Sociopolítica

Homo sapiens

Modesto Roldán, pintor extraordinario de azarosa vida que ahora, con muchas décadas de arte, amor y saber a cuestas, vive refugiado en un puebluco del altiplano escurialense, me envía el siguiente texto…

“Guardo en mi cerebro una traza de fuego. Grabada con la misma brutalidad con que se graba en la piel de una res el nombre de su propietario. Tendría yo en aquel momento la veintena bien cumplida. Fue en París en una sala de cine muy poco visitada porque nunca pasaban filmes muy populares o divertidos. Aquel día proyectaban un documental de los años 45, encontrado por las fuerzas liberadoras al final del conflicto y realizado por las mismas fuerzas de ocupación alemanas en Polonia unos años antes. Era un film torpemente hecho pero tenía todo el cariz de ser una pieza auténtica y real. Eran imágenes en blanco y negro. Sólo un soldado alemán podía haberlas realizado no sabemos con qué fin, tal vez el de conservar un souvenir personal de su aventura. En primer plano se veía la puerta de entrada del campo de exterminio de Auschwitz. Llega renqueando un largo tren. Para allí mismo, a la entrada. Se abren las puertas de los vagones y una multitud de cuerpos humanos sale proyectada hasta la tierra sucia de agua y cieno. Entre ellos una mujer joven que aferra entre sus brazos a una niña casi desnuda. Debería tener entre los dos y tres años, su cabecita graciosa rodeada de bucles de oro. No grita ni llora, debe estar agotada de tanto llorar. La cara de la madre es para mí lo más insoportable de ese recuerdo que aún persiste, junto al cuerpecito bello de su hija. Sus ojos angustiosos perdidos en aquel espectáculo inimaginable. El “cameraman” parecía insistir en la imagen como si sola ella tuviese importancia para él, cuando todas las otras eran igual de angustiosas. La mujer sujetaba a la niña con todas sus fuerzas mientras ésta se le aferraba al cuello en la más real configuración del dolor y el espanto. Un soldado con el uniforme de las SS. Intentaba arrancársela pero la madre se defendía como una tigresa. El soldado la golpeó en la cabeza con la culata del fusil y la mujer cayó al suelo. Ya el soldado había agarrado a la niña. Vi, por última vez su rostro de una belleza extrema, sus delicados brazos y su cuello armonioso y frágil. Ahora estaba en manos del soldado que la levantaba por encima de sus cabeza, triunfante como el que gana un trofeo. A su lado había una gran fosa, repleta de cuerpos humanos que parecían danzar entre las llamas de una hoguera que sus propias grasas alimentaba. Allí cayó la niña, ese ángel que aún me persigue y lo seguirá haciendo hasta el final de mi vida. Sus grandes ojos negros aún se interrogan y nos interrogan.

No sé qué más deciros.”

Modesto Roldán

Yo, tampoco.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.