En estos días de marchas religiosas por algunos pueblos y ciudades, mientras la abrumadora mayoría de los ciudadanos se dedican a divertirse en su tiempo de ocio en playas, selvas, viajes o camas, empieza a sonar el lamento medievalista de aquellos cristianos con mala conciencia que, no atreviéndose a defender su propia doctrina con la misma fe del carbonero que sus padres espirituales, proclaman que, sin embargo el “mensaje de Jesucristo sí que fue maravilloso”.
Siempre que oigo estos lamentos, me pregunto de qué estarán hablando. A veces, algunos amigos míos, renunciando a sus orígenes antifranquistas y retomando el camino de la salvación, débiles mentales, me han llegado a echar en cara que las “bienaventuranzas” son un sistema de valores superior a la “Declaración Universal de Derechos Humanos”. Y además más antiguo.
Es como si te dijeran que lo es ideal ser pobre y perseguido por la justicia en lugar de tener el derecho a dejar de ser pobre y a dejar de ser perseguido por la justicia. Porque, claro, el truco de estas “bienaventuranzas”, les replico, consiste en que serás bienaventurado mientras seas desgraciado porque desde el momento en que dejas de serlo ya no eres bienaventurado. O sea que si quieres ir al cielo deberás, como ya anunciaron los estoicos, resignarte con tu suerte y tratar de mantenerte pobre hasta la muerte y perseguido por la justicia hasta que te cuelguen de una horca. Como hacían la Inquisición y los jesuitas con los herejes. Y se iban al cielo. Seguro.
Aún no han entendido que los deberes para con la Iglesia, la religión y dios, están en oposición antagónica con los derechos individuales. Que no se justifican en dios alguno sino en la propia dignidad de cada ser humano. Que no tiene que ser humillado para recibir la limosna de la Iglesia. Olvidan que la Iglesia siempre ha sido una corporación con incalculables riquezas y con un instrumento dedicado a la persecución de la justicia: la Inquisición dirigida por los jesuitas.
No deja de llamar la atención que califiquen de maravillosos los valores de JesusCristo porque resulta que éstos son una experiencia sadomasoquista. Venir al mundo para morir en una cruz después de sufrir unas horribles torturas y ser coronado de espinas para salvar a los demás es el más resignado modelo de sadomasoquismo. Predicar el amor hacia quienes te explotan económicamente, hacia quienes se enriquecen a costa de tu trabajo y tu pobreza, poner la otra mejilla a quienes te insultan, escupen, meten en la cárcel y te privan de derechos.
Obedecer a los dictadores como Franco, Mussolini, Hitler, Pinochet, Salazar, Perón… porque la obediencia al superior es de las mayores virtudes que un buen cristiano debe tener con sus superiores; privarse de tener relaciones sexuales e incluso de imaginarlas y no digamos de verlas en lo que llaman pornografía es lo más maravilloso que predicó el tal Jesús.
En fin, exaltar el sufrimiento, la castidad, la sumisión, la pobreza, la injusticia, la resignación, poniendo, encima, las otras mejillas es puro sadomasoquismo. Pero por qué estos valores cristianos están empeñados en exaltar las amarguras y desgracias de la vida como el más noble de los valores. ¿Están locos? No, es que son sadomasoquistas.
Me vienen a la memoria dos autores que nos ayudan a entender el por qué de estos patológicos valores. Uno es E. Fromm, quien en su ensayo “El miedo a la libertad”, escribió:…”no existe mayor poder que el de infligir dolor, el de obligar a los demás a sufrir, sin darles la posibilidad de defenderse. El placer de ejercer el más completo dominio sobre otro individuo constituye la esencia misma del impulso sádico”.
En la novela “1984” su autor, Orwel, nos pone un ejemplo práctico del porqué de esta necesidad sádica del Poder religioso, dice: “Vamos a ver, Winston, ¿cómo afirma un hombre su poder sobre otro? Winston pensó un poco y respondió: Haciéndole sufrir. Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti… La nuestra (civilización) se funda sobre el odio… El instinto sexual será arrancado donde persista…Suprimiremos el orgasmo…Todos los placeres serán detruidos…”
Bien pues estas reflexiones exaltadores de la destrucción sadomasoquista del yo y exaltadores de dolor las podemos leer, aunque son incontables los documentos, en las encíclicas de Pio XI, Castii connnubii, Juan Pablo II, Salvifici doloris, Benedicto XVI, Spe Salvi, o en el documento pontificio de 1995, “Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en la familia”, en el que se contempla la sexualidad como un obstáculo para la salvación y como tal deben superar los padres, guardando castidad matrimonial, y los hijos, poco menos que castrándolos. Todo esto se encuentra resumido en el libro del Opus Dei “Camino”. De manera que cuando la Iglesia habla de educación sexual, debemos entender que está hablando contra las relaciones sexuales. Este sufrimiento santifica el alma pero idiotiza la conciencia. Y son felices. ¿Qué entenderán por felicidad? El sufrimiento. Es el mensaje coherente con el de un señor, JesusCristo, muerto en la cruz por propia voluntad.