Con motivo de la celebración de UNICIENCIA 2012, un foro que reúne a expertos académicos de las universidades públicas madrileñas para que aporten su conocimiento y busquen soluciones a los temas que más inquietan a los ciudadanos, entrevistamos a Manuel Villoria Mendieta, Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Rey Juan Carlos. Villoria coloca a los políticos como responsables últimos de la crisis que padecemos.
El objetivo de la jornada UNICIENCIA es acercar el trabajo investigador que se genera en la Universidad a la ciudadanía, estrechar esa relación, ¿cómo valora la influencia de la Universidad en la sociedad?
Es mejorable, pero tiene un peso creciente. Hoy en día es muy difícil diseñar políticas públicas sólidas y eficaces sin contar con expertos universitarios en el área respectiva.
¿Considera que a veces el científico se olvida de su función social?
Sí es cierto que la especialización extrema a que lleva el modelo de investigación en Ciencias Sociales (que es lo que yo conozco) hace que, al tiempo que se avanza en el conocimiento, se produzca una sensación de irrelevancia social. En Ciencia Política es un ejemplo de ello, por la poca participación de politólogos en los debates políticos en los medios.
La mesa de debate en la que usted participa gira entorno a la política, la democracia y la participación ciudadana. En los últimos años de profunda crisis económica, los bancos y entidades financieras son vistos como actores más poderosos que los gobiernos, no obstante ¿se puede decir que los políticos tienen también una gran responsabilidad en la situación en la que nos encontramos?
Los políticos son los responsables últimos, porque al final, a pesar de lo que parezca, el Estado tiene aún un papel transcendental en la gobernanza global. La decisión de exigir a España una reducción del déficit tan terrible y en tan corto plazo es una decisión de políticos y no de banqueros o de los mercados.
¿Por qué la política es vista como algo oscuro? ¿Cuáles son las razones del distanciamiento entre los políticos y la ciudadanía?
Es visto así porque hay demasiada opacidad aún y porque la toma de decisiones políticas es casi siempre difícil e implica elegir, entre males, el mal menor. También porque la lucha por el poder, que es parte esencial de la política, exige, a menudo, conductas poco edificantes. El distanciamiento tiene muchas razones. Pharr y Putnam (2000) consideran que, al menos para los países más avanzados económica y socialmente, la baja confianza en los líderes democráticos es una función del rendimiento de éstos, el cambio de expectativas sociales y el papel de la información y comunicación actuales. En cuanto al rendimiento, un factor clave para explicar el deterioro en la percepción de confianza es el declive de la fidelidad o de la ética con la que los políticos actúan en representación de los ciudadanos/as. En cuanto al cambio de expectativas sociales, algunos autores consideran que una ciudadanía más educada y más escéptica es más rigurosa en el juicio a sus dirigentes además de ser más sensible a cuestiones éticas.
¿Son los políticos inmorales?
La política y la ética conviven en una tensión que, si no es trágica, sí es dramática, como dijo en su momento Aranguren. Las convicciones y la responsabilidad viven una tensión muy fuerte y por responsabilidad hay que tomar, a veces, decisiones que atentan contra las convicciones y los principios. Por ejemplo, los recortes en sanidad pueden tomarse por responsabilidad ante la necesidad de financiar la deuda, pero seguramente son injustos e inequitativos, muy previsiblemente.
¿Por qué mucha gente en el mundo preferiría ser gobernada por expertos en lugar de por políticos?
Porque la democracia tiene siempre un factor de parcialidad que la gente rechaza (la voluntad de la mayoría no es la voluntad de todos) y, en el fondo, soñamos con la idea de que alguien conozca el bien común y nos conduzca a él desde el consenso. A veces los expertos pueden actuar con mayores dosis de objetividad que los políticos. Pero, al final, su papel no puede ser sino el de auxiliar, controlar, impulsar, y los políticos tiene que decidir, desde su visión de la realidad y considerando el marco constitucional, pues tienen legitimidad para ello.
Cuando la corrupción se normaliza, ¿no se atenta contra la democracia desde dentro, es decir, desde las instituciones?
Por supuesto, la corrupción daña la legitimidad de las instituciones, el desarrollo económico y el capital social.
Muchas veces, la ciudadanía se critica a sí misma puesto que políticos señalados como corruptos e incluso imputados siguen en las listas y son votados, ¿qué papel juega la ciudadanía en la legitimación de esta situación?
La ciudadanía vota considerando muchos factores, no sólo la moralidad de los dirigentes. Si creen que todos son iguales, es decir, descuentan ya la corrupción como una variable común a todos, entonces su voto se basa en factores de otro tipo, puede ser la ideología, el interés percibido, la socialización, etc.
¿Qué tipos de acciones propone para que esos lazos se estrechen?
Los lazos entre la ciudadanía y la política pueden reforzarse, pero exige que se generen instituciones que mejoren el control democrático y la rendición de cuentas, que obliguen a mayor transparencia a la clase política, que abran vías de diálogo entre representantes y representados y que permitan un sistema de sanciones directos e inmediatos para quienes traicionan la confianza de los ciudadanos.
Por último, ¿Cómo valora la respuesta en la calle ante la gestión de la crisis por parte tanto del gobierno anterior como del actual?
No ha habido una única respuesta, pero lo importante es que las «respuestas» sean controladas y se evite que grupos de agitadores profesionales (como existen en Barcelona) generen una imagen de país «en llamas».
Sofía de Roa / SINC