Una marea de jóvenes cubre la blanquecina arena de la playa de Copacabana. Tras una fresca noche de espera a la luz de la luna y bajo la amorosa mirada del Cristo de Corcovado, peregrinos de todo el mundo meditan en sus corazones las palabras del Santo Padre Francisco. Son muchos los jóvenes que han viajado a Río de Janeiro para vivir una nueva JMJ, y mucho más los que desde sus casas la siguen como si estuvieran allí presentes. La Jornada Mundial de la Juventud en Madrid aún permanece en los corazones como algo más que una experiencia hermosa, un auténtico encuentro de comunión con Cristo. Esas miradas fijas en la Eucaristía tras la tormenta, el silencio en Cuatro Vientos, el rezo del Vía Crucis por las calles…
Ahora el nuevo pontífice en su primera JMJ llama a las puertas del pueblo brasileño abriéndolas de par en par y llevando consigo nada menos que la felicidad: “He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo”.
Bajo el lema: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”, la XXVIII JMJ acaba sus eventos junto al enorme Cristo que parece abrazar al mundo entero. Decía el Papa Francisco: “Es común entre ustedes oír decir a los padres: «Los hijos son la pupila de nuestros ojos». ¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos?”. Miles de pupilas se concentran frente al altar en más de 4 kilómetros de playa, casi 3 millones de personas. Cantan, bailan, se recogen en oración, y en el momento de la Consagración se impone un silencio que sólo rompen las olas del mar. Una estampa que llega al corazón de todos los jóvenes que por unos u otros motivos se hallan a miles de kilómetros de allí y sin embargo sienten la mirada del Papa y en ella la de Cristo.
Finalizan los eventos de la Jornada Mundial de la Juventud, pero no en sí misma. El Papa miró a los jóvenes e improvisó un discurso para decirnos qué espera de nosotros, de cada uno, de los que están acá y los que están allá: “Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío va a haber, que acá en Río va a haber lío va a haber, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir, sino salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG!”.
Son muchas las enseñanzas que el Papa cercano y cariñoso nos deja antes de ir de vacaciones: “¡no licúen la fe en Jesucristo!, hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana pero, por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licúa, es la fe en Jesús!, es la fe en el hijo de Dios hecho hombre que me amó y murió por mí”. Hoy en la sociedad tiene muchos “cristos” hechos a medida, que no molestan, según los gustos de cada uno, y el Papa, conocedor de la realidad nos llama a amar al verdadero Cristo y dejar los otros que son como zumos de la fe, que no hidratan a la persona de verdad.
Tres años hasta la próxima JMJ que será en Cracovia ciudad natal del que por entonces será santo, Juan Pablo II. El Papa que abrió nuestros corazones, nos instó a dejar nuestros miedos de lado y desde su muerte vela por nosotros desde el cielo. El Papa que con su enfermedad supo llevar el sufrimiento a Cristo, dándonos ejemplo, sin dejar de sonreír en ningún momento.
Así que ya saben, tal y como el Santo Padre Francisco nos indicó: “No se olviden: hagan lío, cuiden los dos extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos que son los ancianos y los jóvenes, y no licúen la fe«.