¿Dónde estaba usted el 19 de septiembre de 1999? Ya conozco la respuesta. ¡Vaya usted a saber! Pues mire usted por dónde yo sí me acuerdo de aquel día. Yo estaba en mi casa, maldiciendo mis tiernos 20 años, los que ahora añoro, sentado en la mesa camilla ante un buen plato de paella “castellana” y desde el televisor, Jesús Álvarez, nos reclamó conmovido para que contempláramos cómo el mundo moderno irrumpía como un tsunami en la paz centenaria de una diminuta aldea valenciana.
Aquella, entonces, desconocida aldea no era otra que Cheste, a 20 minutos mondos y lirondos de la capital del Turia, y nos la presentaron como el paradigma de la lucha del bien y el mal, del silencioso mundo rural contra el ruidoso mundo moderno. Que es un hito histórico, decía cuasi enajenado el presentador del parte, sin precedentes, lo nunca visto. Vamos, como si el Gran Circo Americano, con sus fieras del África, sus malabaristas y sus vedettes, aterrizará, ¡qué sé yo!, en Segoyuela de los Cornejos, Salamanca. Mismamente.
Y las imágenes nos producían ternura. AgÁ¼elos de toda la vida, sentados “a la fresca” de sus chamizos, las manos sobre los gayatos, mirando embobados el pasar y repasar de bichos de dos ruedas (o bichos sobre dos ruedas, que en el matiz está la diferencia); señoras haciendo calceta al atardecer del viento de poniente, siguiendo con sus agujas las derrapadas y los caballitos del diablo. Seguramente entonces, por el capricho de la novedad, algún labriego chestano, en algún azagador de la viña, se partiría el lomo contra el suelo intentando hacer el borrico con su movilette de dos tiempos, marcha alante y marcha atrás.
Resulta que la vida da requiebros, como la pelota en los pies de Messi, y a mí me ha dado sus verónicas y mis pases. Y en esos quites, ha resultado que, once años después, me ha traído a vivir a escasos cinco minutos del silencioso, y por tres días bullicioso, pueblecito de Cheste. Cheste no es, quizás nunca lo fue, la aldea rural, campesina y cateta que Jesús Álvarez nos vendió en aquel telediario de 1999. Es uno de esos pueblos que se basta a sí mismo, con sus bares, sus mercados y sus tiendas de chinos. Es una ciudad, como dicen los cetreros, “de mano por mano”, coqueta y autosuficiente y quizás el Circuito de Velocidad no fue el motivo que encontró, sino la excusa, para engancharse al tren de la modernidad.
Digo todo esto a cuenta de que en este fin de semana que se nos avecina vengo reviviendo aquellos lejanos tiempos del fin del siglo XX. Alcañiz, una pequeña ciudad del interior de Teruel, ese Teruel, sí, el que existe, va a acoger por vez primera en su historia una prueba del Mundial de Moto GP. Para ello, no han reparado en gastos; un fastuoso circuito al que han bautizado a lo yanqui, MotorLand, seguramente porque el nombre en baturro, la Carrere dels Motus, sonaría menos comercial. Y aquí está el Gran Circo Americano, que con el tiempo ya no tiene fieras ni domadores ni faquires, y hasta se le ha perdido el nombre por la cuneta.
Ya estoy deseando ver ese parte de la Primera, a ver qué cara ponen los agÁ¼elus turolenses cuando vean llegar a los burros montados sobre las cabras haciendo caballitos… informando que los “hombres buenos” han llevado la civilización, como antaño, a la España profunda.