“Recibirán una fuerza, el Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes para ser testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” (Hechos 1, 8)
Ya estamos en la Semana Mayor, la Semana Santa. Han pasado más de dos mil años de aquéllos dolorosos acontecimientos de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo: Nuestro Salvador.
De nuevo, nos encontramos con una humanidad agobiada, en buena medida alejada de Dios y de la oración en común. De una humanidad que sufre embates de distintos tipos o de diferentes naturalezas de todos conocidos. Donde se negocia sin escrúpulos con la vida de los seres humanos.
Es momento para que pongamos nuestros corazones donde Dios quiere que los alcemos. No nos quiere tristes y distraídos. Nos invita a estar preparados para recibir una fuerza, para ser testigos de Jesús en todos los confines del mundo. (Hechos 1, 8)
Jesús nunca ha querido dejar huérfanos a sus discípulos. Antes de ser crucificado, les promete a aquellos enviarles la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. (Hechos 1, 14)
Jesús sabe que el Espíritu Santo va a actuar sobre nosotros con fuerza y poder para arroparnos y llevarnos a la vida eterna para la que Dios nos creó. El es la Verdad.
El Espíritu Santo nos hará comprender lo ya enseñado por Jesús. Trabajará en nosotros. Nos iluminará e impulsará. Creará una comunidad de Fe, de esperanza, de eternidad, sostenida por el amor y la caridad, que es amor a Dios y al prójimo, y rebosar con los dones y carismas que El ofrezca; dones y carismas que, con miedo o sin miedo, por encima de nuestras limitaciones, debemos desarrollar en bien de los demás, llevando el Evangelio (La Buena Noticia) a todos los lugares del planeta.
Está a punto de empezar la era del Espíritu y María está con nosotros para recibir la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, prometida por Cristo. (Hechos 1, 14)
Son cincuenta días de espera contados a partir de la Resurrección de Jesucristo y al final de este lapso de tiempo, en el día de Pentecostés demos paso libre para que El entre, queme y renueve, y esto se hace en la oración y en el reconocimiento de lo poco que valemos sin El.