“Ante la miseria del proletariado, nos parecería faltar al deber de nuestro oficio si callásemos” León XIII
La Iglesia no puede callar ante la miseria. Hacerlo sería negar a Jesucristo que hizo de los pobres su opción preferencial de su misión en la tierra.
Cónsono con lo anterior, la Iglesia está consciente que el hombre es el camino de la Iglesia.
Una economía tiene que estar en función del bienestar del hombre, como ser real, concreto e histórico. Se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio.
A finales del siglo XIX, era Papa León XIII, la cuestión social era dantesca. La economía, el sistema político que le servía de sustento – el liberalismo – explotaba sin misericordia a niños, mujeres y hombres, que no tenían derecho a un salario justo, a días de descanso ni para guardar los días festivos dedicados a la alabanza al creador. A esta situación política y económica, Juan Pablo II, llamó capitalismo salvaje.
El santo Papa, Juan Pablo II, escribió la encíclica Centesimus annus en homenaje a la gran encíclica, la Rerum novarum, de León XIII.
En esa encíclica, Centesimus annus, Juan Pablo II, se refiere al conflicto capital y trabajo. León XIII defendía los derechos fundamentales de los trabajadores, la dignidad del trabajador y del trabajo, entendiéndose por éste la actividad ordenada a proveer a las necesidades de la vida y en concreto a su conservación. Defendió, también, la existencia de un salario justo. Se afirma, con justicia, que el Moderno Derecho Laboral, nació con la publicación de la Rerum novarum.
Para que haya paz hay que tener libertad y una justa distribución de la riqueza. Está comprobado.
La Iglesia, por tanto, es defensora y promotora de los derechos del hombre. La libertad religiosa, que es camino hacia la paz, es garantía de dignidad trascendente. La libertad religiosa, el derecho a vivir según la verdad de la propia fe, es fuente y síntesis de esos derechos del hombre.
El hombre necesita de la propiedad privada entendida no como un valor absoluto. La complementa el destino universal de los bienes de la tierra. El derecho a tener para ser. A tener lo necesario para que el trabajador pueda obtener un desarrollo humano integral de él y el de su familia.
Juan Pablo II, nos dice, en su Centesimus annus, que León XIII, llegó al núcleo de lo que intentó el llamado socialismo real como respuesta a esa dantesca cuestión social existente a finales del siglo XIX, que fue eliminar, suprimir, prohibir, la propiedad privada. “Para solucionar este mal (la injusta distribución de las riquezas junto con la miseria de los proletarios) los socialistas instigan al odio contra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes… pero esta teoría es tan inadecuada para resolver la cuestión, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras, y es además sumamente injusta…” Es el socialismo real que “vivieron” en la extinta URSS y que agoniza en otras latitudes.
En el ejercicio de la libertad, que no es un valor absoluto, debe garantizarse la existencia de la familia, de grupos económicos, sociales, políticos y culturales. Es la manera de respetar la naturaleza humana, que tiene autonomía y necesita de ella, enmarcada dentro de los linderos establecidos por el bien común.
Las ideologías no han dado respuesta satisfactoria a la cuestión social. La ciencia y la tecnología, tampoco, no obstante, los progresos y beneficios que el ser humano ha obtenido. Y es que, categóricamente hay que sostener, fuera del Evangelio no existe verdadera solución para la cuestión social. En el evangelio las cosas nuevas de ayer y de hoy – quizás más graves hoy, cuando hasta la vida humana está en peligro de extinción y el planeta ha sido maltratado por la ciencia y la tecnología sin freno moral – pueden hallar en él su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral.
Se requiere en el presente, como ayer, de un poder equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia. La única soberana en un Estado de Derecho es la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres. El Estado debe garantizar la seguridad, porque la falta de ésta, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados en ilícitos de todo tipo y pelaje o puramente especulativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico.
He querido compartir estas notas con todos, recomendando sus lecturas, que emanan de las encíclicas citadas, de extraordinaria vigencia, como un homenaje al Santo Papa Juan Pablo II, en momentos cuando, ser Beato es el primer eslabón de su canonización. Es un merecimiento más que justificado. El Santo Papa, Benedicto XVI, le ha tocado el honor de encabezar ese merecimiento.