En las próximas décadas habrá más viejos que jóvenes. Pero no envejecerán sólo las personas, sino pueblos enteros. En Europa, y en gran parte de los países industrializados, sus habitantes vivirán más tiempo pero tendrán menos hijos. Según los antropólogos, a este tipo de especies se les denomina «muertos en vida», ya que en el reino animal una población así estaría condenada a la extinción. Felizmente, podremos contar con la ayuda de los inmigrantes para remediar en parte el grave peligro que nos amenaza. Ese es el peligro y no la llegada de inmigrantes.
Poblaciones enteras están envejeciendo a un ritmo desconocido. Pero nuestra sociedad deja sin nada a los que se hacen mayores: sin confianza, sin trabajo, sin biografía. Por este motivo, los jóvenes de hoy, que con el tiempo pasarán a engrosar las abarrotadas filas de la tercera edad, se encuentran ante una oportunidad histórica: deben enfrentarse a la discriminación que sufren las personas mayores, aunque sólo sea por un mero instinto de supervivencia. Si no lo hacen, dentro de treinta años se verán sumidos en una auténtica esclavitud intelectual. Además, el país que les discrimine sufrirá desventajas económicas e intelectuales.
El periodista alemán, Frank Schirrmacher, es autor del libro El complot de Matusalén. Es doctor en Filosofía y editor del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Á‰l no duda en hablar de la necesidad de una revolución cultural en las sociedades occidentales para asumir el imparable envejecimiento de la población. «Los políticos ignoran el problema porque siempre actúan a corto plazo, pero nos quedan apenas 10 años para abordarlo y buscar soluciones».
El autor reconoce formar parte de la generación baby boom, nacidos entre 1950 y 1964, que ya están en plena madurez. La estadística no tiene alma, llama viejo al que se jubila. La tasa de envejecimiento, dice, representa la proporción entre alimentadores y alimentados.
Tres razones le llevaron a escribir este ensayo. Las recientes convicciones científicas de que la esperanza de vida se amplía cada vez más. Las niñas alemanas cuentan con una esperanza de vida que, para la mitad de ellas, puede alcanzar los 100 años. En segundo término, dentro de un par de décadas, los hijos del boom de la natalidad, que han registrado una fertilidad muy baja, se jubilarán. Llegará un momento en que los nietos deberán mantener socialmente a sus padres, a sus abuelos y quizás a sus bisabuelos. Finalmente, cada vez está más claro que el cerebro es un músculo que, si se ejercita, puede mantener las facultades mentales casi intactas hasta una edad avanzada.
El autor reconoce que los niños y los jóvenes son tratados «como dioses» en Europa occidental, mientras los mayores son considerados un estorbo. Siempre se ha asociado lo joven con lo bueno y lo viejo con lo malo. Pero la novedad radica en que en nuestras sociedades habrá en 2015 más viejos, personas mayores de 65, que jóvenes. La vejez se convertirá en la normalidad del futuro inmediato por el aumento de la esperanza de vida y la estabilización de los nacimientos. Por eso, urge una revolución cultural en la futura sociedad de viejos.
¿En qué debe consistir esa revolución? El autor responde que será necesario ofrecer la posibilidad de prolongar la edad de jubilación «como una elección y no como una obligación». «Los abuelos», observa, «habrán de seguir trabajando» según sus capacidades para que todo el peso de los alimentadores del sistema no recaiga sobre unos pocos jóvenes. De este modo, aliviarán la responsabilidad que recae en la gente que tiene entre 25 y 40 años, obligada a estudiar, encontrar un buen trabajo y formar una familia en esa franja de edad. Además, los avances médicos y sociales han convertido a los jubilados actuales, de 65 o 70 años, en personas tan válidas intelectualmente como lo era la gente de 45 años hace apenas unas décadas.
Esta realidad social obligará a un mayor esfuerzo inversor por parte del Estado en pensiones y asistencia social para suplir la creciente dejación de funciones de las familias frente a sus mayores. En cualquier caso, es preciso defender la dignificación social de la vejez, la autoestima de los jubilados y la conciencia de que, superados los 65 años, se puede ser útil y disfrutar de la vida. La triunfal historia de la longevidad no ha hecho más que empezar, advierte el periodista alemán. Como decía el clarividente filósofo y etnólogo Claude Lévy-Strauss: «En comparación con la catástrofe demográfica, la caída del comunismo será algo insignificante».