Por esos vericuetos del lenguaje se suele entender la austeridad como el gastar poco, cuando, en realidad, la austeridad debería de denotar el gastar bien, por lo que me temo que los discursos políticos de investidura que hemos estado estado escuchando durante estos días de atrás parten de un error de concepto que puede llevar a tomar decisiones equivocadas a todos los niveles.
Porque el Partido Popular ha entendido bien el mensaje que quiere escuchar la población, y como siempre, haciendo de la demagogia arma política, se dedica a utilizarlo de manera recurrente. Porque chirría, o al menos a mí me lo parece, cosas de la edad, supongo, que el Partido que gobierna en la Comunidad más endeudada de España, Valencia, intente ahora dar clases de austeridad económica.
Pero como hay que saber conservar las tradiciones, al menos las no dañinas ni ofensivas, habrá que conceder cien días de gracia a todos los nuevos Presidentes de Comunidades Autónomas, cien días en los que deberán poner en marcha sus proyectos políticos y en los que entenderemos hasta que punto la austeridad es un hecho o sólo palabras.
Y no quiero negar que el ahorro en las administraciones públicas es fundamental, pero tampoco negaré que ese ahorro no se debe de dar ahora, que estamos en época de crisis, sino que se debió dar siempre. La austeridad no es un mecanismo de autodefensa contra la crisis económica, sino un mecanismo de gestión elemental en toda empresa, pública o privada, y el ignorar este hecho fundamental es ignorar la esencia misma de la eficiencia.