Conversé, bajo el cobijo de una pizza vespertina, con un amigo al que no llegué a tener en mi bando en las batallas con resorteras de toda sana niñez del pueblo donde crecí. Nos unió para esa conversación un paisano en común, un amigo de carpetas escolares y combates épicos con motas de pizarra cargadas en tiza que toda pubertad rebosante de salud debía tener en los recreos de colegio. La conversación transcurrió por caminos filosóficos no muy transitados y también cruzó vados de ríos que alguna vez tuvieron aguas cristalinas. Hablamos de convicciones y creencias, de credos y conjeturas, de prestigios e insumisiones; hablamos de sueños interrumpidos por la dura realidad casi siempre corrupta, de caminos truncados por la bestialidad de seres cada vez más humanoides, de los espacios que le queda a la tan pasada de moda honestidad. Hablamos finalmente de la economía, tema que une nuestras lecturas en universidades, y la unimos al medio ambiente, más concreto imposible, me dije hasta después de despedirnos deseándonos lo mejor en nuestras vidas de maestros.
Bueno, cambié de opinión después de encontrar literatura con buena reputación en la red virtual, y pude comprobar que la economía ya se había matrimoneado con un encopetado señor, ambientalista académico él, a quien ayuda, aburrida, a calcular desde el costo de un derrame petrolero en mar abierto hasta la respiración del menos estudiado insecto de la cadena alimenticia, pasando por la multicolor mierda química de las fábricas que financian sus sondeos y factorías de fórmulas matemáticas. Pero, ni tonta ni perezosa, la economía también se hechó para el diario a un amante viajero de paisajes imponentes, activista ecológico él, con quien revuelca sus más íntimas erudiciones salpicadas de investigaciones biológicas y tectónicas en prados de verde belleza. Á‰sa vida hecha de planos paralelos, entrecruzados en infinitos cercanos, me llevó a tratar de resumir, disfrazado de hombre serio y leído, lo que, hasta ahora entiendo por Economía Ambiental y Economía Ecológica. El intento fue enviado a mi amigo de líneas arriba mediante un correo que resumo un poco más a continuación.
(…) . Mi estudio auto-didacta de economía ambiental me ha llevado por múltiples ramificaciones y opiniones formalizadas de pensadores y economistas de toda laya; de todas ellas, hasta ahora, se destacan, ya sea por resonancia viral como por cobijo de los medios que tradicionalmente forman opinión pública, las posiciones de (1) cuantificación de los recursos naturales para que los productores de bienes internalicen las externalidades negativas provenientes de contaminación ambiental (ya sea vía impuestos y regulaciones o vía negociación privada-legal) o (2) mantenimiento de un nivel constante de producción que fije la explotación de recursos en un nivel fijo, con la esperanza de alcanzar el punto de equilibrio entre la contaminación y capacidad de absorción del medio ambiente. La primera posición correspondería más a la economía ambiental y la segunda a la economía ecológica, aunque se entrecrucen en sus intentos por explicar y solucionar los problemas comunes con que trabajan. La primera utiliza exhaustivamente las herramientas matemáticas y estadísticas de la economía neoclásica, mientras la segunda busca los procedimientos de las ciencias naturales. La primera adquiere a veces el típico tinte gris de los intereses disfrazados de las corporaciones que, como sabes, son entes económicos más grandes que muchos países combinados; la segunda camina por una senda paralela al activismo ambientalista que también disfraza intereses muchas veces políticos de anti-sistema. Debo admitir que mi preferencia se aleja de la cuantificación de recursos en tanto que ésta sirva para justificar la tendencia de distribución de ingresos cada vez más piramidal, y veo más útil la cuantificación de recursos al usarla para políticas de regulación. Tampoco mi anima apoyar a un activismo que pueda camuflar políticos corruptos necesitados del barniz de probidad y justicia para servirse del estado. (…).
Un gran abrazo,
Juanjo