A mediados de septiembre, los “nostálgicos de la paz” que aún sobreviven en tierras de Oriente celebraron el 15º aniversario de la firma de los Acuerdos de Oslo, de aquel histórico 13 de septiembre de 1993, en que el primer ministro israelí, Isaac Rabin, y el líder de la OLP, Yasser Arafat, trataron de sellar la paz con un simbólico apretón de mano en los jardines de la Casa Blanca.
Aunque la propaganda israelí se dedicó a tildar, durante décadas, de “jefe de los terroristas”, Rabin accedió a las súplicas de su correligionario, Shimón Peres, campeón del lenguaje críptico y de ambiguas soluciones políticas. En aquellos días de otoño todo parecía presagiar el advenimiento de la paz en Oriente Medio, la convivencia pacífica, una ansiada convivencia, entre israelíes y palestinos.
Pero la euforia sólo duró 14 meses, hasta noviembre de 1994. El establishment político israelí aprovechó los primeros secuestros y los atentados terroristas para reconsiderar, véase archivar, los incipientes proyectos de cohabitación intercomunitaria. Por su parte, la plana mayor de la OLP fue incapaz de condenar la violencia, de actuar contra los artífices de la espiral del terror.
Los culpables se hallaban en ambos bandos, aunque también en las Cancillerías de los países industrializados. Los principales centros de decisión política – Washington, Moscú, Londres, Bruselas – se limitaron a manifestar su “repulsa y estupor” ante una situación previsible. Los regimenes autoritarios del mundo árabe-musulmán no dudaron en aplaudir los gestos de los radicales; la reanudación del combate servía de coartada para mantener intacto el complejo aparato represivo, destinado a “combatir la subversión” proveniente, supuestamente, del escenario del conflicto.
Tres lustros después de la firma de los acuerdos de Oslo, los habitantes de Cisjordania ya no sueñan con la solución de dos Estados – Palestina e Israel – sino más bien con una sociedad democrática, respetuosa de los derechos humanos y de la igualdad entre ciudadanos. Por otro lado, hay indicios de que la sociedad palestina se encamina hacia una nueva Intifada – la tercera – preludio de una radicalización generalizada, del rechazo colectivo del aún hipotético reconocimiento del Estado judío.
Algo muy parecido sucede con los habitantes de Israel, que perdieron la confianza en la infalibilidad de su ejército, de su sofisticada maquinaria de defensa por el fracaso de la mortífera ofensiva contra las milicias de Hezbollah en el verano de 2007.
Los políticos israelíes llevaban años advirtiendo contra el “eje del mal” compuesto por Irán, Siria, Hezbollah y Hamas. Mas los únicos en hacerse eco de su preocupación fueron los círculos neoconservadores de Washington.
La próxima Administración estadounidense tendrá que encontrar nuevas (aunque probablemente poco novedosas) soluciones al conflicto, basadas en viejas opciones diplomáticas. Es decir, abordar los obstáculos a la aplicación de los Acuerdos de Oslo: la soberanía del futuro Estado palestino, la cuestión de las fronteras, la capitalidad de Jerusalén y la cuestión de los refugiados.
Tanto los analistas hebreos como los árabes estiman que al final del proceso negociador los palestinos podrán establecer su Estado en la totalidad de la Franja de Gaza, tras la caída (léase derrocamiento) del Gobierno de Hamas y un 96-97% ciento del territorio de Cisjordania. Israel mantendrá los enclaves de Ariel y Maleh Adumím a cambio de una cuantiosa compensación económica.
El trazado de las fronteras entre los dos Estados se hará tras una permuta de terrenos cercanos a la llamada “línea verde” (frontera de 1948) teniendo en cuenta, ante todo, los intereses estratégicos de Israel.
En cuanto a Jerusalén, los palestinos recuperarán la soberanía sobre del sector oriental de la ciudad, es decir, sobre los barrios cristiano, armenio y musulmán de la Ciudad Vieja, mientras que los israelíes controlarán la parte occidental y los asentamientos construidos en el Este. Los hebreos se comprometerán, asimismo, a no penetrar en la explanada de las mezquitas hasta… la llegada del Mesía.
Por ende, los refugiados palestinos podrán regresar a “su país”, el territorio perteneciente al Estado palestino, pero pocos podrán instalarse en Israel por “razones humanitarias”, pues la selección está hecha desde hace tiempo. Sólo podrán soñar con la vuelta a Galilea los hombres de negocios, los profesionales altamente cualificados, los… multimillonarios.
El politólogo israelí Gershon Baskin, vicepresidente del Centro de Investigación e Información Israel-Palestina, estima que el proceso será largo y difícil, ya que su éxito depende de la seguridad (del Estado judío) y… ¡ay! de la presencia de un contingente de interposición liderado por militares europeos. Demasiados cabos sueltos, estimado lector.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional