Consciencia social y consciencia espiritual
Un individualismo organizado en forma piramidal gregaria forma el entramado sociológico y espiritual negativo del mundo moderno.
“Cada una de nuestras acciones busca el propio provecho”, es el paradigma del individualista. Para él, sumido en el egocentrismo, no tiene sentido hablar de altruismo o generosidad porque tales principios son como el antídoto para su veneno, extendido de tal manera entre los llamados civilizados que pocos son los que se resisten a tomar de su copa en la medida de sus posibilidades. Los ricos llegan a ricos tomando de esa copa y arrebatando el pan y la sal a los que pueden, aunque la mayoría piensen como ellos, les envidien o les imiten cuanto permitan sus habilidades, pues la sociedad está enferma por el veneno del individualismo. Aunque son miles de millones los que aspiran a ricos, sin embargo pocos son los que alcanzan ese sueño; aunque se cuentan por cientos de millones quienes aspiran al poder, pocos son los que se sientan en los tronos del mundo y son reconocidos, servidos y admirados por el resto.
Y si no fuera por el consumo masivo de toda clase de drogas legales o ilegales, como es el caso de los psicofármacos, al que son adictos tanto los aspirantes como los triunfadores, no tendríamos una pista empírica sobre el nivel de infelicidad, insatisfacción y frustración de tantos de nuestros semejantes que tienen por causa el egocentrismo y la frustración existencial.
Considerando que la felicidad es la aspiración suprema de todo el mundo, no podemos menos que observar que el individualismo egocéntrico e insolidario es un camino desafortunado y no solo para quien lo recorre, pues también nuestra Madre Tierra y todas sus especies son víctimas del mismo veneno humano, aunque el Planeta ha pasado de ser una víctima pasiva a responder con cada vez mayor frecuencia a tanta agresión del ego humano.
Entonces aparecen los que se dicen salvadores y dicen: “potenciemos los valores sociales, creemos sociedades democráticas, formemos partidos políticos, desarrollemos iniciativas que potencien el espíritu de equipo, formemos sindicatos y Ongs”. Esgrimen las banderas de los valores sociales en la creencia que solo su práctica nos puede proporcionar la felicidad colectiva, pero ¿son realistas? Tratemos este punto.
El individuo con consciencia del otro está a favor del reparto del pastel Tierra, del respeto a los reinos de la naturaleza y a favor de la igualdad y la hermandad. El individuo con consciencia desarrollada no es excluyente, sino incluyente; no es competitivo, sino cooperativo. No se siente por encima de nadie, sino diferente, y respeta las diferencias porque está a favor del libre albedrío. En su vida personal y en su entorno familiar, social y laboral, intenta vivir según la Regla de Oro, y trata a los demás y a su entorno como él mismo desea ser tratado, mientras se niega a aceptar cuanto daña a sí mismo o a sus semejantes.
Sin embargo, en este mundo son minorías las que han superado la fase egocéntrica, y aunque se organicen en partidos, sindicatos, religiones y toda clase de colectivos, resultan ser colectivos excluyentes y díscolos, con divisiones internas, porque sus miembros actúan más movidos por intereses materiales o por envidias, odios, deseos de reconocimiento social y otras actitudes contrarias al altruismo. Esto puede llegar a tener consecuencias graves, pues quienes sienten, piensan y obran desde el ego, cuando eventualmente alcanzan a subir – casi siempre por métodos violentos- los escalones del poder, muestran prontamente su verdadero rostro, que no es otro que el del ególatra. ¿O acaso no recuerdan a tantos líderes históricos de uno u otro signo, a tantos caudillos, dirigentes sociales o encumbrados religiosos?
De no ser por el número de revoluciones y revueltas sociales comandadas por esta clase de individualistas que llevan siempre a sus seguidores a un inevitable fracaso, tampoco tendríamos datos empíricos sobre el alcance de un sueño de la humanidad- el de justicia y hermandad- repetidamente fallido, y no solo porque sus dirigentes fallan en su consciencia social, sino porque tampoco sus seguidores han pasado de su mismo nivel. Por eso son seguidores. En cambio las numerosas personas que dieron y dan ejemplos de vivir desde su consciencia espiritual liberada (pensemos en Jesús, profetas, iluminados y sabios) muestran que este es el camino de la evolución, la única consciencia cuya fuerza es capaz de superar el pequeño yo humano y sus sociedades de egocéntricos para dar paso a la presencia de cada vez más individuos pacíficos, bondadosos, amorosos, amistosos, cooperativos y en definitiva libres, pues solo los libres pueden formar sociedades libres.