El presidente sirio Bachar Al-Asad se aferra al guión que aplicaron sus depuestos colegas Ben Ali y Hosni Mubarak en Túnez y Egipto respectivamente. Al mismo tiempo reflota viejos discursos de conspiraciones extranjeras donde depositar culpas, pero lo cierto es que no ha iniciado ninguna concesión o reforma profunda a diferencia de los intentos de apaciguar que sí intentaron Ben Ali y Mubarak. La paciencia de los sirios posiblemente tenga un límite y a menos que inicie reformas de peso y otorgue mayor libertad política y de expresión pronto podría enfrentarse al mismo destino que los líderes de Egipto y Túnez.
Hasta ahora, el presidente Assad ha contado con la lealtad de sus fuerzas armadas, con el silencio de la mayoría de las potencias occidentales y con el apoyo del régimen iraní. Esto esta permitiéndole acallar parcialmente la ola de protestas por las ultimas semanas. A diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto, donde el ejército se negó a aplastar los tumultos populares a sangre y fuego la seguridad siria no reparo en disparar y reprimir las movilizaciones, el saldo de unos 250 muertos y centenares de heridos civiles que señalan las ONG’s de DD.HH sirias así lo demuestra. Siria tiene una historia de represión despiadada, Haffez Al-Assad, el fallecido padre del actual presidente aplastó los levantamientos islamistas de 1982 en Hama saldándolos con 20.000 muertes. Esto podría explicar por qué en lugares como Latakia o Hama se han reunido únicamente unos cientos de protestantes frente a las grandes multitudes que se han visto en los levantamientos de Túnez, Yemen y Egipto. Lo cierto es que a estas alturas Assad tendría que implementar reformas concretas si es que desea capear el descontento y no correr riesgos.
Sin embargo más allá de la gravedad de la revuelta interna, el escenario en el caso sirio es que los países que tienen frontera con Siria; Irak, Jordania, Líbano, Turquía e Israel están sufriendo – en alguna medida – las consecuencias de los conflictos regionales. Quizá por eso, sus vecinos se abstuvieron de criticar a Assad, por temor a que el conflicto sectario pueda explotar en Siria y se extienda a sus propios países. Si estalla Siria; Irak va a explotar, explotará Jordania y el Líbano se verá afectado por igual. Entonces se abriría el verdadero escenario donde echa raíz la problemática “que Occidente ve –erróneamente- como revoluciones”, por fin el problema real saldría a la luz y tomaría inusitada fuerza y peligrosa dirección hacia el verdadero conflicto existente, que no es otro que el de la sunna y la chi’ia”.
Como sea, Siria podría estar de cara a su destino en dos o tres viernes si es que se producen manifestaciones a gran escala después de la oración del mediodía en dos de las ciudades más grandes del país, Damasco y Alepo. Así, el régimen se enfrentará a una difícil elección: a) acabar con las manifestaciones a través de la violencia extrema o b) satisfacer las demandas de los manifestantes. En cualquiera de las opciones, Siria podría estar marchando hacia el abismo de un conflicto entre sunítas contra alawitas – la minoría que gobierna Siria. Assad hijo teme no solo ser expulsado del poder sino al riesgo real de una masacre de su secta alawi a manos de los suníes. Lo que realmente pone nervioso a Bashar es que las manifestaciones estén volviéndose sectarias. Los manifestantes están culpando por la corrupción, el desempleo y el costo de los alimentos a los alawitas – la secta a la que el presidente y su familia pertenecen. Los alawitas son una secta del Islam chi’íta y representan sólo el 12% de la población de Siria pero han gobernado el país durante más de 40 años gracias a un estricto control de los servicios de seguridad y las fuerzas armadas. La queja más ampliamente expresada por las manifestaciones es contra la corrupción. Sin embargo, aunque los alawitas son parte del problema, la elite sunita no esta exenta de su parte de responsabilidad. Pero el verdadero problema entre suníes y alawitas es que los fundamentalistas suníes consideran a los alawitas como herejes y personas no calificadas para gobernar Siria.
Assad también está paralizado ante la idea de flexibilizar su régimen porque el único grupo organizado y suficientemente popular como para beneficiarse de una “Perestroika” Siria es la Hermandad Musulmana, un enemigo mortal del régimen y la familia Assad. El factor islamista esta quitando el sueño del presidente sirio desde el inicio de las movilizaciones con el levantamiento en Deraa, la ciudad donde las primeras manifestaciones estallaron y que es conocida por su política conservadora sunita.
El régimen ha declarado que estudiará la conveniencia de dejar sin efecto la ley de emergencia y tal vez, avanzaría a la celebración de elecciones. Pero hasta ahora, las medidas que el gobierno ha prometido siempre horas antes de cada viernes no se han producido y se renuevan para la víspera del próximo viernes. Esto esta impacientando a la población que ya se ha decantado mayoritariamente en rechazar esos anuncios.
Hay miles de sirios en el interior del país que están preguntándose cuántos viernes más puede sobrevivir Bashar. ¿Dos? ¿Tres? La respuesta la tienen los ciudadanos sirios en la calles.