Nadie es profeta en su tierra; la justicia tampoco. Por eso tiene que venir Argentina, nuestra convecina de las afueras, a decirnos: che, señores, aquí hubo una dictadura, y traemos un remedio para su amnesia (alias ‘olvido selectivo’).
Porque los que recetan el olvido del franquismo son los mismos que quieren preservar su recuerdo así, sin una mancha de condena en lo que ellos creen que fue un gobierno legítimo y una época gloriosa. Son los mismos que no han condenado sus crímenes y que han invadido la política con los credenciales de su linaje franquista.
Pretenden que sumamos en un polvoriento olvido la injusticia, precisamente porque la declaración de su ilegitimidad significaría la sospecha de sus cargos. Sin embargo, a sabiendas de esto, los españoles han votado al partido franquista por antonomasia: los ricos para preservar su hegemonía social; los pobres por cierta leyenda (de ignorancia) popular de la idealidad de aquellos tiempos, y por la afinidad homófoba que comparten con el fascismo ibérico.
Parece mentira, pero algunas personas mayores que confiesan una infancia/juventud penosa, con dietas alimenticias a base de pan, cebolla, y parecidos productos de tan modesta categoría, son los mismos que hablan de una especie de edad de oro, seguramente por la tendencia mitificadora hacia la infancia, que ve días azules donde hubo chaparrón y aguacero.
Pero Argentina, que durante tantos años refugió y se encariñó con aquellos “gallegos » que venían desde tan lejos, con un mismo idioma tapizado por una tonalidad más uniforme, huyendo del fascismo con cierta nostalgia estoica, curtidos en una derrota de quien se sabe en superioridad moral y en pulcritud de conciencia, viene décadas después, ante el asombro que causa la impunidad de lo obviamente injusto, a echar una mano, con carácter retroactivo, a esa España que no tiene tumba que ir a visitar, porque sus antepasados quedaron en el purgatorio, a expensas de ser declarados víctimas de un crimen cometido por metro y medio de gallego endiosado que, ayudado de sus homólogos, Adolfo y Benito, sometieron al pueblo español, arrastrando en su contienda a los más ilustres intelectuales de la época, que bien muriendo a bocajarro, o víctimas de pésimas condiciones carcelarias y destierros, dejaron a España sumida en un páramo cultural del que aún hoy sufrimos las consecuencias.
La justicia es ciega, sí, pero sabe nadar, y no le importa cruzar el atlántico si es preciso, ni tener más paciencia que el tiempo mismo, si la envergadura de su ofensa lo merece. Y aquí la esperamos los que no sufrimos de amnesia selectiva, ni creemos que País alguno pueda llegar a buen destino si no repara en que tomó el camino equivocado hace mucho y se empeña en no reconocerlo, para darle la bienvenida que merece: Che justicia, ¡ qué bueno que viníste !