Dice la RAE que la austeridad es aquella virtud que determina severidad, ajuste a las normas de la moral, y lo moral, desde un punto de vista económico es ajustar los gastos a los ingresos, algo de lo que nada quisimos saber cuando los ingresos crecían sin que supiéramos muy bien la razón, pero de lo que hacemos ahora bandera como si hubiéramos descubierto la fórmula secreta de la eterna juventud.
Hoy hemos conocido que el Gobierno ha podido reducir el déficit público en un 20% en el primer trimestre del año, una noticia que es buena, pero que en lugar de alegrarnos debería de preocuparnos por la mala gestión de la que hemos sido víctimas los ciudadanos españoles durante los años de bonanza.
El buen gestor público debería de llevar la austeridad por bandera ¡siempre!, no sólo en tiempos de dificultades económicas, como en la empresa privada, aquellas personas designadas para llevar a buen puerto la administración pública deberían de conocer al detalle el gasto de sus áreas de responsabilidad y buscar la permanente reducción del mismo, porque los ingresos son, en muchas ocasiones, fruto de las circunstancias, mientras que los gastos son el resultado de la gestión.
Sin embargo, en lugar de gestores públicos austeros nos encontramos con un grupo de políticos cuyo principal objetivo es la reelección, y, por tanto, gastan en función de ella, y no en función de las necesidades reales de su administración en el medio-largo plazo. Por ello, ahora asistimos aterrados al endeudamiento atroz de Ayuntamientos, Comunidades Autónomas y Gobierno central, sin pararnos a pensar que no es cosa de ahora, sino de antes, cuando no se tomaron las medidas de gestión adecuadas.
Por tanto, el hecho de que el Gobierno haya reducido el déficit público es una buena noticia, una gran noticia que nos ayudará a sobrellevar los ataques especulativos de los mercados internacionales, pero no olvidemos nunca que gran parte de ese déficit fue generado por la mala gestión de los responsables públicos que ahora presumen de austeridad.