Idomeni es el nombre de la última tragedia griega, pero sus personajes no son de ficción
- Sus personajes son niños y niñas cuyos pies sangran, o cuyas piernas son amputadas por infecciones y gangrenas producidas por el barro continúo en el que tienen que vivir.
- Sus personajes son padres y madres que huyeron por salvarles de guerras provocadas o apoyadas por los mismos que hoy les tienen a todos atascados y vigilados por gentes armadas entre un barrizal y unas concertinas.
- Sus personajes son ancianos y ancianas, enfermos y enfermas, que apenas si pueden tenerse en pie a causa de sus enfermedades, del frío y del hambre.
- Sus personajes son jóvenes que buscaban en Europa el futuro que su país les negaba.
No habría escenario suficiente en el mundo si esta tragedia fuese de ficción y se quisiera representar, y aún así todos la podemos ver en el cómodo escenario de nuestros televisores – oh sarcasmo cruel- a las horas de las comidas. Pero en esta tragedia no hay catarsis; aquí hasta la sopa se anuda en la garganta cuando contemplas aterrorizado la dimensión humana de este impune genocidio a la vista del mundo.
¿Se puede mirar para otro lado?
Es imposible, a no ser que tengas la piel de un paquidermo y un pedrusco latiendo milagrosamente en el pecho. Pero existen, por difícil que sea de aceptar. Son los que gobiernan Europa.
Los que gobiernan Europa están escribiendo imperturbables todo el guión de esta tragedia.
Día a día y sin que les tiemble el pulso – pues son la versión degenerada del “Hombre de hojalata”– hacen ofertas millonarias a Turquía para que no pasen de ahí los refugiados de SUS guerras si es que han logrado sobrevivir a los naufragios. Hacen ofertas al gobierno griego, que saben necesitado, y le dicen: “Les montamos un campo de concentración gigante para los que lleguen, y a cambio les perdonamos la deuda”.
Los que gobiernan Europa se ve que no tienen hijos ni hijas, ni padres ni madres, ni imaginan siquiera la crudeza de vivir entre el barro, la lluvia, el viento y temperaturas bajo cero, mientras son vigilados por hombres armados y perros para evitar que tengan algunos de esos derechos que corresponden a un ser humano. Porque para poder sentir todo eso y el dolor de todo eso y las consecuencias de todo eso se necesita ser una persona de carne y hueso, un ser humano, vamos, con un corazón caliente en el pecho; algo imposible en hombres de hojalata con un pedrusco en el lugar que debería ocupar el corazón.
Si en lugar de ser personas como usted y yo, los refugiados fueran perros, acudiría enseguida alguna sociedad protectora para defenderles.
Pero resulta que tan solo son humanos y solo pueden aspirar a la bondad de algunas personas que les ayuden sin apenas medios y a un lugar… a la intemperie. Eso sí.
Este continente es ahora mismo la vergÁ¼enza del mundo
Y las gentes con un mínimo de conciencia que habitamos en estos países asistimos a este macabro espectáculo entre atónitos, indignados y tristes, impotentes ante la indiferencia con que unos pocos que no podemos controlar deciden los destinos de decenas de miles de nuestros semejantes, no suyos sino nuestros, de la gente normal.
En estas circunstancias resulta bochornosa y harto hipócrita la declaración de un ministro español sobre el problema que supondría que Europa se llenase de gentes de una religión distinta a la “nuestra”.
De haber estado presente, me hubiera gustado decirle que no se preocupe, que “la nuestra”, ya se han ocupado de eliminarla del ADN de este continente los que vienen ocupando desde hace siglos los altos sillones civiles y religiosos, con sus continuadores actuales. Pues que todos recordemos, ¿no hubo un tal Jesús, el artífice de “ la nuestra”, que habló de compasión, amor, justicia, igualdad, fraternidad y otras grandes palabras que debieran ser la médula espiritual del mundo? ¿No son estas las grandes palabras cuya puesta en práctica habría evitado todas las guerras, esta tragedia y todo lo que está pasando en esta y en todas las otras partes del mundo?
Claro está que esto es difícil de entender por los hombres de hojalata. Dios quiera que les suceda como a Pinocho: que un día lleguen a convertirse en humanos.