Cuando en un espacio de tiempo de tres días uno oye decir a dos jóvenes, con trabajo y que no les va mal para desenvolverse en su hogar a pesar de la que está cayendo, que “este país es una mierda” y que no tendrían inconveniente alguno en trasladarse a otro para hacer su vida, uno se queda un poco, bastante, a “cuadros” y se pregunta por el porqué de estas manifestaciones de descontento tan duras. Lo cierto es que esto me ha dado mucho que pensar en estos pasados días y he estado mentalmente dando un repaso a lo que a diario oímos, vemos y escuchamos y la verdad es que a estos dos jóvenes a pesar de su buena situación, tienen trabajo y como he dicho no les va mal, no les faltan motivos para decir que “este país es una mierda” y que no tendrían inconveniente en marcharse de él. El caso es que con este ejercicio de repaso mental de lo que está ocurriendo en España, mejor dicho en Gilipollandia, uno se da cuenta de que es cierto que todo tiene su explicación. No voy a entrar en grandes detalles para explicar en qué me he fundamentado para entender las palabras y la actitud de estos dos jóvenes y comenzando por enumerar algunos de ellos, citaré en primer lugar la desconfianza, el temor y la inseguridad que crea en los ciudadanos el ver que su futuro es bastante complicado y lleno de incertidumbres. ¿A qué conclusión puede llegar la ciudadanía cuando oye a sus dirigentes invocar y acogerse a todos los santos habidos y por haber? A la desconfianza, a la preocupación y a la desesperanza.
Veamos lo que podemos esperar de nuestros dirigentes cuando se manifiestan del siguiente modo: Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior: “Santa Teresa intercede por España”. La ministra de Desempleo, Fátima Bañez, se encomienda a la Virgen del Rocío para salir de la crisis. Juan Ignacio Zodio, exmáximo dirigente del PP en Andalucía: “Los sevillanos confían en Cristo para salir adelante”. La alcaldesa de Madrid sitúa al cristianismo entre su credo político. Mariano Rajoy, se siente “reconfortado” después de haber estado en Almonte en la celebración del Rocío. Y acabo con el mismo con el cual empecé esta ronda de fervor religioso para acabar con la crisis, con Jorge Fernández Díaz, que pidió al Papa que “rezara por España en las circunstancias actuales”.
Sobre todo, esto es lo que nos da la medida de la incapacidad de nuestros gobernantes para sacarnos de esta catastrófica situación.
Mientras la reforma laboral de Rajoy dictamina que las empresas que tengan pérdidas pueden despedir a sus trabajadores pagándoles 20 días por año en lugar de 45, cualquier modesto contable conoce las mil formas de que una empresa declare pérdidas en vez de beneficios sin que nadie de Hacienda venga a comprobarlo, un juzgado dicta una sentencia mediante la cual hay que indemnizar a dos ex altos directivos de Catalunya Banc con 600.000 euros a cada uno de ellos por despido improcedente cuando este banco tuvo unas pérdidas de 11.819 millones de euros y el Estado, los españoles, tuvo que inyectarle 12.050 millones de euros, la mayor ayuda bancaria en España superior a la de Bankia en proporción a su tamaño. Para esta gente la reforma laboral de Rajoy no cuenta.
Y no digamos de la befa y mofa, tan miserable como ruin que está practicando diariamente el Gobierno y sobre todo la “desmoñada” de la ministra de Desempleo, Fátima Báñez, recordándoles a los pensionistas que el Gobierno les ha “subido” la pensión. Un juego sucio y rastrero. Lo que el Gobierno debió hacer es hablar claro y decir que este año no habría aumento de las pensiones por una sencilla y poderosa razón: Porque no hay dinero, salvo para rescatar a los bancos. A la gente, a las personas, hay que hablarles claro, decirles la verdad y no mentirles y encima burlarse de ellas. Eso que lo hagan con su dignísimo y respetabilísimo padre.
Son muchos “pequeños” detalles que crean temor, desconfianza y que te hacen llegar a que puedas alcanzar a explicarte porqué dos jóvenes que hasta hora están teniendo suerte, dicen que “este país es una mierda” y que no tendrían ningún inconveniente a la hora de tener que abandonarlo para siempre. Son dos jóvenes que se dan cuenta de que a su alrededor hay millones de personas que lo están pasando muy mal y que ellos pueden acabar engrosando el grupo de menesterosos, indigentes o como se les quiera llamar. No les falta razón a estos dos jóvenes, pero la realidad es que la mayoría de la clase dirigente de este país les da a los valores éticos, morales y sociales el mismo uso que le da al papel higiénico y así nos va.