Seamos serios, intentar cambiar la política económica de un gobierno mediante una huelga general es tan absurdo como tratar de ganar una guerra con hondas y catapultas, los tiempos han cambiado y no podemos plantearnos la lucha obrera de la misma manera que lo hacíamos hace 100 años a no ser, claro está, que lo único que queramos es perpetuar la estructura arcaica de los sindicatos, a los que también se les puede cantar aquello de «que no, que no, que no nos representan».
Una jornada de huelga general no hace más que perjudicar a los propios trabajadores, a los que la secundan y a los que no, a los primeros por el dinero que dejan de ganar y a los segundos por las dificultades con las que se encuentran para poder desempeñar su labor, en la más antidemocrática de las actitudes, por las dificultades no por la labor, claro está. Los políticos observan la jornada con indiferencia, los mercados con distancia y las grandes corporaciones sabiendo que lo que dejan de ganar ya lo ganaron ayer o lo ganarán mañana.
Sólo basta con echar un vistazo a los resultados obtenidos con las últimas huelgas generales. Ninguna ha sido capaz de hacer rectificar al gobierno de turno y todas las leyes contra las que se organizaron las huelgas siguieron su curso y fueron aprobadas sin mayores sobresaltos. Por tanto, tenemos dos opciones: o seguimos empeñados en el ruido vacío de las huelgas generales o buscamos una manera alternativa de luchar contra los abusos del poder.
Por ejemplo, podíamos retirar todo el dinero de las entidades financieras el mismo día. Ello provocaría un verdadero colapso del sistema y el gobierno tendría que recapitular ante la amenaza de una jornada similar en el futuro. También se podría organizar un día sin consumo telefónico, ¿te imaginas lo que dirían las grandes empresas de telecomunicaciones si nadie usara sus servicios durante un día entero?
La lucha obrera en el siglo XXI ya no tiene sentido desde el mismo concepto de la época de la industrialización. Ahora todos somos consumidores y ahí radica nuestro poder, en el consumo, no en el trabajo, aunque claro, entonces necesitaríamos una transición de los sindicatos hacia algo diferente, algo menos estructural y más dinámico, algo que no daría de comer a tantos estómagos agradecidos. El día que comprendamos que como consumidores tenemos todo el poder y los mecanismos de comunicación necesarios para organizarnos volveremos a tener la sartén por el mango, hasta entonces nos dedicaremos a hacer ruido, ruido y más ruido, ruido tan vacío como el discurso de nuestros políticos.