferior numéricamente hablando controla a una población que lo supera en número.

Pero como en el caso del suicida palestino, al momento de escribir la crónica traté de escuchar sin prejuicios para dejar que el lector saque sus conclusiones. No hay diferencias en este sentido.

-¿Qué mentiras existen todavía en torno a la existencia y uso de las bombas de racimo en Líbano?

El uso de las bombas de racimo en Líbano fue admitido por los altos mandos israelíes apenas terminó la guerra de julio de 2006. No hay dudas al respecto. Son más de un millón. En dos ocasiones he acompañado a los artificieros que las desactivan, pues estaban desperdigadas por todo el país al sur del río Litani.

La gran mentira de esa guerra fue decir que no había otra opción. A los que abogamos por un intercambio de prisioneros con Hezbolá, el tiempo nos ha dado la razón. Finalmente, esta semana, Ehud Olmert lo ha hecho. Podría haberse ahorrado el millar de civiles libaneses muertos.

-James Miller quizá sea un nombre que pocos conozcan. ¿Qué resaltaría de su figura si tuviera cinco minutos para hablar sobre él en una clase de Periodismo?

Diría que era un reportero de primera, cuya muerte la profesión lamenta profundamente. Denunció desde la situación de la mujer en Afganistán hasta los abusos a civiles en Chechenia. Murió en Gaza, por el disparo de un soldado israelí, cuando caminaba por Rafah.

En lo personal, cuando estaba en la franja me hablaban a menudo de él. «Ten cuidado, recuerda lo que le pasó a James Miller», me decían. De allí nació la sección Morir para contar, en la que intento homenajear a los compañeros que se quedaron en el camino.

-En uno de sus últimos textos, habla de cómo se vivió el 4 de julio (Día de la Independencia Americana) en Afganistán. ¿Cómo fue ver aquello?

La verdad, no con poca perplejidad. Y con cierto miedo, se disparaba tanto que temía que en algún momento algo pudiera salir mal. Pero también, comprendiendo el lugar y las circunstancias de los soldados. Como decía antes, intento no juzgar la realidad de quienes me rodean, simplemente reflejar su comportamiento.

Cuando se trata de políticos, de gente de poder, sí me siento con más derecho a mostrar mi opinión, mi decepción, mi enfado. Después de todo, son los que suelen meternos en todo esto. Aunque también los ciudadanos tenemos mucho que decir y en cierta medida no dejamos de ser cómplices.

-Entre libros y un blog que se actualiza con frecuencia usted está contribuyendo a darnos unas lecciones impactantes a los jóvenes periodistas. ¿Qué consejos le daría a quien quisiera investigar sobre estos asuntos?

No sé si estoy cualificado para dar lecciones. Pero bueno, si a alguien le pudiera interesar, le diría que siga adelante, que sea testarudo, que no se rinda, aunque al principio conseguir el dinero para financiar una viaje no sea sencillo, o colocar los reportajes.

Tarde o temprano, si el trabajo es honesto, encuentra su sitio. Todavía quedan editores sensatos, que creen en el periodismo y no sólo en el show de la información, en la noticia chatarra y en el refrito del refrito.

Y que no olviden la función social del periodismo. Ya los grandes intereses tienen recursos para hacer oír sus voces, que intenten fijarse en quienes no han tenido la misma suerte. Además, son los que más te enriquecen como persona, como narrador.

-Para terminar, ¿tiene algún proyecto o documental nuevo en mente que nos pueda adelantar?

Acabo de terminar un documental sobre la vida en diversos barrios de chabolas del mundo. Y ahora comienzo uno sobre la violación como arma de guerra. Por eso mi reciente viaje al Congo, Ruanda y Sudán.

En pocas palabras…

Un libro… Viaje al final de la noche, de Celine.

Un disco… Because of the Times, de Kings of Leon y First impressions of Earth de The Strokes.

Una película… Amarcord, de Fellini.

Un destino… mi casa en Madrid.

Un personaje histórico… todos los seres anónimos que han luchado por un mundo mejor.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.