Y entonces se sucedieron los acontecimientos, sin solución de continuidad, sin que nadie, ni tan siquiera Juan Mari, el liberal, supiera ponerles freno.
Primero fue el tema de la piscina. Al desentenderse de su gestión el Ayuntamiento, la piscina, hasta ese momento municipal, quedó desierta ya que no hubo ninguna empresa privada que se interesara ni por su propiedad ni por su gestión, ante la escasa demanda que se podía esperar, en base a los números de asistentes de años anteriores. Evidentemente, este hecho provocó un gran cisma social ante la perspectiva de un verano sin piscina.
Después vino el asunto del hospital. Javier, el pobre, llamado así por que siempre vestía harapos en lugar de ropa, se puso enfermo un 16 de agosto, día de San Roque. Ignorante de los cambios que habían sacudido al pueblo acudió al hospital a recibir los cuidados de los que siempre había disfrutado. Pero cuál fue su sorpresa cuando le impidieron el paso exigiéndole un seguro médico que él no tenía, o un pago por adelantado por unos servicios por los que, hasta entonces, no había pagado nada, al menos conscientemente. El hecho es que debido a la gravedad de su enfermedad, cuyo nombre nunca se supo, porque nunca fue tratado, Javier, el pobre, falleció aquél mismo día de San Roque.
También fue sonado el tema del colegio. Los niños de Inés, la meretriz, siempre habían ido al Colegio ‘Ramón y Cajal’ sin ningún problema, pero al ir a realizar la matrícula para el nuevo año recibieron una negativa por respuesta. ‘¿Por qué no? Pagaré lo que sea’, insistió Inés. ‘Lo siento, Inés, pero tengo instrucciones de no escolarizar a tus niños. El Consejo Escolar opina que tu profesión no es una buena influencia para el resto de los niños’, se excusó avergonzado el director.
Sin olvidar el asunto de la farola que nunca se arregló, del socavón que quedó abierto para el resto de los tiempos, del que sí se cerró porque los vecinos sí pagaron para ello, de los robos en las zonas que no se podían permitir seguridad privada, y un largo etcétera.
(continuará)