En algún momento, todos hemos escuchado frases como “un amigo fiel vale por diez mil parientesâ€; “un amigo es un tesoroâ€; “mientras se tenga al menos un amigo, nadie es inútilâ€; “todo mi patrimonio son mis amigos†y muchas más de igual naturaleza, las cuales ensalzan la amistad, la ponderan como un valor en suma apreciable e inmutable.
Pero un buen dÃa te das cuenta de que todo eso era mentira. Que aquel que se decÃa amigo tuyo, no era sino un ególatra que buscaba en ti una audiencia más para expandir sus absurdas e ilógicas ideas. Abandonaste esa amistad. Te despojaste de ella como quien se quita una prenda vieja y rota; ¡fuera!, y cortaste todo vÃnculo.
Pero quien decÃa ser tu amigo, se disfrazaba de otra persona para seguirte, espiarte y seguir sembrando su ponzoña en otros que también decÃan ser tus amigos.
Ellos se fueron alejando.
Te seguÃan llamando amigo «por si acaso».
Pero tu sabÃas que nada de amistad habÃa en ellos hacia ti. «Que en la vereda que va desde tu casa a la de tu amigo nunca crezca la hierba» . Pero en cuanto tú dejaste de transitarla, la vereda se convirtió en prado y la hierba crecÃa frondosa por la senda que tu mantenÃas limpia con tus pisadas. Triste por ver esa vereda, que tanto habÃas transitado, convertida en pastizal, no pasaba un dÃa en que con los ojos llorosos recordaras la decepción sufrida. Pensabas que aquello no podÃa seguir asÃ. Imposible volver a caminar por la vereda aquella, te laceraba el alma ver tal abandono. La solución llegó en forma de una joven oveja con su corderillo, a los que cada dÃa llevabas a pacer en las altas hierbas de la desaparecida senda. Y allÃ, donde la amistad habÃa muerto, surgió un pequeño rebaño que alegraba tus oÃdos con sus tiernos balidos y tu vista con la blancura de su lana.
La vida proseguÃa a pesar de la falsedad. Quien te habÃa traicionado te enseñó, sin querer, cómo transformar el dolor de una pérdida en la alegrÃa de la vida renovada.