Después de cientos de miles de años de historia humana para llegar al punto en que estamos, ¿de qué nos ha servido el tiempo?… ¿Qué puede servirnos?
Gran parte del Sur planetario se mueve cansado de morirse. De la patera al cayuco, caminando cientos de kilómetros, saltando vallas y muros, el hijo pobre del Sur intenta espantar para sí y los suyos los fantasmas creados por los explotadores propios y los ajenos: hambre, guerra, enfermedad. Ya descubrieron que el Planeta Tierra no se creó para el neoliberalismo y sus multinacionales, sino para que todos pudiéramos vivir sobre él. Los gobiernos locales intentan abrirles las puertas de salida y sacudírselos, pero no es la solución. Ni las ONGS. Ni las repatriaciones. ¿Existe alguna?
Resulta llamativo el descaro con que los dictadores de los países pobres invierten en armas, equipos militares y máximo nivel de confort para sus vidas a costa de las ayudas que envía la impropiamente llamada “comunidad internacional” a cambio de garantías de sumisión y facilidades para instalar bases militares u otros negocios y de no preguntar y mirar para otro lado cuando se machacan los derechos humanos o apoyar al candidato del gobierno que más sumisión y buenos negocios promete en caso de rivalidades entre mandatarios. Eso, siempre que les garanticen unos y otros no mirar con lupa la explotación de recursos por las multinacionales instaladas a cambio de poder, dinero y garantías de continuidad, ni albergar ideas como nacionalizar sus riquezas. De lo contrario pronto habrá otro candidato, otro bando y otra guerra civil.
Casi a diario aumentan los pobres y la miseria en los países ricos, puesto que sus riquezas se hallan en manos de multinacionales y grupos mafiosos (a menudo una y la misma cosa) relacionados con la explotación y comercialización de diversos minerales o hidrocarburos que compiten entre sí en todos los continentes., pero de un modo especial y sangrante en África, Oriente Medio y América del Sur. Y son millones los pobres de estos países que se ven empujados a emigrar.
El miedo a las guerras locales promovidas por los países ricos y la pobreza ahora aumentada por ellas empujan a cientos de miles subirse a un cayuco y jugarse la vida por llegar a un supuesto paraíso del primer mundo que para mayor frustración descubrirán que ni existe ni son bienvenidos. Los depredadores del país receptor que se instalaron en sus países de origen y les obligaron a emigrar se plantean una y otra vez qué hacer con las oleadas de emigrantes que ellos mismos provocaron. ¿Cuál es la solución? Repatriar inmigrantes no parece, pues vuelven por otros lados mientras el problema subsiste en el origen. Endurecer las leyes de inmigración para hacerles la vida imposible, dejarles sin trabajo legal y sin derechos sociales o sanitarios es un atentado no solo contra los derechos internacionales firmados por los países ricos, entre los que se especifican los derechos de los inmigrantes, sino contra los derechos humanos en general y especialmente contra toda legitimidad espiritual, porque son nuestros hermanos, y si son pobres es por culpa de aquellos mismos que les quieren expulsar o convertir en ciudadanos clandestinos y sin derechos. Eso es algo despreciable, pero acompaña a algo igualmente grave referente a la España de hoy y que en nuestro entusiasmo de habitantes de la burbuja creíamos superado: los españoles vuelven a emigrar.
La prensa libre – que no es la de papel- publica estos días que la emigración en la España de los cinco millones de parados -y en aumento- es parecida a la que se produjo al terminar la guerra civil del 36-39. Puede que no sean tantos, pero aunque fueran los mismos que durante los años sesenta ya tendría que hacer enrojecer de vergÁ¼enza a todos los banqueros y políticos de este país da igual del signo que sean y a la Iglesia que no cesa de exigir sus miles de millones anuales y otros privilegios. Sin embargo una de las primeras leyes que piensa colocar sobre el tapete político el nuevo gobierno español es precisamente el tema de los inmigrantes de otro país. Y uno se pregunta: ¿Con qué fuerza moral se pueden reclamar derechos para los españoles que se van al extranjero rico? ¿Se pedirá a los gobiernos de esos países que apliquen las mismas condiciones para nuestros compatriotas que las que este gobierno les aplica a los que vienen empujados de los suyos también por el hambre y el paro?
La historia se repite. Los nietos ideológicos del mismo dictador que obligó al éxodo de millones de españoles van a presenciar desde los mismos sillones de poder que su abuelo una tercera oleada de exiliados españoles. Veremos qué hacen –ellos, que se dicen cristianos- con los hambrientos que llegan a nuestras costas y con los que ya están aquí clandestinamente. ¿Tendrán, acaso, derecho a la vida por ser pobres? Esto es algo que no tiene nombre, como todo lo que hacen quienes promueven y dirigen la injusticia mundial con negocios sucios, diplomacia de compadres, ataques financieros y guerras y causan todas las emigraciones y miserias que entre nosotros existen. Esto es una ignominia y una afrenta a la humanidad toda.
Existen tres circunstancias decisivas, como venimos insistiendo, que provocan los movimientos migratorios mundiales: las guerras, el cambio climático y la pobreza. ¿Cuál es la causa común que provoca esas tres dramáticas situaciones? La primera y más evidente es la existencia de un capitalismo ferozmente egoísta que no duda en organizar guerras de continuo, envenenar el hábitat terrestre con sus explosivos, el CO2 y todos los demás residuos industriales, y empobrecer amplias capas de la población del mundo para enriquecer a minorías con poder suficiente como para dirigirlo en connivencia con las iglesias institucionales y con los poderes financieros, tan emparentados entre sí como insolidarios con el resto de la humanidad.
A consecuencia de las guerras, millones de personas tienen que marcharse con lo puesto huyendo de sus países de origen y buscando un lugar seguro donde poder vivir en la extrema pobreza de quien lo perdió todo, y cuando les conviene a los programadores de noticias nos muestran las condiciones de miseria en que tienen que vivir esos nuestros hermanos en los siempre inseguros, inhumanos e insalubres campos de refugiados.
A consecuencia del cambio climático, millones de familias campesinas ven morir de sed sus campos y de hambre a sus hijos y ganados, soportan inundaciones u otro tipo de catástrofes siempre por las mismas razones. Estos tres factores: guerras, migraciones forzadas y cambio climático, unidas a otras como el verse expulsadas de las tierras de sus antepasados comunidades enteras por la voracidad capitalista y caciquil, producen miserias infinitas y empujan a las poblaciones a salir de sus aldeas y países. El causante directo o indirecto es siempre el capitalismo egoísta e injusto de las cuatrocientas o quinientas familias que dirigen este Planeta. ¿Habrase visto mayor descaro, mayor insensatez, mayor insensibilidad? Y por parte de la mayoría de la población mundial ¿qué decir? ¿Indiferencia? ¿Pasividad? ¿Resignación? ¿Sumisión? Aunque el ejemplo de lo que está sucediendo en el norte de África puede cundir en otros lugares. La gente se está cansando de ser pobre y ya en Europa se dan las primeras muestras de un despertar, de un basta ya.
¿Cabe alguna solución? …Si nos dejamos llevar por el pesimismo, es fácil contestar a eso. Si somos posibilistas podemos pensar que sólo una red bien estructurada de inversiones por parte de la comunidad internacional controlada por los pueblos a los que van destinadas puede crear puestos de trabajo, remodelar la agricultura para el cultivo pacífico de la tierra, aumentar los regadíos, crear industrias sostenibles y escuelas de formación profesional y básica, y ayudar a cambiar radicalmente las condiciones de vida a todos los niveles de quienes viven en los submundos de este mundo. Ello contribuiría, indirectamente, a evitar los abusos de los mandatarios de esos países, que verían mermados sus poderes, entre ellos el de convocar guerras, y obligados a ser transparentes y colaboradores con sus pueblos, en vez de ser sus sanguijuelas. Y no digamos nada sobre los delitos de los cientos de millonarios europeos descubiertos que guardan sus cuentas en las cámaras acorazadas de Andorra, Gibraltar, Suiza o Liechtenstein, entre otros agujeros negros, para escapar al ojo de la Hacienda pública de sus países. Como es lógico pensar, acabar con estos problemas con soluciones justas chocaría frontalmente contra el Sistema en todos sus aspectos. Pero la justicia es un sentimiento que no se puede detener ; brota de un modo natural en las almas nobles, y va unida a otros sentimientos y aspiraciones como libertad, fraternidad, igualdad o unidad. Por eso la clave es ennoblecerse cada uno para vivir todos en un mundo justo, igualitario, libre.
Es lento, dirán algunos, pero ¿quién puede hablar de lentitud después de cientos de miles de años de historia humana para llegar al punto en que estamos? ¿De qué nos ha servido el tiempo? Y es que no es una cuestión de tiempo, sino de despertar la conciencia.
Entre tanto, sabemos que mientras exista el colectivo multimillonario con sus paraísos fiscales y cuentas secretas seguirá habiendo reyezuelos ricos y muertos pobres, así como guerras entre bandos apoyados por una u otra multinacional cuyos peces gordos evaden impuestos y los guardan en lugares secretos con el beneplácito de gobiernos obedientes, mientras crece a diario entre nosotros, los occidentales, la sensación de vivir bajo regímenes vampíricos aparentemente civilizados, pero sin moral alguna por parte de los administradores de la riqueza colectiva. Por no hablar de la dureza de pedernal de sus miserables corazones.
¿Cómo repartir el pastel, nivelar las clases, convertir las riquezas inmovilizadas en inversiones que crean riqueza para el bien común y repartir beneficios con justicia entre los que los producen? Esa es la tarea social pendiente Ahora bien, eso exige un cambio de conciencia por parte de cada uno; es lo único que puede producir el verdadero cambio social que precisamos. Lo único que al compartirse suficientemente cambiará también nuestro Planeta.
Que el mundo cambie , sin embargo, exige que cada uno sea sincero consigo mismo, y piense si no desearía para sí la llave de oro de la puerta acorazada de alguna de esas cuentas secretas. Porque si la desea es que seguimos formando parte del problema en lugar de ser parte de la solución.