Dicen que los economistas estamos acostumbrados a mirar al pasado para intentar explicar el comportamiento de la economía. Efectivamente, los economistas utilizamos los sucesos que ocurren en el pasado para desarrollar teorías que sirvan para analizar el presente y realizar predicciones en el futuro. Naturalmente de los hechos pasados aprendemos mucho y es sumamente importante hacerlo así. No obstante, muchas veces damos por válidas algunas viejas teorías que quizás no debiéramos, o bien actuamos con prejuicios aceptando las mismas, y muchas veces a pesar de que nuestras teorías pueden ser un lastre que nos lleven a tomar decisiones equivocadas. Naturalmente existen otros argumentos bastante importantes que nos conducen a tomar decisiones equivocadas y que tienen que ver con la propia influencia que ejerce nuestra ideología para aceptar determinados modelos, porque probablemente no estamos dispuestos a dejar a un lado buena parte de nuestras ideas preconcebidas.
En muchas otras ocasiones, las teorías económicas de los economistas son utilizadas como excusa, o como armadura intelectual e ideológica para poder influir en la sociedad, tal es el caso de la teoría keynesiana que ha sido asumida de buen grado por buena parte de los ideólogos de la izquierda, o la teoría neoclásica con la que también se han desarrollado teorías igualmente incoherentes y donde todo responde a un ajuste de equilibrio perfecto pero irreal de los mercados. Ambos desarrollos han resultado nefastos para resolver la crisis actual y los resultados saltan a la vista, de hecho lo estamos padeciendo todos por partida doble. Por este motivo, muchas de las manifestaciones públicas de «destacados economistas» son más bien declaraciones políticas e ideológicas y por tanto interesadas, por no decir inconsistentes.
Lo que no entienden probablemente algunos políticos y probablemente tampoco muchos economistas, es que hemos creado dos superestructuras teóricas superficiales e inútiles para resolver nuestros problemas económicos, y que solo son utilizadas hábilmente para defender las posiciones ideológicas contrapuestas. Desde mi punto de vista probablemente tengan más utilidad para un político que quiera hacer frente a su adversario ideológico, pero para poco más. Particularmente soy de la opinión de que los economistas deberíamos hacer «borrón y cuenta nueva» con nuestras teorías y desechar aquellas que se han mostrado ineficientes. Ni se puede pensar que los mercados siempre están en equilibrio, ni por supuesto que su alternativa sea simplemente el control de los mismos. Por supuesto las teorías intermedias que buscan utilizar lo mejor de ambas posiciones, por ejemplo la neokeynesiana tampoco me acaban de convencer. Desde mi punto de vista hace falta un cambio en el desarrollo de la teoría económica actual.
Hasta hoy, que yo sepa, los economistas han fallado a la hora de analizar seriamente cuáles pueden ser las causas de la anunciada decadencia de nuestra economía y la de muchos países occidentales, aunque hayan acertado en relación con la crisis que se estaba engendrando, fundamentalmente por parte de los economistas de la escuela austriaca. Y en lo que respecta a los responsables políticos aún peor, unos han achacado la crisis exclusivamente a las políticas económicas llevadas a cabo por los gobiernos, otros al capitalismo y la especulación sobre los mercados. Lo cierto es que la quiebra del sistema financiero no es debido exclusivamente ni a uno ni a otro argumento, sino a una suma de circunstancias. O los responsables en su mayoría carecen de una visión real del asunto, o esconden, cuando no manipulan aquello que no desean dar a conocer con fines políticos.
Para quienes están ajenos a la ciencia económica advertirles que los economistas nos equivocamos al hacer predicciones porque muchas veces no consideramos todos los comportamientos inconexos de los mercados, porque son las decisiones imprevisibles de cientos de miles, sino millones de personas y empresas que muchas veces se ven influenciadas por las declaraciones de expertos e incluso de los propios líderes políticos, aunque también por otras causas más profundas y que tienen que ver fundamentalmente con la intervención de la política monetaria y no únicamente la política fiscal, pero que no forman parte de este artículo. Lo que tiene que entender el público es que en ocasiones los mercados reaccionan de manera distinta a la prevista, a veces con una fuerza inusitada porque hay distintas variables que en un momento inesperado adquieren suficiente relevancia, o bien, porque no han sido tenidas en cuenta realmente. Una intervención pública equivocada también puede ser el origen de cambios profundos en la economía.
Un científico puede y debe aislar las condiciones que afectan a un fenómeno para poder predecir correctamente un comportamiento, pero por extraño que parezca, los economistas no estamos ajenos a determinadas influencias externas, entre ellas hoy más que nunca la ideológica, lo que lleva a algunos responsables económicos a multiplicar sus errores y a convertirlos en unos pésimos gestores de la crisis. Y si nosotros los economistas, aun conociendo bastante mejor el comportamiento de los mercados, claramente no hemos hecho lo suficiente para advertir que este camino nos conducía a la debacle, por una razón u otra, imagínense ustedes a alguien que desconozca por completo cómo es el comportamiento de los mercados y de la economía y que su idea de sociedad se basa única y exclusivamente en argumentos puramente ideológicos, creyendo además tener el suficiente conocimiento para controlarlo todo, como si su actuación no fuera a tener la más mínima consecuencia sobre la economía y los mercados, como si pudiera controlar cada uno de nuestros comportamientos como consumidores o como empresarios. Parece, que en algunos casos algunos no han aprendido nada de la historia, y de los numerosos intentos fracasados por controlar el «sistema de precios» o también llamado «de mercado», por qué iba a ser hoy de distinta manera.
Si hay algo que un economista sabe es que la reacción de los mercados es, por lo general, en exceso. Es decir, un comportamiento que la mayoría de las veces es histérico y busca anticiparse a las expectativas que determinadas informaciones generan. Por eso, no solo las cifras económicas, sino también la información política sobre la economía que algunos líderes políticos transmiten es sumamente importante, pues de ella dependen las reacciones del mercado, compuestos por personas y empresas reales, dispuestas a mejorar su satisfacción y a conseguir mayores beneficios. Sin embargo, generalmente tarde o temprano estas reacciones en exceso de los mercados suelen suavizarse y seguir un cauce más racional. La respuesta de los mercados y sus reacciones excesivas también son debidas a manifestaciones incoherentes que lanzan algunos dirigentes en distintas direcciones, sobretodo cuando multiplican sus barbaridades o cuando abundan en optimismo o pesimismo con la mayor alegría, o con escasa sensatez. En algunos casos son también el pecado de algunos economistas influyentes, que adolecen -por tratarse de seres humanos e imperfectos- de los mismos defectos que el resto de seres humanos, anteponiendo muchas veces sus propias ambiciones personales al beneficio de la sociedad.
Nuestros representantes políticos deben saber igualmente cuáles pueden ser los efectos de sus propias declaraciones. Cuando un Presidente de Gobierno arremete en sus críticas contra los especuladores diciendo: «no deja de ser una paradoja que, como consecuencia de hacer un gasto público fuerte, ahora los mercados a los que acudimos a salvar sean exigentes y nos examinen e intenten poner dificultades», hay que decirle que un Presidente representa a toda la sociedad y que no puede anteponer su ideología al bienestar de todos los ciudadanos; porque, aunque quizás no se haya enterado o no se quiera enterar, afortunadamente hoy vivimos en una sociedad de mercado, y que salvo que él tenga en mente otros planes para nosotros, tal vez un tipo de sociedad distinta, una sociedad intervenida; de momento la sociedad española tiene otros planes: seguir viviendo en una economía de mercado y de la información. Esperemos que a tenor de las experiencias de otros países, los españoles hayamos tomado consciencia de que el tipo de sociedad intervenida que quieren algunos representantes políticos y que pregonan junto a los sindicatos en sus declaraciones ideológicas, pues esto no es precisamente la que más nos conviene a todos.
Mientras tanto nosotros seguiremos buscando nuestro mayor bienestar, a pesar de las nefastas declaraciones que perturban los mercados, a pesar de su intención de algunos por satanizar al mercado, es decir, a todos nosotros conciudadanos, porque el mercado en definitiva somos todos los españoles que hemos luchado por vivir en un país libre y moderno con una economía de mercado floreciente. Por otra parte, los economistas pensamos que no se puede satanizar al mercado y a quienes participamos en el llamándonos especuladores. Quizás no sepan algunos políticos que: «todos somos especuladores». Saben ustedes por qué, porque aunque con alguna que otra restricción amamos la libertad, porque al menos de momento podemos decidir libremente qué hacer con nuestro dinero, si invertirlo en vivienda, comprar fondos de inversión, hacernos un plan de pensiones, o gastarnos el dinero hoy; porque todos especulamos al perseguir la mayor rentabilidad que nos permita mejorar nuestro bienestar; porque todos especulamos al buscar unos mejores salarios y un mejor empleo; porque todos especulamos al buscar mejorar nuestro nivel de vida y el de nuestros hijos, qué le vamos a hacer, ¿no es esto suficiente con todo esto queridos intervencionistas?