Disonancias, 12
He visto esta tarde en una zapaterÃa el anuncio y la muestra concreta de unos modelos de zapatos ‘para parecer más alt@’. A mà me hubiera parecido mejor que pusiera ‘alto y alta’, porque la @ no acaba de configurarse como un género y ya estamos acostumbrados a lo de ‘vascos y vascas’ que nos inoculó en el cogote el antiguo lehendakari Ibarretxe.
Esta temporada –que empezó a mediados del siglo pasado cuando se popularizó el pelargón– se lleva la gente alta. Las personas bajitas y con esmero no tienen mucho futuro porque en medio de la manada sólo destacan los altos y las altas. Hasta tal punto que ha calado la cuestión entre la gente, y algunos expertos estiman que la caÃda en desgracia de Sarkozy y su salida del ElÃseo obedeció en parte a su baja estatura. Hay curiosas fotografÃas –curiosas y ridÃculas  al mismo tiempo– con el ex presidente francés subido a un alzapies tras el atril de pronunciar discursos. La estrategia también ha sido utilizada por otros mandamases y mandatarios –éstos, meros acólitos de aquéllos– a quienes natura no dotó de longitud suficiente.
Sin embargo, la excesiva altura tiene sus riesgos. Hay gente de elevado porte que no destaca por su inteligencia, tal vez por motivos circulatorios. En el acervo popular ha quedado registrado el caso de un hombre tan alto, tan alto, que no le llegaba la sangre a los pies. También se cuenta la tragedia de un individuo altÃsimo que hubo de cortarse un trozo de las piernas porque no cabÃa por la puerta de la casa que habÃa comprado y el notario se negaba a escriturar la operación.
Esta misma tarde he podido observar cómo una mujer longilÃnea atraÃa muchas miradas masculinas y algunas femeninas, a pesar de que era un cardo setero a juzgar por sus ademanes altivos y sus movimientos desacompasados. En cambio una armoniosa chaparrita de origen indÃgena y rezumante boca, apenas atraÃa la atención de nadie. No está de moda la anchura, sino la altura. Nadie quiere utilizar ahora el lecho de Procusto. Cuenta la leyenda que este posadero de Eleusis, en la Grecia antigua, sometÃa a sus huéspedes a una curiosa operación: les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y si el huésped era bajito, le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente al catre. También parece que si se trataba de un individuo excesivamente alto, le serraba los pies que sobresalÃan de la cama para evitarse la competencia, ya que él lucÃa una gran dimensión por todas sus partes.
Puedo confesar y confieso que esta tarde no me he comprado los zapatos de pega. Creo que la altura fÃsica tiene muchos inconvenientes –le fichan o le dan a uno en las manifestaciones, cuando el tiroteo, por ejemplo– y no es señal de nada fundamental. Un amiguete bajito lo tenÃa tan claro que cuando le fueron bien las cosas y quiso demostrar públicamente que era un triunfador, no se compró zapatos ‘de crecer’, sino que se dedicó a comer y comer y comer porque de esa manera estaba seguro de que todo el mundo comprenderÃa que pasar de la clase media baja a la clase media ancha es señal inequÃvoca de prosperidad.