“No basta con la buena voluntad para lograr una buena comunicación con las personas en situación de vulnerabilidad”, explica Javier Barbero, psicólogo del hospital Universitario de La Paz y que atesora una generosa experiencia en el campo del voluntariado. Una persona vulnerable es aquella que se encuentrasocialmente desadaptada. Es el caso de los discapacitados, los indigentes, las minorías étnicas mal integradas, etc.
Comunicar es Ser auténtico. Raúl Tristán (2012).Para comunicarnos de manera efectiva con una persona vulnerable es necesario crear un vínculo. Y esos vínculos han de ser significativos y no instrumentales. No ver en el otro un vehículo para conseguir nuestros objetivos. Construir un nosotros empezando por ofrecer un espacio de comunicación, de aprendizaje y apoyo mutuo.
Todo lo contrario son los apegos. Estos, ya sean materiales o afectivos, crean dependencia y nos impiden crecer. Sentirse vinculado empodera al vulnerable para generar condiciones de resiliencia. Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz, habla del fenómeno de la resiliencia en su libro El hombre en busca de sentido. En este libro su autor explica este concepto como la fuerza que permite al ser humano superar el dolor. Y observa que “el primordial hecho antropológico humano es estar siempre dirigido o apuntando hacia algo o alguien distinto de uno mismo: hacia un sentido que cumplir u otro ser».
Para Javier Barbero, la interrelación con la persona vulnerable debería basarse en el diálogo en condiciones de simetría moral. De esta manera, reconocemos al otro en sus palabras. Confiar en la otra persona, pero sin ingenuidad. Crear un contacto dinámico, mostrarle que estás con él. Desde una aceptación incondicional de la persona, sin juicios ni prejuicios. Tratar de encontrar la raíz de su sufrimiento. Porque si confrontas su conducta sin acoger su dolor, le estás agrediendo.
La fragilidad humana es la señal de nuestra más profunda humanidad, señala Javier Barbero. Para ayudar al otro hay que conectar con nuestra propia fragilidad. Empezar por reconocer lo ilusorio de una existencia inmortal y plena. Aceptar el propio sufrimiento y desterrar los anhelos. Como dice Henri Nouwen en su obra El sanador herido, esto crea “un espacio de hospitalidad en nosotros”. Nos hacemos eco del otro y este se siente reconocido en lo que expresamos. A través del arte de la empatía conectamos con sus hechos, valores y emociones. Esto es posible mediante la escucha activa.
Para ello es importante no confundir cuando el otro se expresa en el terreno del sentimiento con el de la razón y viceversa. Mostrar interés a base de preguntas.
Prescindir de las preguntas de carácter policial. Ser congruente con lo que piensas y sientes, sin llegar a una espontaneidad demasiado sincera. Esta actitud dota al que escucha de una mayor atención. No está tenso, sino alerta. Percibe y manda mensajes desde todos los sentidos.
Javier Barbero considera que hay dos asignaturas pendientes de implantar en los colegios: La educación para el amor y la educación para la muerte. Se refiere a la necesidad de educar a los niños para la creación de vínculos constructivos. Y por otro lado, de dotar a los niños de competencias para aceptar la pérdida, en el sentido de fracaso profesional, de ruptura sentimental, de pérdida de salud, de pérdida de libertad, etc.