Durante los meses que sucedieron a la publicación del bando todo fueron buenas noticias y felicitaciones en general para Juan Mari. Los vecinos del pueblo le paraban por la calle para compartir tertulia con él, y decirle aquello de ‘¡Ya era hora que alguien se atreviera!’, mientras que la oposición, lo que venía a ser Pedro, el cojo, no contradijo la decisión ni puso el grito en el cielo por tamaña desmesura fiscal.
Por otro lado, las empresas privadas no paraban de llegar dispuestas a invertir en el ‘pueblo sin impuestos’, adquiriendo todas las empresas y corporaciones que antes eran gestionadas por el Ayuntamiento, por lo que el dinero entraba a raudales en la Casa Consistorial.
Tanta era la euforia, que Juan Mari tuvo que tranquilizar a los pobres funcionarios que no daban abasto a tal cantidad de trabajo, poco acostumbrados como estaban al stress diario, por deformación profesional, con frases del estilo ‘no os preocupéis que ésto es pasajero’, o ‘las cosas se tranquilizarán en breve’.
El colegio, el hospital, la refinería, la empresa de transportes,…, todas las responsabilidades del Ayuntamiento se iban, poco a poco, traspasando a manos privadas que no dudaban en abonar las cantidades exigidas por el alcalde, convencidas, como estaban, del pingÁ¼e negocio que obtendrían de dicha inversión.
Al cabo de seis meses, el Ayuntamiento se había convertido en algo así como un ente jurídico mediador, con la única obligación de intermediar en las disputas vecinales, pero no como árbitro, sino como nexo de unión entre las partes y como ente identificador de las mismas.
Juan Mari, el liberal, reposaba su éxito sentado en su silla de alcalde, por supuesto ergonómica, mientras apuraba un habano que le había regalado su amigo Alex, el comunista, porque, como decía él, ‘una cosa es la ideología política y económica, y otra bien distinta es la amistad, porque la amistad está por encima de todas las cosas, incluso del fútbol’.
(continuará)