Dado el grado de hipersensibilidad existente en este mundo con ambos asuntos, debo aclarar que no pretendo ofender ni tampoco convencer a nadie que le guste el fútbol o sienta amor por Dios. Una cosa es la espiritualidad, y otra la Iglesia; una cosa es el deporte y otra el negocio.Todo eso tiene una amplia representación en los clubs deportivos y en la Iglesia católica que-por cierto- tiene su propio equipo.
Miles de millones de personas en todas partes del mundo son convocadas periódicamente a presenciar grandes acontecimientos deportivos que primero se les han hecho considerar como importantes y después como imprescindibles para ser vistos o como tema de conversación en la familia, los trabajos y entre los amigos .De todos ellos, el fútbol es el rey.
¿Qué tiene este deporte que gusta y encandila tanto? Quisiera uno pensar que su extrema simpleza: jugadores corren tras un balón y pretenden meterlo en un espacio cerrado por una red, mientras que los jugadores de otro equipo pretenden hacer lo mismo con el mismo balón, pero contra la red del contrario. ¿Puede caber algo más simple? Claro está que los iniciados entendidos hablarán de cuestiones técnicas y cientos de detalles que contribuyen realzar lo simple hasta convertirlo en complejo. Y por supuesto en controversias mil antes, en medio y después de los eventos. Entrevistas, bulos, dimes y diretes, insultos cruzados, provocaciones, y todo tipo de declaraciones y banalidades hechas por entrenadores, jugadores y creadores de opinión enseguida se hacen públicas y contribuyen a crear la atmósfera precisa, a caldear el ambiente necesario para que “El Acontecimiento” con mayúsculas sea un éxito de público y se mantenga en alto en interés de la clientela todo el tiempo que dure la temporada y más allá.
Llegado a esta altura, el paciente lector (más meritorio cuanto mayor sea su afición al deporte rey) se preguntará qué tiene que ver fútbol con religión. Intentemos adentrarnos juntos en este laberinto conceptual. En primer lugar es un fenómeno masivo que agrupa a las personas en torno a ciertos símbolos y dioses. En este caso los símbolos son los colores del equipo, las banderas, camisetas, y otros elementos de identificación externa y diferenciada. Los dioses son los entrenadores y jugadores. Los primeros vienen a ser los poseedores de las claves secretas que necesitan aprender los oficiantes, que son los dioses-jugadores que exhiben sus poderes ante sus fieles. Los lugares de culto, los estadios, y las celebraciones los partidos. ¿Hay o no semejanzas? Añadamos nuevos detalles: cada equipo, comparable a cada grupo religioso tiene sus propios incondicionales fanáticos cuyo obcecación les lleva a enfrentarse a los seguidores de otros equipos con los existen rivalidades que permanecen más allá de los encuentros. Estas rivalidades hasta pueden desembocar, como tantas veces hemos visto, en insultos y golpes entre los diversos actores del partido, tumultos públicos, enfrentamientos con la policía, agresiones y asesinatos entre bandas de fanáticos que alimentan su extremismo con alcohol, odio y otros excesos. Cada una de estas bandas ve en los otros a enemigos reales, y la propia policía se ve desbordada en ocasiones no solo para contener a estos fanáticos, sino para la protección de los propios jugadores, agredidos a veces seriamente en el propio terreno de juego.¿Acaso no recuerda todo esto las guerras de religión, el fanatismo de los inquisidores, la caza de brujas llevada a cabo por los extremistas religiosos contra quienes no están de acuerdo con sus símbolos, sus creencias y sus oficiantes?… Pero a diferencia de las religiones paganas, aquí los ídolos suelen durar poco: unos pocos partidos perdidos, y caen del pedestal unos jugadores u otros; una simple final perdida, y es expulsado del olimpo de los dioses el entrenador antaño excelso.
Pero sería quedarnos cortos si dejáramos de observar quiénes son los grandes patrocinadores de este deporte o si dejáramos de preguntarnos por qué Berlusconi y el Papa, por ejemplo, subvencionan equipos de fútbol propio, o por qué el presidente de un gobierno se pone en pie y grita como un hincha más cuando el equipo de su país mete un gol, o por qué todos ellos hacen comentarios públicos asociando este deporte con cierta idea de “lo patrio””.Vemos cómo existen intereses relacionados con la exaltación del nacionalismo o del prestigio del propietario de un equipo, pero no son estos los únicos intereses, ni mucho menos: el fútbol mueve ingentes cantidades de millones. Y esto es clave. Alrededor de este se mueven toda clase de enjambres para fabricar su propia miel a costa de las piernas de once jugadores a los que compran y venden como nuevos gladiadores del circo mediático.
Al igual sucede de nuevo con las religiones establecidas: el dinero de la Banca Vaticana subvenciona equipo, y los millones que pueda generar el negocio del fútbol concebido como inversión y marca de prestigio, junto al que genera la propia Banca vaticana a través de sus inversiones en multinacionales, todo juntito, va a rellenar las mismas arcas, y ninguna es, por cierto, la de la Alianza.
Pan y circo era lo que pedían las multitudes romanas. Pan y futbol los regímenes autoritarios extremos como es el neoliberalismo. Ahora el deporte del balón (con algunas otras versiones menores en el juego de pelota) sirve a las masas como sustituto de los violentos gladiadores (aunque algo de eso pervive entre los futbolistas).
Hambrientos de emociones, patriotas prefabricados, sumisos de los medios, cansados de represiones, disgustados con la vida, fracasados, o simplemente aburridos que no saben qué hacer con su tiempo, junto a minoritarios espectadores sicológicamente equilibrados, se congregan en los estadios o son capaces de peregrinar como en los mejores tiempos de Fátima esperando que SU equipo, SUS colores, o SU país gane la gran final. Y cuando esto sucede, un griterío inmenso recorre las gradas, las calles y las ciudades de todo el país y hasta de la parte del mundo que siente simpatía por el equipo ganador. Por un momento todos creen estar unidos por un estrecho vínculo de hermandad, y la catarsis se produce simultáneamente es tan impresionante como irreal, pues nada queda purificado, sino afirmado. Igual que sucede cuando ha terminado una ceremonia mediática religiosa de alto nivel: el entierro de un Papa o una coronación de alguien, por ejemplo.
El pueblo necesita alegrías y tiene derecho a tenerlas, viendo fútbol o haciendo cuanto le plazca, pero también tiene derecho a saber lo que se oculta tras los veintidós pares de botas que baten la hierba y tiene derecho a saber que este el deporte que más útil le es siempre a todos los gobiernos para encubrir sus miserias ante los pueblos. Todos los dictadores y los gobiernos en su mayoría lo utilizaron y lo utilizan para ganarse el favor de la opinión y para distraer con el espectáculo la atención de las gentes y hacer que olviden los verdaderos problemas que tienen que ver con sus existencias. Cuanto más dictadura, más fútbol; cuanto mayor crisis, más fútbol. Igual hacen las iglesias: cuantos más problemas existenciales y crisis de fe, más viajes del Papa con todo su circo ambulante y más “numeritos” para salir en la prensa demostrando sus sólidas relaciones con los poderosos de este mundo esperando que eso garantice la alta consideración en que debe tenérsele. ¡Y además, tiene su propio equipo! (No conviene olvidarlo).
Al Sistema le da igual finalmente que los fieles abandonen los templos si luego llenan los estadios y pone la cruz en la casilla de la Iglesia. El negocio continúa con otro decorado. Junto a todo este desmadre, por fortuna, siempre hay alguien que selecciona el fútbol en su televisor con la actitud serena del que no lo necesita para desahogarse, ni como banderín de enganche patriótico, ni como ceremonia religiosa pagana. Menos mal.