Hace no mucho, conocíamos que España era el tercer país de la Unión Europea con la jornada laboral más larga, y que los españoles son los trabajadores, del mismo ámbito territorial, que menos producen. Extraña paradoja que después de mantenernos en el puesto de trabajo durante, más tiempo que al resto de ciudadanos europeos, nos sitúa a la cola de producción. Parece claro que estar sentado en una silla, no equivale a estar trabajando, y se puede convertir en un tormento cuando uno sabe que ha dejado un montón de cosas por resolver en casa. Todo ello nos aleja de los estándares de calidad de vida de otros países de la Unión Europea. Pero, ¿Qué ocurre?.
A simple vista, la respuesta parece fácil: todo el tiempo que permanecemos en el puesto de trabajo no lo empleamos en trabajar, y se comienza a oír hablar de “absentismo mental”. En este sentido, D. Ignacio Buqueras y Bach, Presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, a una pregunta de un periodista, contestaba: «Habrá que estar atentos a este fenómeno, que se conoce como absentismo mental, y que empieza a ser más grave que la ausencia física». Es claro que vivimos en un país en el que impera la cultura de la presencia, y en la que parece que lo que realmente es importante es el número de horas que permanecemos en el puesto de trabajo, y no la productividad obtenida. También parece claro que si queremos conciliar vida familiar con vida laboral, se hace necesario un cambio de paradigma, evolución hacia la cultura de la eficiencia, en la que prime el rendimiento sobre el número de horas. No es la presencia, la variable que se relaciona directamente con la eficiencia, sino la motivación.
Sin embargo, a pesar de nuestra tendencia al “presentismo”, los nuevos profesionales, priorizan sobre el sueldo, otras necesidades, a la hora de definir un trabajo como satisfactorio o bueno. Estos aspectos tienen que ver con el tiempo que les queda para estar con sus hijos, o disfrutarlo con su familia y amigos, o dar cobertura a otras inquietudes personales. Algunos empresarios, más allá de una mera estrategia de marketing, ya son sensibles a estas necesidades, y no interesándoles la presencia por la presencia, instauran modelos de trabajo basados en objetivos, y no así en número de horas presente en el puesto de trabajo, flexibilizan la jornada laboral o permiten realizar parte de trabajo en casa.
Fue Coca Cola la que lanzó un anuncio, en el que una trabajadora era aplaudida por todos sus compañeros, al irse del trabajo antes que su jefe, algo que hasta que no cambiemos de paradigma y de creencias, para algunos no dejará de ser un sueño irrealizable. John Scott, presidente de la auditora y consultora KPMG, en España, expuso en una de sus ponencias que, en España, «cuando se les dice a los trabajadores que se pueden ir a las seis, no se van», debido a un freno «cultural», e invitó a los empresarios a cambiar este freno cultural, y en la misma línea hizo saber a los empleados que «lo que cuenta es el trabajo que haces, y no el que te ven que haces», porque «no hay premio por trabajar hasta las nueve o las diez de la noche».
Convengamos que la respuesta a todo esto, ha de ser individual, no obstante, el empresario o directivo tiene especial responsabilidad en que los trabajadores aprovechen todas sus horas laborales presenciales, en beneficio también del propio trabajador, por ejemplo evitando que se den tiempos muertos en los que sea prácticamente imposible hacer nada, planificando los objetivos por plazos, o diseñando y preparando las reuniones con objetivos claros y horas estrictas de inicio y finalización. Exigir puntualidad evita grandes pérdidas de tiempo a los que son puntuales. Los directivos son el espejo, en el que se miran los empleados, sobre cómo utilizar eficazmente el tiempo de trabajo, y muy a menudo, son ellos los que tienen serias carencias para administrar bien su tiempo.
La Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, con el objetivo de facilitar la conciliación entre vida familiar y laboral elaboró el Decálogo para la racionalización de horarios en el mercado laboral, con el objetivo de erradicar los hábitos que perjudican la productividad y fomentar la racionalización de horarios. Simplemente los citamos de manera sucinta: 1. Separe lo personal de lo laboral. 2. Priorice: no todo es urgente. 3. Aprenda a decir «no». 4. Planifíquese. 5. Sea respetuoso con su tiempo y con el de los demás. 6. Sea puntual. 7. Evite y combata, dentro de lo posible, el «presentismo”. 8. Convoque reuniones sólo cuando sea necesario. 9. Organice sus reuniones para que no se extiendan más allá de lo debido. 10. Sustituya las comidas de trabajo por desayunos de trabajo.
Finalmente, a nadie se le escapa que incrementar las relaciones entre empresa y familia conduce a una mejora en la calidad del empleo y en la calidad de vida, pero esto implica madurez en todos los agentes implicados y un cambio en nuestra manera de situarnos ante el trabajo. Lo que sí es evidente, es que con la conciliación se puede conseguir un aumento en la productividad, una disminución del absentismo físico y mental, y una mejor imagen de nuestra empresa.