Los últimos acontecimientos inducen a sospechar que la sociedad española vive sumida entre el engaño, la duda y el desconcierto. Nadie sabe en que ni a quien creer y mucho menos en lo que cuentan los políticos, con independencia de ser rojos, azules o desteñidos. No hace mucho, el que la prima de riesgo alcanzase los 300 puntos supondría el caos, y ahora, cuando dicho guarismo ha sido duplicado, apenas despierta interés de los ciudadanos que pasan olímpicamente de este desagradable diferencial con nombre familiar, que mueven a su antojo los temibles mercados.
El país está necesitando y con urgencia un verdadero dirigente político, dotado de unas características y liderazgo del que lamentablemente carece nuestro actual presidente, cuyas limitaciones intenta ocultar con ese lenguaje entre críptico y fatalista para terminar apelando en todos sus discursos a la carencia de fondos. El pertinaz incumplimiento de los principales compromisos electorales, no puede justificarse con el argumento del agónico estado de nuestra economía, y todo ello, muy mal explicado, con medias verdades y contradicciones entre los propios miembros del Gabinete.
Las no comparecencias y desapariciones de Rajoy, no se sabe si obedecen al pánico que le produce acudir al hemiciclo o bien por tener que enfrentarse a la oposición sin poder ofrecer solución alguna. Aparecer nuevamente sin un discurso coherente y escondiendo o deformando la realidad, resulta castrante.
Para los populares, comenzar la legislatura revestidos de prepotencia fue un gran error, que ahora suena a vulgar revanchismo, por el largo tiempo de permanencia en la oposición tragando quina. El desordenado apetito de tocar poder y humillar a los socialistas ha quedado en una solemne imbecilidad que no ha beneficiado a nadie.
Continuar a finales de julio con el mantra de la “herencia recibida”, comienza a resultar bochornoso; pero más lo es el no poder ofrecer una alternativa creíble, sólida y esperanzadora. Rajoy, y más aún su ministro Montoro se han propuesto transmitir en todas las declaraciones públicas el recordarnos que nos encontramos al borde del abismo.
Los miembros del Ejecutivo se miran unos a otros, y a su vez, todos al presidente esperando el santo advenimiento, sin percibir el más mínimo atisbo de propuestas y soluciones válidas. El problema no son los siete meses de gobierno transcurrido, sino el fundado temor que los siete siguientes resulten mucho peores. Las justificadas protestas ciudadanas se multiplican, la calle arde y comienza a constatarse que con este Gobierno y a pesar de su buena voluntad aparente y gran preparación de sus componentes, no es lo que precisa España para superar la crisis.
Mariano Rajoy gobierna con miedo, inseguridad, es lento y además, mal aconsejado. Vive amenazado por los barones autonómicos. La mayoría de las veces se opta por opciones más fáciles y que presentan menos complicaciones, eludiendo otras con mayores dificultades pero más eficaces. Se sigue decidiendo con criterios muy vinculados a los intereses electorales. Totalmente impropio en estos momentos.
Ahora, tras haberse autorizado el eurocrédito de los 100.000 millones de euros, habrá que comprobar si en efecto Irán destinados a solucionar los problemas de los bancos (léase cajas), Hay quien dice que a este paso terminaremos recibiendo lecciones de irlandeses y portugueses. Si Draghi continua insistiendo en que el BCE no está para resolver problemas financieros de los estados, supondrá que estaremos a un paso del rescate. Como último intento para no perder nuestra soberanía solo quedaría el abordar una serie de medidas drásticas que pasarían por: supresión total de ambajadas autonómicas, desaparición de todas las TV de comunidades, fuera defensores del pueblo, órganos consultivos y la totalidad de las empresas públicas con pérdidas. Eliminación de consejeros, altos cargos, liberados sindicales, subvenciones y reducción de diputados en todos los parlamentos, etc. El seguir con más ajuestes e incrementar la presión fiscal sería un suicidio.
Mientras los intereses de la financiación de nuestra deuda se coman el ahorro generado con los dolorosos ajustes, nuestra economía seguirá asfixiada. Estamos observando como la política se aleja cada vez más de la realidad y las consecuencias son terribles. Se impone no solo la reforma del planteamiento autonómico, sino del propio Estado en su conjunto.