Hoy he vuelto a leer una noticia relacionada con la nutrición y las dietas, que me ha hecho reaccionar de una manera negativa, sin poder contener la indignación. Al parecer, la actriz Gwyneth Paltrow sacará próximamente a la venta un libro sobre recetas y nutrición, que ha puesto en pie de guerra a todo nutricionista. Como se trata de un personaje famoso, sus manÃas con la comida se han difundido en los medios de comunicación, de manera que es vox pópuli que esta persona acostumbra a practicar formas de alimentación estrafalarias —lo que yo llamo «la dieta de turno»â€”. Al parecer, es intolerante al gluten, proteÃna contenida en el trigo que causa daños intestinales a aquellas personas que no puedan procesarla y aprovecharla como nutriente. AsÃ, Gwyneth Paltrow considera que este componente es perjudicial para todo ser humano, en mayor o menor medida. No es que ella sea nutricionista o que conozca de primera mano algún estudio al respecto, sino que, a mi juicio, un ego engrosado por la fama hace creer a la persona que lo padece, que el mundo sólo tiene explicación a partir de sus circunstancias, caracterÃsticas personales y ocurrencias. Además de todo esto, a la creencia infundada de que nadie deberÃa tomar gluten, le suma otra idea absurda popularizada, que consiste en que la ingesta de hidratos de carbono también es perniciosa para la salud.
Si lo miramos desde la perspectiva de que es una mujer adulta y puede hacer lo que le dé la gana, está bien. El problema es que quiere difundir creencias irracionales y manÃas que conllevan a trastornos alimentarios, en una población ya de por sà demasiado confundida con mensajes contradictorios surgidos de las élites de la nutrición y donde el sobrepeso y la obesidad son alarmantes, a través de la publicación de un libro que estará al alcance de cualquiera. Pero además, quiere extender sus costumbres a sus hijos, como si éstos fuesen una prolongación de sà misma y no individuos con caracterÃsticas propias. Su ortorexia (término  que el doctor Steven Bratman define como una obsesión patológica por comer alimentos saludables) es un problema para sus niños y para cualquiera que se deje llevar por sus estrafalarias teorÃas seudocientÃficas.
Pero el asunto es más grave de lo que parece. Resulta que la supresión o disminución ridÃcula de hidratos de carbono en la dieta, es defendida por algunos especialistas como un modo idóneo de alimentación. Ante este tipo de teorÃas sin soporte cientÃfico, siempre me he preguntado si estos expertos no deberÃan hacer primero un recorrido antropológico por todo el globo terráqueo, remontándose a unos cuantos miles de años atrás, para poder comprobar en qué perÃodos de la historia se prolongó la vida de los individuos de la especie humana y en cuáles habÃa menor esperanza de vida y más enfermedades relacionadas con la carencia de ciertos nutrientes. Si ampliasen su «campo de visión» se limpiarÃan muchas telarañas que tienen en la cabeza.
En una sociedad opulenta, donde tenemos todas las comodidades al alcance de la mano, hemos perdido completamente la perspectiva. Somos vÃctimas, tanto los profesionales como los ciudadanos de a pie, de todo tipo de mensajes incompatibles unos con otros, y padecemos un miedo atroz al sobrepeso y la obesidad, por dictámenes estéticos y médicos, que se solapan y crean una realidad distorsionada en nuestras mentes, donde los cánones de la belleza están Ãntimamente relacionados con la salud. Pero la cruda verdad es que nada está más lejos de la realidad humana y tengo la obligación de decirlo: los michelines, las arrugas, las estrÃas, la flaccidez y el sobrepeso de la madurez, forman parte de la realidad de nuestra naturaleza. Eso no quiere decir que no debamos tomar medidas para llegar a un estado de bienestar fÃsico y emocional, y sin enfermedades. Pero de ahà a llegar a la obsesión y a la divulgación de nuestras obsesiones como si de teorÃas cientÃficas contrastadas y consensuadas se tratase, va un gran trecho. Ante la duda, un poco de sentido común y, sobre todo, honestidad, ¡grandes dosis de honestidad!
Como dijo Grande Covián, «No tenemos motivos para suponer que las necesidades nutritivas de nuestros remotos antepasados fuesen esencialmente distintas de las del hombre contemporáneo«.