En estos últimos años teóricos y practicantes de la salud han afirmado que la depresión es una enfermedad social y que después de la sociedad industrial y la del ocio, se ha instalado la sociedad depresiva. Para algunos medios, los medicamentos antidepresivos se convirtieron en artificiales píldoras de la felicidad y los deprimidos son «toxicómanos legales». Para la opinión pública la depresión es también el mal del siglo, producto del estrés, el hastío y la falta de ideales de la sociedad contemporánea.
Mientras este panorama oscuro era percibido en el mundo de las ciencias del comportamiento humano, la mayoría de los economistas percibían el mundo como de creciente progreso mientras se ajustara al modelo que ellos llamaban como economía de mercado. Así, la globalización fue percibida como caos para los científicos sociales y como oportunidad de crecimiento para los economistas. Mientras estos últimos hablaban de los exitosos países del primer mundo cuyo modelo debía ser imitado por los países del tercer mundo, los estudiosos de la conducta humana advertían los riesgos de la alienación que acompañaba al desarrollo tecnológico. Se preguntaban, por ejemplo, el porque el índice de mortalidad infantil menor de Cuba es menor al de Estados Unidos, siendo que este índice expresa la eficiencia de las políticas sociales de una comunidad.
Sin embargo, algunos economistas que no pertenecían a la elite del sistema financiero eran pesimistas en relación al presente y en especial al futuro del modelo. Entre ellos se encuentra el español J.L. Sanpedro y el estadounidense L. Larouche. El primero enfatizó que el bienestar significa conseguir la libertad de las necesidades imperiosas, y su enemigo es el mejor estar (el querer hacerse rico), único objetivo de bancos y corporaciones. El segundo afirmó que la economía es una ciencia física y que los países ricos en torno a un mundo de finanzas virtual olvidan este concepto, dejando atrás el básico desarrollo de un país que es el desarrollo de su infraestructura. O sea, Sanpedro, Larouche y otros economistas de su estirpe comenzaron a aclaran la visión sombría de psicólogos y sociólogos.
De allí que la caída de los bancos puede ser concebida como una señal positiva en el sentido que finalmente el telón ha caído. Los bancos habían remplazado al estado y a la iglesia en su función de dar seguridad al individuo. Ellos eran quienes siguiendo sus reglas darían recursos al ciudadano común para obtener una profesión, una casa- el hogar-, y finalmente el retiro. No había ninguna razón para no confiar en ellos. ¿No la había o no se quería ver?
En tiempos de bonanza los bancos esperaron mayor independencia de los gobiernos, y la lograron, con el resultado de descalabro actual. Sin ninguna aceptación de su culpa, ahora acuden desesperados para ser auxiliados, pero claro está no quieren ser nacionalizados. O sea, en épocas buenas las ganancias solamente son para ellos, en tiempos malos, las pérdidas, producidas por sus propias políticas, las paga el ciudadano común con sus impuestos.
Los gobiernos de Alemania y Estados Unidos asienten sumisamente a los caprichos del sistema financiero creando una deuda que será pagada por las nuevas generaciones en un intento de salvar lo que no es lógicamente salvable. L. Larouche afirma con toda razón que hay que dejar a los bancos que se hundan pues ellos mismos son los responsables de la crisis económica y financiera actual.
Sin embargo el ciudadano común que tal vez perdió su casa, su trabajo, sus ahorros para su vejez, y que luego verá como su salario-si lo conserva- se reciente debido a la inflación que la ayuda gubernamental generará, va a comenzar a hacerse preguntas y a tomar distancia del sistema ideal propuesto por los grupos de poder. La confianza a ciegas en el sistema financiero y económico se perdió y para siempre frente a los ojos de este sujeto que atrapado en un mundo de consumismo sin sentido, comienza por primera vez a reflexionar sobre las bondades de vivir en el sistema bancario carcelario.
Y es que la realidad no se dividirá en ciudadanos del primer mundo y ciudadanos del tercer mundo, habrá solamente personas con o sin trabajo. Quienes tienen trabajo serán como las personas que en la Edad Media vivían protegidas en un castillo, quien lo pierden serán como quienes quedaban expuestos a todo tipo de peligros al no poder vivir más dentro de ese castillo.
Y es entonces, cuando el individuo que sin tener posibilidades de pertenecer a las elites de poder va a comenzar palpar la cruda realidad venidera y reaccionará. Con este no quiero implicar una reacción en cadena de lucha y resistencia activa contra el modelo, sino un comenzar a plantearse un proyecto de vida más sano.
Al parecer el ser humano es hijo del rigor, entiende la realidad cuando ésta le afecta en forma directa y dolorosa de tal modo que no tiene otro remedio que reaccionar y cambiar. Tal vez sea por eso que el gobierno de Ecuador, uno de los países más pobres de Sudamérica, es el único de la región que ha decidido investigar la legitimidad de su asfixiante deuda externa, e iniciar juicios suculentos en contra de las corporaciones petroleras que contaminaron sus tierras, sus aguas, su flora y su fauna. En tanto el gobierno de la Argentina se aferra a la «caza» de los militares de la ultima dictadura, mientras los ministros de economía de estos últimos -que fueron los que crearon la deuda externa- siguen siendo ciudadanos respetables, porque claro está que investigar a estos señores es investigar también a los prestamistas extranjeros.
Nuevas situaciones, y esta es sin duda una nueva realidad, exige cambios en el liderazgo. Así lo establece la psicología social. Veremos posiblemente al comienzo, líderes que prometen el cambio, pero que luego no lo cumplen por sus ataduras con el sistema. Cuando las situaciones se agudicen más, aparecerán nuevos tipos de liderazgo que serán líderes de situaciones de emergencia.
Pero mas allá del impacto que reciba la clase dirigente frente a la actual crisis, el ciudadano que la sepa calibrar si va tomar decisiones objetivas en relación a la situación que lo circunda y se reirá cuando su gobierno le dice que con colaborando con una actitud de optimismo las cosas volverán a ser como lo eran antes.
Y en este sentido que percibo la caída de los bancos como un signo positivo, de despertar y de progreso a una mayor salud mental del hombre moderno.