Es antigua la idea -más bien la creencia- de que el mundo está dirigido por fuerzas oscuras y poderosas, que mueven sus hilos ocultos en función de inicuos intereses. Como ejemplos, que hoy nos resultan pintorescos, podemos recordar como Nerón acusó a los primeros cristianos del incendio de Roma o como los republicanos españoles atribuyeron a los jesuitas el envenenamiento de las aguas de Madrid. Es clásica la apelación al judaísmo y la masonería, que tan presente ha estado en un sector significativo del pensamiento conservador. No hace mucho asistí en el Ateneo de Málaga a la presentación del libro de una periodista malagueña dedicado a los poderes ocultos del Club Bildeberg. Este club intenta por todos los medios que no salga a la luz información sobre sus proyectos y actividades, según esta periodista, por lo que es un misterio que precisamente a ella llegara tanta información.
Pero hay una nueva versión de este antiguo fenómeno, que pone en marcha remozados argumentos, pero mantiene sus mecanismos fundamentales: lo que yo llamaría el pensamiento conspiratorio «progre-ecologista». Desde esta perspectiva el mundo está determinado por oscuros organismos del capitalismo egoista, que se mueven para acumular riqueza y poder a costa de explotar y fastidiar al común de los mortales. Estos organismos reciben muchos nombres; se llaman Banca, Multinacionales, Industrias Farmacéuticas.
La Banca trabaja incansablemente para empobrecer aun más a los pobres, quedarse con sus casa y, luego, desahuciarlos. Poca responsabilidad tienen los políticos que han ocupado el mundo financiero provocando las crisis de la cajas de ahorro.
Las Multinacionales son un mecanismo de explotación del tercer mundo egoísta. Las oligarquías locales, casi siempre envueltas en la bandera del anticolonialismo, son inocentes de esta tragedia.
Por otro lado, a la industria farmacéutica debemos la mayoría de las enfermedades, que ellas mismas crean para, luego, vendernos el remedio. Además, egoistamente, no ponen en el mercado productos que no les son rentables. La investigación médica y farmacéutica, los avances técnicos en estos terrenos, el aumento de la calidad y la esperanza de vida en los países desarrollados son un espejismo, un accidente. El hombre era más feliz y sano cuando vivía en su estado «natural» (palabra ésta que concentra toda la magia que puede hacernos dichosos), por ejemplo, antes de la invención de los antibióticos, cuando podía morir a causa de cualquier infección.
La teoría de la conjura responde siempre a un mecanismo idéntico: culpar a alguien de todos los males. A alguien inaccesible y poderoso. Lo cual tiene, por lo pronto, el efecto de redimirnos de toda responsabilidad y apuntar el dedo acusador, que busca responsables de los males del mundo, en otra dirección.