“Les aseguro que lo que les hayan hecho a uno solo de estos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mi” (Mt 25, 40).
Verdadera ayuda, poner el hombro a los pobres y necesitados, que tienden a crecer en legiones infinitas en el mundo globalizado de hoy, que arrastra a miles de pueblos, necesitan estos, con urgencia, para lograr un desarrollo humano que sea integral. Es garantía de paz, que está seriamente amenazada en el mundo actual. Pero AYUDA de los poderosos del orbe, no ayudas que “solo patrocinan el asistencialismo paternalista y afectan la libertad, la dignidad y autonomía de los pueblos, no tanta “ayuda” u “obras de beneficencia”, sino más condiciones de equidad y mayor empeño en el justo reparto de los bienes creados y mayor apoyo al libre desarrollo de los pueblos” (SCHÁ–KEL, Luis Alonso. La Biblia de Nuestro Pueblo. Comentario al capítulo 47 del Génesis, que recomiendo leer).
Ese desarrollo, para que sea humano e integral, que promueva a todos los hombres, tiene que tener como principio, la centralidad de la persona humana. Debe mejorar la calidad de vida de todos, no de manera abstracta, sino de forma concreta, a personas de espíritu y cuerpo, de carne y huesos. No un desarrollo de declaraciones de crecimiento económico, de solo macroproyectos económicos. Se requiere de microproyectos que movilicen, efectivamente, a toda la sociedad civil, como afirma Benedicto XVI en Cáritas in veritate.
Los proyectos de desarrollo de los pueblos, además de flexibles, necesitan de seguimiento, en cuanto a sus resultados. Que éstos se logren.
Estos proyectos deben tener como ejecutores a los pueblos débiles, verdaderos “constructores de su propio desarrollo” (Pablo VI en Populorum progressio no. 76). Los pueblos no pueden estar aislados. Necesitan insertarse cada día más en el mundo integrado del presente y celebrar acuerdos, tratados, que tengan por fin lograr beneficios para sus gentes en forma concreta.
Los organismos internacionales deben cooperar, ayudar, para el desarrollo libre de los países, que eufemísticamente, son llamados países en vías de desarrollo. Deben velar por la transparencia de sus gestiones y que sus burocracias no sean demasiado costosas.
Benedicto XVI, mi admirado Papa, sostiene “que se deben promover aquellas empresas que son capaces de concebir el beneficio como un instrumento para conseguir objetivos de humanización del mercado y de la sociedad…, donde es muy importante proceder con proyectos de subsidiaridad convenientemente diseñados y gestionados, que tiendan a promover derechos, pero previendo siempre que se asuman también las correspondientes responsabilidades”.
La subsidiaridad consiste, en que conforme a este principio de Doctrina Social de la Iglesia, “las sociedades de orden superior deben ponerse de acuerdo en una actitud de ayuda (“subsidium”) por tanto de apoyo, promoción, desarrollo respecto a las menores”.